sábado, 26 de junio de 2010

Y que me quedo callado




Siempre me he jactado de mi habilidad para poder descifrar qué es lo que las demás personas quieren escuchar, en especial las mujeres. Y como catedrático de Lengua y Literatura en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla que soy, creo tener un amplio léxico que me ayuda en tan ennoblecedora misión.

Basta echar una breve mirada en los rostros de las chicas para que yo saque de la chistera un...


-No te preocupes, las cosas se arreglarán.
-Lo que pasa es que tu novio no te valora... ¡Que no daría yo por tener una novia como tú!
-Recuerda que no debes tratar de resolver varios problemas a la vez, comienza con el más pequeño o fácil de remediar y sigue trabajando en ese orden...


La verdad es bastante divertido. Luego se remata con una suave palmada en el hombro o en la espalda, una suave caricia por el cabello o el mentón, una comprensiva sonrisa y ya está. El chiste es hablar siempre como si conocieras el tema que se está tratando, ya sea la fórmula de la caída libre de un cuerpo inerte, el término de una relación, por qué Aguirre metió a jugar al Guille o la caída de la bolsa.

Ellas te dicen lo que quieren escuchar. Con la mirada, con los gestos, con una lágrima. Sólo es cuestión de estar atentos.

O por lo menos eso creía yo. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida...


Ayer conocí a una muchachita en un bar. Llegué ahí de casualidad, dado que me habían dejado plantado una hora antes en otro lugar. Vi a dos chicas conversando con un amigo mío y me acerqué.

Mientras me las presentaban no pude menos que notar que una de ellas era extraordinariamente atractiva, pero tenía una tristeza muy marcada en la mirada y dije de aquí soy.

Una mujer triste, despechada, desairada o deprimida es fácil de identificar.

Su amiga trataba de hacerse notar, de llamar la atención, pero yo no podía dejar de mirar aquellos grandes ojos tristes, la respingada y pecosa nariz que le daban un aire de niña traviesa, el negro cabello lacio que caía de manera perfecta sobre sus hombros.

A medida que transcurría la noche nos fuimos sintiendo más identificados, más cercanos, más afortunados de haber coincidido en ese bar y haber podido conocernos.

Me fui acercando más hacia ella. Puse mi brazo alrededor de sus hombros mientras le hablaba al oído. Sonreíamos, probablemente debido al alcohol que ahora corría por nuestras venas.

Estando así, tan cerca, oliendo el suave perfume de su cabello, en un arranque de valor de esos que nunca tengo, se lo dije, a 5 centímetros de su cara:


-Me encantas... Quiero tener a alguien como tú haciéndome compañía. Me gustas demasiado.


Ella mostró una débil sonrisa, llena de melancolía, mientras hacía trizas mi ego con su respuesta.


-Es una lástima... A mi me gustan las mujeres.


Y que me quedo callado.




sábado, 19 de junio de 2010

La maestra Lupita



Miércoles 10:45 am. Faltaban 5 minutos para que terminara el receso. Y eso solamente significaba una cosa: Mis compañeros comenzarían a molestar.


-Te cambio el lugar.
-No, yo te lo cambio.
-Mejor a mi, somos amigos, acuérdate.
-No seas puto, wey, déjame sentar ahi... te paso el proyecto de Análisis de Sistemas y hago tu tarea de lenguaje C.


Segunda fila, tercera butaca. Nada espectacular. Excepto cuando teníamos clase de Geometría Analítica.

Recuerdo que entonces, los salones de la prepa todavía tenían esa especie de altar donde el maestro daba su clase desde un nivel más alto, como para dominar el panorama y cachar al tramposo que se atrevía a copiar en un examen. Las butacas anaranjadas con paleta de madera y el escritorio del profe no era tal, sino una mesa amarilla completamente descubierta.

Esa era la razón del alboroto. Nos tocaba mate III con la maestra Lupita. La de las piernotas. La de las chiquifaldas de mezclilla con olanes, propias de aquellos tiempos noventeros.

Así que imaginen la visión: La maestra Lupita anunciaba su llegada con el cadencioso resonar de sus tacones a lo largo del pasillo antes de irrumpir por la puerta del salón. Las fuertes y torneadas piernas eran lo primero que captaba la atención del personal. Un cuerpo escultural adornado con una cintura milimétrica... y ahí le paramos.

La verdad de cara no era muy agraciada que digamos, pero eso no evitaba que mis compañeros se pelearan por mi lugar para verle los calzones.

Yo me hacía del rogar por un buen rato, pero luego cedía. No es que no me llamaran la atención las atléticas piernas de la maestra, pero cambiar de lugar me daba la oportunidad de estar cerca de aquellos ojos espectaculares, de apreciar el aroma a Suavitel del suéter color de rosa... Era ella quien me importaba.

Recuerdo que mis compañeros decían que con la maestra Lupita no aprendíamos nada, porque enseñaba mucho. Y me acuerdo además, que pasaban el receso deseando que escribiera una ecuación en la parte de mero arriba del pizzarrón. Esas falditas cortas eran todo un suceso.

A veces me dan ganas de darme una vuelta por la escuela a ver si de casulidad la encuentro...

Quien quita y siga igual de buena...



¡Salud!




domingo, 13 de junio de 2010

Nos vieron



El nerviosismo de Marina era muy evidente. Le vi frotarse las manos varias veces antes de por fin atreverse a decir:


-Nos vieron.


Dejé mi taza de café sobre la mesa, buscando sus ojos con la mirada.


-¿A qué te refieres? ¿Quiénes nos vieron?
-Ellos. Sus amigos.


Intentó sonreír y dio un pequeño sorbo a su café.

Las relaciones clandestinas siempre provocan un alto grado de paranoia y adrenalina. Mi corazón comenzó a latir más aprisa.


-¿Cómo sabes?
-Él me lo dijo.


Es el riesgo. Una voz interior tenía tiempo insistiendo: en cualquier momento puedes ser descubierto y había que afrontar las consecuencias de nuestros actos. De mis actos.


-¿Qué te dijo?
-Eso... que sus amigos nos habían visto en el bar.
-¿Sólo eso? ¿Y tú que le contestaste?
-Me puse nerviosa. Me acorraló... Discúlpame...


Escuchar eso también me puso nervioso a mi.


-¿Qué le dijiste?
-Que sí. Que habíamos salido. Que somos amigos y por eso nos fuimos a tomar una cerveza y a jugar billar.
-Muy bien...
-Pero el quería saber más. Me preguntó muchas cosas.


Por extraño que parezca, me estaba tranquilizando. Mis ideas volvían a tener sentido y eso debió reflejarse en mi rostro.


-Ya veo, chiquilla. Es normal. Estábamos en un lugar público y cualquiera podía vernos. Además como amigos que somos, es justo que nos tomemos una cerveza de vez en cuando.
-¿Sabes? Me preguntó si nos habíamos besado.
-¿Y qué respondiste a eso?
-Que no.
-¿Y te creyó?
-Sip. Después de un rato, pero sí. Logré convencerlo de que nada había sucedido.
-Muy bien, mi niña. De hecho es la verdad -dije con una serenidad que me sorprendió aún a mí-, nada sucedió. Jamás nos besamos en el bar. Todo pasó después...


Pasé el dorso de mi mano por su mejilla y le vi tranquilizarse. Exhaló aliviada y, cerrando los ojos, besó mis dedos al tiempo que decía:


-Gracias. Siempre me haces sentir mejor.


Sonrío, o al menos, creo que lo hago. Una voz interior resuena: no decir la verdad completa, también es mentir, pero decido ignorarla y besar los dulces labios una vez más.

A fin de cuentas, nada sucedió en el bar...





sábado, 5 de junio de 2010

¿Por qué no puedo ser yo?



Recostada sobre la cama, Beatriz había pasado la última hora entre sollozos, recordando la conversación que había tenido con él esa tarde.


-¿Hace cuánto tiempo terminaste con tu novia?
-Dos semanas.
-¿Por qué no me habías dicho?
-No se había presentado la oportunidad de hacerlo. Por eso.


Ella lo amaba demasiado. Tanto como para esperarlo. Pero estando ahí, sentados en las gradas, viendo el campo de futbol vacío, tomó entre sus manos la de él e inocentemente dejó escapar de sus lindos labios rojos el comentario...



-Ahora que ya no tienes novia, podemos andar.
-Podríamos.
-¿Pero...?
-La verdad es que ahora lo que menos deseo es tener una relación formal. Después de varios años, tengo una sensación de libertad que no quisiera perder.



Golpe directo al corazón de la niña. Lágrimas a punto de surgir. Voz entrecortada y la única conclusión lógica a la que podía llegar después de lo que acababa de oir.



-Tú no me quieres.
-Claro que te quiero. Pero no de la manera que tú esperas. No de la forma que tú mereces.



La brisa vespertina comenzó a soplar con más fuerza, haciendo girar el polvo sobre la pista de arcilla. De pronto ella clavó sus ojos sobre los de Rogelio, ansiosa de saber...



-¿Te puedo preguntar algo?
-Dime...
-¿Por qué no puedo ser yo?
-No es que NO puedas ser tú chiquilla... De hecho eres todo lo que cualquier hombre podría desear...



Sobra decir que eso no era lo que ella deseaba escuchar. Molesta, le interrumpió antes de que él pudiera terminar la frase.



-¿Qué está mal en mi?
-Nada. Nada esta mal. Me encantas, me gusta estar contigo. Eres divertida, tierna y lista... Simplemente tuviste la mala suerte de coincidir conmigo en el momento equivocado: Yo no quiero una relación. No ahora.
- Y entonces ¿los besos? Las caricias?
-Discúlpame. Sé que eso debe confundirte. Cómo te dije antes, eres todo lo que...
-No tienes corazón.



Obviamente, comentarios como ese duelen. Precisamente porque, en definitiva, él la quería.



-Si con esa frase te refieres a que prefiero decirte las cosas tal cual son, sin disfrazar la situación, sin mentir... Entonces no lo tengo. Alguien me dijo un día que La verdad te hará libre, y yo no quiero lastimarte más.
-Entonces, ¿nunca andarás conmigo?
-Yo no dije eso. Sólo dije que por ahora, no quiero tener una relación.



Había repasado la conversación en su mente una y otra vez, tratando de entender. Ahora abrazaba su almohada mientras limpiaba las lágrimas de su mejilla con la punta de la sábana. Lo dicho por él significaba que tenía esperanza... ¿o no?



-Entonces, ¿algún día?
-Es posible.
-También es posible que para entonces yo haya desaparecido de tu vida...



Su molestia iba en aumento. El cielo que 10 minutos antes era de un límpido azul, oscureció de nubarrones.



-Lo sé. Y tal vez entonces me odie por lo que estoy dejando ir en este momento, pero prefiero no mentirte...
-Entonces... adiós.



Soltó sus manos, dio media vuelta y se alejó de las gradas a través de los corredores de la universidad. Él se quedó sentado, dudando si lo que había dicho y hecho sería en verdad lo correcto.

Y entonces, comenzó a llover...