jueves, 20 de diciembre de 2012

Propósitos de fin del mundo



Que se va a acabar el mundo, dicen. Yo me pregunto si debo contarles a quienes pregonan tal cosa lo que sé o si es mejor dejarlos vivir su psicosis de la manera que les plazca. Si hubiese oídos dispuestos a escuchar, y mentes prestas a entender, tal vez valdría la pena...

Imaginemos, de cualquier manera que se acaba el mundo (miles de mundos particulares terminan todos los días, pero no ahondaré en eso en esta ocasión) y que sucederá el próximo viernes, ¿qué opciones hay?

Llorar y gritar histéricamente, rezar, suicidios en masa... o hacer una lista de cosas urgentes antes de que el Dios que castiga a sangre y fuego descargue toda su furia contra la tercera roca desde el sol. Yo, sinceramente, haría lo de la lista: hay un montón de pendientes que debo concluir antes de ese apocalipsis que está por venir.


COSAS QUE DEBO HACER ANTES DE QUE SE ACABE EL MUNDO

Embriagarme por última vez.
Volar en ultraligero.
Visitar a esas viejas amistades que me reclaman que ya no tengo tiempo para ellas.
Limpiar el cuarto.
Lavar la moto.
Arreglar el lavabo.
Comprar un libro.
Leer el libro.
Volar un papalote.
Ir a un téibol.
Extraviar una guitarra.
Ir al médico.
Hospedarme en uno de los hoteles más sórdidos que he encontrado en la ciudad y escribir ahí una historia acerca de una hecatombe de sensuales zombies femeninas vestidas como colegialas.
Volver a fumar.
Decir te amo a la persona que lo suplica desesperadamente, con la mirada. Eso la hará feliz por un momento, aunque ambos sepamos la verdad.
Liarme a golpes una vez más.
Jugar futbol.
Publicar en el blog dos entradas distintas el mismo día.
Besar a esa chica que me ha gustado tanto desde hace años y a la que nunca se lo pude decir, debido a un pacto de caballeros que hicimos con su hermano...


-Oye, espera. Sí me lo dijiste. De hecho mi hermano encontró en el cajón unas cartas donde mencionas lo que sentías por mí.
-Oh... Siempre olvido eso.
-¿Eso?
-Sí, Eso.
-¿Qué cosa?
-Que nunca he sido un caballero.

Salud.

El canto de la sirena




La chica llega cinco minutos tarde y se disculpa con él, que es el supervisor en nuestra oficina. Le da un beso en la mejilla que dura solo un par de segundos más de lo usual. Nadie parece notarlo, pero para el ojo entrenado, hay un mensaje claro en el beso y en la manera en que desliza su mano sobre la de él mientras se dirige a su escritorio, con ese andar felino que las mujeres saben explotar. 

Se han mensajeado toda la mañana, a través del celular. Ella suelta una risita y lo mira después de leer algo en el dispositivo. Él coloca de vuelta el suyo en la bolsa del saco y le sostiene la mirada. Después vuelven al trabajo o al menos eso es lo que aparentan.

He sido testigo de historias similares muchas veces y el resultado ha sido idéntico. A pesar de eso, no pienso intervenir. Tal vez deba dejarlo aprender ciertas lecciones por sí mismo. Sé que ella no tiene nada qué perder y además sé también, por experiencia propia que cuando un hombre entra en determinado umbral de apasionamiento, no escucha voces ni consejos. Todo lo que ocupa su mente es el canto de la sirena. Eso y nada más.

Su esencia, su alma, le pertenecen ahora a ella. Lo supe en el momento en que tomó la foto de su esposa para colocarla dentro del cajón. A partir de ahora todo apunta hacia el naufragio y me veré obligado a ver como se deteriora, como colapsa. Después de eso, tal vez tenga que ayudarle a buscar y unir con cinta adhesiva las piezas rotas de su corazón. A fin de cuentas, para eso son los amigos.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Te amo



-Te amo -le dije mirándola directamente a los ojos y con la misma sonrisa ensayada que tengo para todas las demás.


Ella, como siempre, no se intimidó. Delicadamente deslizó una mano sobre su frente, apartando el mechón de cabello castaño que caía sobre la misma y me respondió de la manera acostumbrada.


-Me encanta cuando mientes de esa manera. De todos los mentirosos, tú eres mi favorito.


Me acerqué a ella y le abracé. La sábana que nos cubría a ambos era de color azul claro. Yo la corrí con la mano izquierda para besar con libertad las pecas en sus hombros desnudos. Ella cerró los ojos y me dejó hacer, mientras el sendero de besos seguía de manera ascendente hasta su cuello. Los primeros rayos de sol se colaban por la ventana y los olores de la  primavera que llegaría cinco días después, amenazaban colarse por esa rendija de la ventana que nunca reparamos.


-Debo irme -comenté al fin.
-Lo sé -respondió ella con una sonrisa.


Así. Sin reproches, sin llantos. Consciente de que intentar detenerme carecía de sentido. El grado de entendimiento entre los dos y la pasión que nos unía facilitaban una conversación plena de silencios, roces y miradas de complicidad.


-Discúlpame -dije antes de besar suavemente sus labios y girar el picaporte para marcharme a casa.
-No te preocupes -contestó ella desde las sábanas, mirándome sensualmente y agregó:
-de cualquier modo, la luna sigue siendo nuestra.


Cerré la puerta detrás de mí y sonriendo me alejé del departamento pensando en esa frase, en ese código que solamente ella y yo entendíamos, sintiendo en mi espalda su mirada desde la ventana.

-Así es, querida: Nuestra.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Imaginario



Siempre fue una niña solitaria -al menos esa fue su percepción, pese a estar rodeada de una familia que se preocupaba por ella y por sus hermanas- y no cambió de parecer ni siquiera al llegar a la edad adulta. Soy invisible, no soy importante para nadie eran frases que acudían a sus labios con frecuencia. Esa necesidad de estar con alguien y dejar de sentirse tan vacía le hizo concebir al imaginario.

Y le creó a imagen y semejanza de un sueño que soñó tener una vez: moreno, ojos color café, voz grave, no muy alto, solo lo suficiente para alcanzar a besar sus labios sobre las plataformas de esos zapatos rojos, los favoritos. Detallista, romántico, cariñoso y sincero. Confiado, seguro de sí mismo, tal vez con alguna habilidad artística, la cual no se había decidido a asignarle desde un principio,  pero se decantó por convencerse de que el imaginario era músico y tocaba el piano.

Se pasaba tardes enteras hablando de él a sus compañeras de trabajo y lo hacía con tanta convicción que todas ellas le asumieron como real. Incluso, hubo ocasiones en que le culpó de su rostro demacrado, aduciendo una noche de llanto después de una fuerte discusión con él. Pero un día comenzaron a sospechar, a cuestionar, a pedir alguna muestra de que realmente existía, porque nunca habían visto una evidencia de lo contrario.

Todo lo anterior le hizo sentirse observada, perseguida y optó por refugiarse en su pequeño departamento, donde nadie la molestara ni le hiciera cuestionamientos incómodos. Cerró con llave y se metió a la cama, cerró fuerte los ojos y deseó con todo su ser parecerse a él. Al despertar la mañana siguiente, se dio cuenta que su estructura molecular había cambiado y que ahora se encontraba formada de esa sustancia blanquecina y translúcida  de la cual están hechos los sueños. Sobra decir que a partir de ese momento,  nadie más la volvió a ver. 

domingo, 2 de diciembre de 2012

El miedo a ser bueno




Es la última escena de una de mis películas favoritas. Lester -interpretado magistralmente por Kevin Spacey- es cuestionado por una sensual Lolita -en la piel de Mena Suvari- acerca de cómo se siente en ese justo momento. Su respuesta, después de pensarlo durante unos cuantos segundos es "Me siento muy bien" -I feel great-. Es el momento en que el personaje se da cuenta de que ha comenzado a vivir y por primera vez en la película adquiere consciencia acerca de lo feliz que se siente con las decisiones que ha tomado y que lo han llevado al lugar que ocupa en esta última toma. 

Justo unos momentos antes ha rechazado algo que ha deseado durante toda la cinta y al hacerlo reconoce que, a pesar de lo que pudieran decir los demás, él es -sigue siendo- una buena persona. Es aquí que suena una detonación de arma de fuego y aparece una salpicadura de sangre sobre los azulejos de la pared de la cocina. Algo totalmente injusto a los ojos del espectador, ya que a lo largo de la película el personaje de Spacey se ha ganado el cariño del público y decididamente, no se lo merecía.

La muerte como consecuencia a la bondad, sin embargo, no es algo nuevo para mí. 

Cuando estaba en los primeros semestres del bachillerato sobresalía uno de mis compañeros por su carácter afectuoso, su optimismo, su alegría por la vida y porque siempre ayudaba a todo aquel que lo necesitara. Pueden imaginar la sorpresa de los compañeros la mañana que llegamos y no le encontramos más. Accidente. Atropellamiento justo afuera de la escuela.

Años más tarde, un pintoresco personaje, buen marido, buen padre, sin vicios... enfermedad terminal. Y hace poco, un estudiante dedicado, hijo cariñoso, novio fiel, trabajador responsable, ejemplo y apoyo para todos sus compañeros. 

Me llaman poderosamente la atención comentarios como ya ves, se mueren los buenos, se quedan los malos, precisamente porque es cierto. Es por eso que no puedo darme el lujo de ser bueno: estoy convencido de que la bondad me garantiza una muerte prematura y yo quiero vivir.

Y si para eso tengo que ser malo, lo seré, pondré en ello todo mi empeño y disfrutaré vivir de esa manera.