sábado, 31 de diciembre de 2011

Siempre

Haré que sepas de algún modo que te quiero, por si no te vuelvo a ver...
Alejandro Santiago.


Siempre es el mismo paisaje: baldosas mojadas que reflejan el oscuro manto estrellado, Selene en cuarto creciente. Reconozco el aroma a lluvia que me trae la noche y en mis labios el sabor de los suyos. Tiernos besos palpitan aún en ellos. Besos con sabor a llanto. Enésimo dejavú.

La misma escena, el mismo paisaje estelar. Esa sonrisa en el cielo, burlándose de mí.

Nuevamente la errática caminata nocturna, mientras trato de ordenar las ideas en mi cabeza. El descuido al cruzar la avenida. El claxón que se hace escuchar,  molesto y asustado. El dolor que se clava en la boca de mi estómago, causándome náuseas. Confusión. La misma pregunta que se repite una y otra vez: ¿Es ésto lo correcto?

En última instancia... ¿Qué demonios es lo correcto?


Siempre llueve. Siempre...




sábado, 24 de diciembre de 2011

La alquimista



El sol, alto en el cielo, se cuela por la ventana y golpea de lleno en mi rostro. El reloj de pared no hace sino comprobar lo que ya sabía: Es tarde.

Bajo las escaleras y mojo mi cara con agua fría de la  pileta. Al fin estoy completamente despierto.

Conozco mis deberes de este día así que acompaño a mi madre a comprar las hojas, la manteca, la carne de puerco, y el color vegetal. Más tarde regresaré por la masa sin batir que dejó apartada desde ayer. Ah, y por un kilo de Puscua, base para preparar el atole que beberemos por la noche.

En cuanto terminamos de comer acomodamos todos los utensilios y me dispongo a hacer mi parte. Hay que mezclar la manteca y agregar la masa, comenzar a batir. Una hora y media de esfuerzo físico que se verá recompensado al degustar esos deliciosos tamales.

Han llegado mis abuelos. Mis tíos llegarán más tarde.

Mi madre sabe de memoria las medidas, la cantidad exacta de royal, sal y azúcar que se necesita. Poco a poco va mezclando los ingredientes. Yo sólo soy una herramienta a su disposición. La fuerza bruta que  bate y carga. Ella es la artífice, la artista, la alquimista.

Prueba un poco. Falta sal, me dice. Yo la miro y la admiro. Admiro la capacidad que tiene de combinar ingredientes y reunir gente en torno a la mesa. Me sorprende el poder de convocatoria que tiene su comida, a  la que soy adicto.

Los tamales y el atole están listos a tiempo. Justo a tiempo. Todos comen, ríen y beben. Yo la observo a ella. Sonríe satisfecha. Lo ha hecho una vez más, su pócima mágica cumplió su cometido y todos están aquí.

Le abrazo y, mientras lo hago, le digo al oído que la quiero... y que no puedo resistirme al embrujo de su comida.

Creo que me serviré uno más. Sólo uno más. 


Perdí la cuenta en nueve.



sábado, 17 de diciembre de 2011

El Barman



Empecemos por el principio. Me llamo Adán y soy el barman de este lugar. Ya sabes, soy el  tipo que prepara las bebidas pero, más que eso, soy el testigo principal de las historias que todas las noches se mezclan entre humo de cigarro, alcohol y las notas de la banda que recién comenzó a tocar.

Es éste un lugar privilegiado, debo reconocer. Desde aquí, desde la barra, puedo observar todo tipo de personajes y dramas individuales. Hoy por cierto, me llama la atención lo que sucede en la tercera mesa a mi izquierda, justo al lado de la mesa de billar.

Es una pareja. Ella, morena, de labios gruesos. Lleva una blusa de hombros descubiertos color lila. Él, alto y delgado; usa una chamarra negra de piel. Los he observado desde que llegaron. Hace unos treinta minutos conversaban animadamente pero, en este momento, el semblante de ella ha cambiado. He visto tantas veces esa expresión, que he aprendido a identificarla. Es claro que han comenzado a discutir.  

No solo ella tiene una actitud diferente. Hace un momento, él la observaba inclinado hacia delante, apoyando el mentón sobre los dedos entrelazados de sus manos.  Ahora, se ha recargado en el respaldo de la silla de madera y, de vez en cuando, desvía la mirada, como evitando la conversación. 


O tal vez, solamente  se ha distraído con Brenda, la atractiva mesera encargada de esa sección.

El grupo hace una pausa después de tocar un cover de Guns N' Roses y es ahí donde escucho la frase que aviva mi curiosidad y me hace poner atención a lo que están diciendo.



-¿Qué puedo esperar de ti?



Él no responde, así que ella re-acomete.



-¿Quién eres realmente? Me parece que conozco un poco de ti, pero no lo suficiente... Hay muchas cosas que ignoro.
-¿Qué puedes esperar de mi? -Repite él. -De mi, puedes esperar traición, mentiras e infidelidad. Las mayores decepciones. Eso es lo que soy. Eso es lo que tengo. Y tú, ¿qué quieres de mí?
-Yo quería... Bueno... todavía...
-¿Qué cosa?
-Yo quiero ser tu novia...


El baterista da la entrada para la siguiente canción y suenan los primeros acordes en la guitarra y el sintetizador: África, un clásico ochentero. Debido a ésto, me es imposible seguir atendiendo a la conversación, pero alcanzo a ver que el tipo paga la cuenta y se despide de la chica con un beso en la mejilla. Ella permanece sentada en su lugar, observando largamente la copa de vino...


Yo... Yo sólo soy el barman. Testigo sin voz de las historias que todas las noches se entrelazan frente a mí. Lo que acaba de suceder no hace sino confirmar un hecho que ya sabía, que descubrí hace mucho tiempo: 

Jamás entenderé a las mujeres...