sábado, 28 de abril de 2012

Rojo




Fuego, pasión, guerra, vida, furia, Marte, sexo, sangre, lujuria, agresividad, fuerza y violencia son algunos de los conceptos que vienen a mi mente cuando pienso en el color rojo. Al menos, eso es lo que hubiera sucedido cualquier otro día. Hoy solo  puedo pensar en ella.

Llego a su oficina 5 minutos antes de la hora de salida, así que tendré que esperar. Me ofrece una silla mientras tanto.

Aquí estoy yo, sentado frente a la morena de cabellos ondulados, siendo testigo de la habilidad con que escribe en el teclado de la computadora algún informe de último momento. Estoy seguro que siente la intensidad de mi mirada, pues sonríe y, acto seguido, se justifica ampliando aún más esa bonita sonrisa:



-Ya voy eh... Solamente envío este documento y listo.
-No te preocupes -respondo yo sin dejar de mirarla.



Hace poco que nos conocemos. Es decir, hace poco tiempo que busqué la oportunidad de conocerla a través de un amigo. Me llamó la atención desde la primera vez que la vi, por más trillado que ésto suene. Nos presentaron, le invité un café y aceptó. Notamos la buena química entre nosotros desde entonces y volvimos a salir un par de veces más, pero hoy, particularmente hoy, sentado frente a ella, no puedo negar que me encantaría probar el sabor del Red Salsa que define sus labios y combina con su blusa , roja también. Lleva encima de ésta una chamarrita de mezclilla en azul marino, que contrasta maravillosamente.

Las mujeres, de acuerdo a mi experiencia, son las dueñas del mundo. Ellas lo controlan todo, por más que los hombres tratemos de alegar lo contrario. Mucho de su poder radica en el hecho de que son conscientes de su atractivo, saben cómo explotarlo y nosotros no podemos vivir sin ellas. Una cosa más: les encanta sentirse bellas, más específicamente, que las notemos bellas...



-¡Listo! -Dice al fin. -Podemos irnos.



Se pone de pie y yo hago lo mismo. Termina de guardar algunas carpetas en los cajones de su escritorio y apaga la computadora. Revisa que no haya dejado nada mal colocado y me da un beso en la mejilla, a manera de saludo.



-Disculpa. Tenía que dejar terminado ésto.
-No hay problema, chiquilla. Además, apenas son las tres.



Abre los ojos un poco más, como si hubiese recordado algo. Tiene en su mirada ese brillo que hace destellar las caras de los niños justo antes de una travesura... Algo trama.



-¿Te gusta mi blusa nueva? -Dice al fin.
-El color me encanta. El rojo es uno de mis colores favoritos -le respondo yo.
-A mi me gusta más el diseño de la parte de atrás, mira...



Me da la espalda y, con su mano derecha, levanta la chamarra de mezclilla para que yo pueda ver de qué me está hablando. Toda la parte posterior de la blusa que tiene puesta es de encaje, lo cual me toma por sorpresa, no me esperaba esa visión. Sin embargo, dada la inclinación de mi mirada y los adornos brillantes de bisutería que tienen las bolsas de su pantalón, mis ojos se detienen a la altura de sus nalgas perfectas.


Me llama particularmente la atención la definida curva que trazan su cintura y sus caderas. Coloco el índice de mi mano derecha en una de las secciones en donde el encaje es tan delgado que  permite ver con claridad la sensual estructura de su espalda y ella no puede evitar un estremecimiento. Me doy cuenta que, a través de una de esas transparencias, es posible ver el hilo de su tanga, roja también. 


Me excita su presencia, estar cerca de ella. Aspirar el perfume del cabello negro que sostiene con su otra mano. Me imagino besando esa espalda, dejando caer gotas de vino tinto en su columna vertebral para luego trazar los mismos senderos con mi lengua. Quisiera explorar ese mapa desconocido que es su cuerpo con todos mis sentidos: con las manos, con los dedos, con los labios. Quitarle la ropa aquí mismo, arrancar esa tanga con mis dientes, besar sus muslos,  mojarme en la tibieza de su miel... Abandonarme a la pasión que provoca en mí, a éste deseo, dejarme llevar por el instinto y...




-¿Y bien? ¿Te gusta o no?




Su voz me saca del trance, de manera tan abrupta, que estoy a punto de tropezar.




-¿Gustarme? ¡Me encanta! Te ves espectacular...




Sonríe con esos sensuales labios rojos, me toma del brazo y apoya su cabeza en mi hombro, sin darse cuenta (la verdad es que lo sabe, es consciente de ello, y yo sé que lo sabe) de como aumentan mis latidos cuando lo hace. Finalmente me pregunta:




-¿A dónde me vas a llevar?
-A donde quieras preciosa... A donde tú quieras.





lunes, 23 de abril de 2012

Las tres cochinitas




-¡FUERA DE AQUÍ, LOBO SARNOSO! – Gritó el gorila mientras lo echaba del bar.

Se levantó  el lobo, que, mientras se sacudía el polvo del frac y se acomodaba el moño, le arrojaron su bastón y el sombrero de copa que dejó en la barra.

-¡HUBO UN TIEMPO EN QUE DISFRUTARON DE MI DINERO! – Le reclamó el lobo al dueño del lugar: Un topo cegatón pequeñito pero muy ambicioso, que ni siquiera supo quien se lo decía y de todos modos no le importó.

Recordó suspirando el lobo aquellos días en ese mismo bar rodeado de sus amigos  buitres, hienas, zorras y otros lobos que lo acompañaron tantas noches de risas, cantos y bebida.

Pero nada es para siempre, la fortuna que le había dejado su padre “El Lobo Feroz”, se había terminado.  Muerto éste de fiebre porcina por culpa de un cerdito que trabajaba como extra mientras flautista estaba de vacaciones, al tocar la flauta se contagió y murió a los pocos días, su madre lo abandonó un tiempo después cuando supo que su marido había nombrado herederos a su único hijo y a la gata que hacía el aseo de la casa.

Con su padre muerto y su madre ausente se fue a vivir a Francia, en donde derrochó todo el dinero de su herencia en bares, prostíbulos, pero sobre todo en las carreras de galgos y los juegos de azar.

Solo, en su departamento, con únicamente unos fracs y algunas cosas que vender, decidió probar suerte en otro país, para ser exactos en México, paraíso de los extranjeros (Maldición de Malinche que en pleno siglo XXI aún permaneces) te reciben con los brazos abiertos sobre todo si se llega con un letrero que diga: “Inversión extranjera”.

Así arribó el lobo a México, con una sola cosa en mente: “Ser una estrella más del canal de las estrellas” y para esto se colgaría de la fama de su padre, pero antes debía ensayar.  

Investigó por internet si existían 3 cochinitos mexicanos pero estaban en campaña política, además le disgustó que no fueran hermanos y más que cochinitos, fueran unos auténticos marranos, pero se alegró muchísimo cuando descubrió a 3 cochinitas que eran hermanas y vivían en diferentes lugares, apuntó sus direcciones y salió en su búsqueda.

La primera era una cochinita de una colonia bastante humilde, que políticamente hablando se diría: “de clase media emergente” y tocó a la puerta…

-¡MON DIEU! – dijo con una cara de terror y dando un salto hacia atrás.

Estaba ante él una cochinita con tubos, restos de mascarilla de aguacate, pedazos de pepino en los ojos y deslumbrada por el sol de mediodía; su camisón transparente dejaba ver 4 pares de tetas con los pezones del tamaño de un CD color morado casi negro (si un lechón las viera, por muy hambriento que estuviera diría: “gracias no tengo hambre”) además de las piernas con unos pelos negros y gruesos;  sin embargo, lo que más le impactó fue que no traía calzones, ya sabía que en las películas de su papá los cochinitos no usaban calzones, pero jamás imaginó que en vivo se viera tan…

-¿Qué se le ofrece? – preguntó la cochinita con desgano.
-Na… nada… creo… creo que me equivoqué de dirección – dijo el lobo sin querer ver. 

Era un lobo muy selectivo.

La siguiente dirección,  era una casa un poco menos emergente, cuando se dirigía a la puerta, encontró unos cuadernillos de la “Atalaya” y “Despertad” que estaban tirados en el suelo cerca de la puerta, los levantó para después entregárselos a la dueña y tocó…

Esta cochinita no quiso salir, sólo se asomó por la ventana y al ver los cuadernillos, sacó un letrero que puso en la puerta el cual decía:



EN ESTE HOGAR SOMOS

CATÓLICOS

NO ACEPTAMOS PROPAGANDA

PROTESTANTE



-Bendita sea la tolerancia religiosa  –dijo el lobo mirando al cielo.

-Oiga, señora, abra, vengo a invitarla a…

Pero la cochinita se hacía la sorda y sólo hacía señas de que se fuera.

-Ya sé – pensó el lobo.

-SOPLARÉ Y SOPLARÉ Y TU CASA TIRARÉ – gritó de manera sobreactuada.

Dio unos pasos atrás, tomó aire, pero al ver que eran casas de INFONAVIT pensó: “si tiro ésta, se van a caer todas las demás, mejor lo dejo así” y se fue.
 
                               Era un lobo muy consciente.

La tercera dirección era una mansión enorme, conforme se iba acercando notó que la reja tenía las letras “L P” separadas una de la otra en color oro y bastante grandes.

-“Little Pig” – pensó, recordando a su padre feroz cuando ladraba inglés.

Estando más cerca descubrió que decía “Los Pérez”.

Se acercó a la reja y empezó a gritar: “¿hay alguien?”; pero nadie contestó, había una cámara y se puso a hacer señas pero no lo atendieron; fue entonces que notó el intercomunicador a la izquierda de la entrada y tocó…

-¿Quién? – preguntó una voz ronca y gruesa poco amigable.
-Disculpe – dijo el lobo - ¿la cochinita de la casa?
-¿LA QUIÉN? – preguntó de nuevo la voz menos amigable aún.
-Que si se encuentra la cochinita de la casa – dijo el lobo en tono muy solemne.

Al pasar unos minutos, le dijeron que pasara.

En la puerta de la mansión se encontraba la familia de cochinitos reunida.

-Todos sin calzones, claro – se dijo el lobo a sí mismo.

Apenas iba a decir palabra, cuando se le acercaron dos osos enormes, uno de cada lado que comenzaron a golpearlo salvajemente, tirado en el suelo y fuera de combate se le acercó la mamá de la familia…

-COCHINA TU MADRE – le gritó y acto seguido le escupió la cara.
-¡FUERA DE AQUÍ LOBO MUGROSO! – le gritó uno de los osos mientras lo echaba de la mansión.

                               Se levantó como pudo, se arregló lo poco que le dejaron del frac y se dijo:”Mejor me voy a Hollywood, aquí no es como me imaginé”.

Y tomó su camino.

sábado, 14 de abril de 2012

Lestat


-Lo que ustedes no han terminado de entender, queridas mías, es que no es su sangre lo que me mantiene con vida, sino el sentimiento que guardan para mí en sus corazones: Yo no me alimento de su sangre, me alimento de su amor...



Y sin decir más, el monstruo corrió la cortina para salir del aposento. Las princesas se miraron unas a otras, confundidas, deseando escapar de su cautiverio, pero sin atreverse a cruzar ese umbral que las separaba de su libertad, mismo que era bloqueado por un simple trozo de tela.

Lestat leyó sus pensamientos y sonrió divertido. Una oleada de vitalidad corría por sus miembros como una corriente eléctrica y  hacía latir su pecho como si tuviera corazón. Esa misma sensación  le hacía saber al vampiro que eran suyas y siempre lo serían. Luego dijo en un susurro:


-No cabe duda que los grilletes que más aprisionan a mis amados humanos, son los que existen en sus propias mentes...


Y tras un profundo suspiro, se perdió en la noche...


sábado, 7 de abril de 2012

No me gusta el fut




                “Ya wey, ya dinos por qué no te gusta el fut”. -me taladró la vocecita de uno de mis amigos con la misma estúpida pregunta de casi cada domingo-.
-Que te importa chingá, estoy aquí ¿no? Es que de todas formas, me reunía con ellos para ver algún partido.
“Pero no le vas a ningún equipo, está raro eso.”

-Raro que  haya venido Benedicto XVI en vísperas de elecciones, eso sí es raro. Además es mejor no irle a nadie, así no te molesta ningún resultado, lo importante es que haya goles. –pensé.
Yo seguía viendo el partido y mis amigos dejaron de preguntar cuando se presentó una jugada de peligro, y todos nos olvidamos de todo y de pronto…

 -¡GOOOOOOOOOOOL! –gritaron-. Pero yo sentí en ese momento como sí me jalaran, como si me fuera, (no sé si han visto la película “Pide al tiempo que vuelva” o no, algo más reciente: “El efecto mariposa”, cuando regresa al pasado, pero sin salirme sangre de la nariz) así me sentí y de pronto me vi, de nuevo frente a ella, como el primer día que la vi y le hablé.


Esta es la historia:

Hace algún tiempo conocí a una mujer: bonita, chaparrita, güera, buena tecla, buena nalga, en fin; de 9.5 (que no creo en la mujer perfecta).

                Para que me hiciera caso no sufrí demasiado, pasó por enfrente de donde trabajaba, la miré, me miró y cayó, pero no me voy a entretener en cursilerías, voy al grano:

                Después de algunos meses de salir con ella y por supuesto de llevarla a los mejores lugares como los tacos de cabeza de la esquina (que por cierto el taquero era mi amigo y me guardaba sesos siempre que hacía reservación) de las gorditas de doña Lupe con su buena coca y lo que más me gustaba, el menudo los domingos acompañado de cerveza bien fría pa’ eructar a gusto ¡BURP!

                Fue entonces que decidí que ya era tiempo de… ya saben, de que se mochara, que se pusiera la del Puebla, de que prestara, que aflojara, de matar el oso, de darle de comer al conejito, de un costalazo, de hacer el mostro de dos espaldas, de clavar la espada del amor, de echar palo, de subirse al guayabo, de jugar al mete-saca, de parchar o como se dice vulgarmente: de un coito.

                Eso sí me costó más trabajo, quesque porque se iba a ir al infierno y que el diablo le daba miedo, aunque le dijera que si Diosito lo inventó es porque así debe ser y que el amor entre dos seres, el amor inocente y puro que nos mueve no debe ser pecado y luego de esa frase (¿buena, no?) sus ojos se iluminaron y me plantó un beso de película con repegón y todo, después nos aventamos un fajezote de aquellos, hasta que me alejó suavemente y me dejó con los calzones todos mojados de enfrente como si me hubiera orinado.

-Hasta mañana, – me susurró, se fue con un guiño y me mandó un beso parando la trompa bien sensual.

-¡SOBRES!- Dijo mi papá que había visto toda la escena (pinche viejo chismoso). Esa vieja quiere contigo.  Yo me hice como que no sabía de qué hablaba.
 
-Mañana juega el atlante ¿eh? – me recordó. Te tocan las cervezas y la botana perdiste el domingo pasado con tus zopilotas que no dan una.

-¡CHIN! Mañana es domingo, no me acordaba, te voy a tener que dejar solo jefe – le dije voy a salir con la vieja ésta, pero te dejo tus chelas y unos rancheritos con valentina.

 -Yas tás -contestó mi jefe bien moderno y se quedó a ver una chichonas en traje de baño que salían en la tele.

Esa noche me soñé cargando a mi mujer sobre nubes de algodón y luego nos subimos a un unicornio azul que nos llevó cabalgando en cámara lenta sobre el arcoiris, yo iba vestido del príncipe cha cha chá carmín y ella con un baby doll rojo con ligueros, al final nos perdíamos en el horizonte en un atardecer maravilloso.

Por la mañana del domingo, ya mi padre veía televisión, en ese momento Chabelo inundaba la pantalla con su juventud y simpatía y yo me metí a bañar, estaba con los vecinos esa rola de José José: “Esta noche te voy a estrenar…” (como si supiera) y me tallé un poco más fuerte las partes pudendas.

Más tarde, llamé a mi vieja y le pregunté a dónde íbamos a ir y que “pus a donde tú quieras”, “no pus tú di”, “a donde sea está bien”.  Ese domingo no fuimos al menudo porque me iba a apestar el hocico y ella ya había desayunado, así que paseamos, sólo paseamos, platicamos, una nieve y luego la invité a mi casa porque le tenía una sorpresa.

Llegamos a mi casa y mi papá veía TV, el previo al partido Atlante-Monarcas, lo saludé y me dijo: “bzbzarfbz”, que en su idioma significa: “ah, muy bien hijo que bueno que ya estás aquí, te extrañé mucho hoy, felicidades por tu dama”.

Entramos a mi cuarto y le invité una cerveza, luego otra y otra, después saqué el regalito y se lo di en una bolsa con papel de China y toda la cosa, tomó la bolsa y ni vio lo que había adentro, me besó aún mejor que la noche anterior y sin más rollo, ya estábamos desnudos en la cama, la besaba toda, me besaba también, estábamos con las pupilas dilatadas y el corazón que se me quería salir, cuando ya estaba a punto de deslactosarme, entra mi pinche padre, como agente de la AFI abriendo la puerta y gritando ¡GOOOOOOOOOOOOL!, yo del puro susto me escondí debajo de la cama y mi vieja se tapó con la sábana gritando también asustada, luego vi los pies de mi papá cuando salía del cuarto y me asomé a ver como estaba mi vieja.

Estaba requetecontraencabronadísima, se ponía el chichero y los calzones los andaba buscando pero los dejé debajo de la almohada para quedármelos como recuerdo

- ¿DONDE ESTAN MIS PINCHES CALZONES? – me gritó.

Tenía la cara roja, los ojos con llamaradas, le salía humo de las orejas, de la nariz, su boca arrojaba culebras y sapos hirviendo, le di sus calzoncitos tomándolos apenas con el pulgar y el índice y me los arrebató, acabó de vestirse y se fue a la puerta, yo iba detrás de ella y en la calle en la esquina la alcancé.

- ¿Nos vemos mañana?  -le pregunté poniendo cara de estúpido (que en esas circunstancias no me fue difícil) y levantó la mano en señal de darme un madrazo en la cara, cerré los ojos, me puse duro duro cuando ¡CRACK! me acomodó un patín en los meros tompiates y quedé allí, de rodillas, con el dolor hasta el cerebelo viéndola partir moviendo ese traserito que ya no iba a ver, ni a tocar, ni a disfrutar, ni a presumir a mis cuates. 

Regresé a la casa y mi padre seguía allí, con la tele en los ojos, ajeno, perdido, enajenado, arrancándose los pelitos de las orejas.

De pronto me despertaron con un zape y me encontré de nuevo viendo el partido.

“-Te fuiste por un buen rato ¿eh? -me dijeron entre risitas.

-Entonces…- ¿por qué no te gusta el fut? – me volvieron a preguntar.

-No sé…  -les contesté aún perdido. Y destapé otra cerveza.

domingo, 1 de abril de 2012

Lujuria





Lujuria: f. Vicio consistente en el uso ilícito o en el apetito desordenado de los deleites carnales.
Real Academia Española




Las cálidas notas de los violines en una armonía de Re Mayor, perfectamente ejecutadas, llaman mi atención al pasar fuera del teatro. Es un recital, me indica una de las chicas con uniforme que está de pie a un lado de la columna y remata haciéndome la invitación: Puede usted pasar, aún quedan lugares...

Miro el reloj y dudo un momento. Es difícil resistirse, pues el evento es gratuito. Al final, la sonrisa de la chica termina por convencerme y avanzo con cuidado por el corredor en penumbras del recinto. Logro colarme hasta la tercera fila, donde hay una butaca libre. Tomo asiento en el momento justo en que una frase repetitiva del Cello, armonizada en La, lucha y se funde con el Si Bemol de la Viola.

El cuarteto de cuerdas es excelente. Su música me envuelve, me atrapa... Es el primer movimiento de una obra de Haydn. Opus 33, Cuarteto Primero dice el programa que resbala de mi mano. Intento recogerlo pero no puedo. Me siento mareado. Dentro del teatro hace calor, pero yo siento escalofrío. Me pongo de pie y me dirijo a la salida. Justo antes de llegar a ella, alguien me detiene por el brazo.

Giro lentamente. Aún no estoy seguro si tengo fiebre, pero al identificar sus felinos ojos en la penumbra a la que ya pude acostumbrarme, olvido un poco el malestar.



-Hola -me dice sonriendo.
-Hola, Mariana -respondo yo.
-¿Ya te vas?
-Me parece que sí. No me siento bien.



Salimos juntos al lobby y su expresión cambia en automático.



-Te ves muy pálido -me dice.
-La verdad es que me siento mal.
-¿Y qué vas a hacer?
-Supongo que caminar un poco ahí en el parque, esperando que el aire fresco me haga algún bien.
-No puedo dejarte ir así. Te acompaño.
-Gracias, pero no es necesario.
-Insisto.
-Está bien.



Parece que arrastro las palabras, como si todo a mi alrededor sucediera a una velocidad diferente. Me siento lento. Muy lento.

Pronto llegamos al parque y me lleno los pulmones con su frescura. Miro el reloj de pulsera que me heredó mi padre. Son  las 19:27 pero la luz solar que se cuela entre las copas de los árboles, lo hace en una cantidad importante. No tardo mucho en recordar que éste, primer Domingo de Abril, también es el primero con el horario de verano.



-Espera... No puedo más. Necesito sentarme...
-Te ves muy mal. Me estás preocupando.
-Solo necesito descansar un poco.



Me toma de la mano y me mira consternada. Pasa sus dedos por mi cabello, que el viento cálido de esta tarde ha comenzado a despeinar. Puedo ver en sus ojos que su preocupación es real y yo quisiera decirle que no pasa nada, que no tengo nada. Pero a ella no le puedo mentir. 

Se acerca un poco más y me besa en la mejilla. Mi corazón late más aprisa al sentir su pierna rozando con la mía y su tibia respiración cerca de mi cuello. Nuestros cuerpos se reconocen como amantes y mi boca busca por inercia esos labios que ella me ofrece con los ojos cerrados.

Tanto tiempo, tantos deseos refrenados que comienzan a soltarse de sus cadenas. Lo reconozco en las lenguas que luchan, en los labios que se muerden, en el gemido que escapa de su garganta y en mis manos tomando con fuerza su pierna izquierda. Sus besos me dan vida, aliento de vida, y mi malestar pasa a segundo término. El deseo me hace ignorar que estamos en un lugar público por un momento y mi mano derecha se mueve hacia los primeros botones de su blusa. Risas y pasos en la hojarasca me hacen volver a la realidad y creo que a ella también. Abro mis ojos y encuentro su sonrisa. A nuestra izquierda aparece una familia entera riendo a carcajadas... No vieron nada...



-Y... ¿cómo has estado? -pregunta ella para recomenzar la conversación en algún punto, aún nerviosa. O al menos eso creo.
-Quitando lo mal que me sentía hace un momento, he estado muy bien.
-Me da mucho gusto por ti.
-Honestamente, no esperaba encontrarte. Ni en el teatro ni en la ciudad.
-Lo sé.



Vuelve a sonreír mientras lo dice. Me doy cuenta que por fin ha oscurecido y que la temperatura ha cambiado. De hecho ha comenzado a lloviznar, así que la poca gente que aún paseaba en el parque comienza a retirarse. Los últimos en pasar frente a nosotros son los chicos que jugaban ajedrez en las mesitas de concreto que rodean el kiosko.


Reconozco ese fuego en sus ojos. La misma mirada que tenía en ese pequeño departamento a las afueras de la ciudad, nuestro refugio durante aquellos lejanos días en que éramos amantes. Ella se acerca otra vez a mí. Estamos solos en el parque. Solos.

Me toma del cabello para acercarme a su boca, a sus labios, a sus besos y a sus ganas. Yo no opongo resistencia y juntos nos entregamos al placer de las caricias. 

Se levanta de la banca de cantera y se sienta sobre mí, sobre mis piernas. Me toma de la cara con ambas manos y besa mis labios otra vez. Presiona su sexo contra el  mío en un movimiento rítmico, cadencioso y sensual. Yo paso mis dedos por su cabello, por su nuca y continúo por su espina dorsal. Presiono al mismo tiempo con  mis índices los romboides mayores de su espalda, que se arquea de placer. La respiración se hace más rápida y los gemidos más fuertes. Afortunadamente ya no hay nadie alrededor que nos escuche. Mi corazón late con tanta fuerza que siento como se agolpa la sangre a la altura de mis sienes. 





La tomo de la mano y nos adentramos en uno de los senderos del parque. Nos detenemos debajo de uno de los árboles más frondosos. Nuestros ropas están completamente empapadas.

Ella apoya sus manos en el árbol mientras yo beso su cuello. Muerdo el lóbulo de su oreja para sentir como se tensa su cuerpo una vez más. Le abrazo desde atrás. Mi mano derecha se abre camino por debajo de su blusa, ávida de encontrar, con las yemas de mis dedos,  sus turgencias lácteas. Al mismo tiempo mi mano izquierda se desliza por su abdomen hasta encontrar los dos botones de sus jeans azul pálido que obstaculizan su camino.

Desabrocho la metálica botonadura con la experticia que me brindan las múltiples ocasiones en que he realizado la misma acción con anterioridad. Ella está cubierta de lluvia tibia, por dentro y por fuera... Puedo sentirlo.

Entro en ella con toda la suavidad que permite la excitación de  los cuerpos. La noche nos envuelve y la lluvia es el aderezo perfecto para la sinfonía de sonidos y sensaciones primitivas que, irremediablemente, nos arrastran al estertor que anuncia el culmen de nuestra obra...