domingo, 28 de abril de 2013

Momentos y oportunidades




Se detuvo de repente, como hacen las personas cuando recuerdan las cosas importantes. Se sacó de encima el abrazo y sus ojos -oscuros, como el café cargado-, se abrieron  un poco más de lo natural. Después recuperaron su mirada de mujer en aparente calma, para luego caer una vez más en los de él y perderse en ellos por tres segundos, que para ella fueron tres eternidades.

-¿Qué estamos haciendo? -preguntó al fin.

Él no respondió de inmediato. Se dio tiempo para contemplar ese rostro moreno de expresión desconcertada, enmarcado por los negros cabellos que ocultaban un poco la frente perlada de sudor a causa del calor de los cuerpos. Mientras sonreía, acarició con sus dedos la tersa mejilla y los labios entreabiertos que minutos antes le colmaban de besos.

-Disfrutando del momento -dijo él.

Y después de una breve pausa, todavía agregó:

-Estos instantes, las cosas que estamos viviendo ahora, no se volverán a repetir. De tal manera que cada segundo debe ser aprovechado al máximo, debería considerarse como obligación tomar cada momento como lo que realmente es: Una oportunidad.

-Entonces yo deseo tomar mi oportunidad y disfrutar este momento junto a ti -interrumpió  abruptamente, como una niña.

Él todavía intentó continuar su argumentación, pero ella y la mordaza de besos con que selló sus labios se lo impidieron por completo.


domingo, 14 de abril de 2013

Ganas



El espectáculo natural que se despliega ante mis ojos me obliga a hacer un alto en mi ajetreada rutina diaria. Tan cotidiano y al alcance de todos, que dudo que la gente lo pueda apreciar en toda su hermosura. El viento cálido comienza a circular entre las hojas del sauce y produce un sonido que me hace sentir en un bosque encantado. Los rayos de sol se cuelan por los espacios que dejan los cúmulos de nubes y algunos trinos esporádicos se escuchan a lo lejos. 

Yo aspiro profundamente y sonrío al recordar la humedad de unos besos prodigados en este mismo lugar, un talle que encontraba cabida perfecta en el espacio que hay entre mis brazos y mi pecho, una falda negra que cedió terreno a los incansables sátiros que guiaban mis manos durante la intensa lucha de los labios y las lenguas. ¿Cómo no recordarla? Su piel morena, sus ojos grandes y claros, su cintura breve, sus piernas largas, sus hombros perfectos, los senos redondos y firmes, el artístico cuello, la sonrisa misteriosa, pero -sobre todo-, la intensidad de los besos.

Sumido en el mencionado trance, mi mano derecha se mueve como si tuviera voluntad propia hacia el bolsillo del saco. Sin usar la otra, con un hábil movimiento de los dedos índice  y medio, saco de la cartera la fotografía que más me gusta de todas las que tengo de ella y mis labios son sorprendidos por la segunda sonrisa inesperada de la tarde, mientras pienso que debí disparar la cámara aquella otra tarde de locura, de escapatorias, de preguntas con respuestas obvias, para obtener esa fotografía que ella cree que tengo, pero que nunca tomé. Y de lo cual me arrepiento todos los días.

Al momento de extraer la imagen de la cartera, una hoja de papel azul, doblada en ocho partes, cae junto a mis pies. Es verdad, siempre las tengo juntas, no lo recordaba. Esa hoja, regalo suyo, guarda un texto que es para mí lectura obligada todas las noches, antes de dormir: un conjuro que exacerba mis ganas de verla de nuevo, de volver a correr los senderos de su piel sobre el potro desbocado de mi lengua. Siempre que lo hago me pregunto si ella me recordará en alguna ocasión o si tendrá idea de lo mucho que aún me excita el simple hecho de mencionar su nombre, desde la nocturna prisión de mis sábanas.

Me inclino para tomar la hoja de papel que cayó al suelo y la desdoblo cuidadosamente. El contenido, la sensual mujer que escribió la nota y lo que me hace sentir su lectura, confieren a dicha pieza un grado de fetiche que me obliga a leerla con calma y mesura. Se ha vuelto objeto de ritual y debo conferirle el respeto que, como tal, se merece. Dice así:

Durante la ducha pensaba en ti, mientras imaginaba tu miembro erecto, despertó mi libido, recordando nuestros cuerpos desnudos y fundidos en uno... Solo una sombra... Solo tú y yo... ¡Solo uno!
Recuerdo tus tibios labios al correr por mi espalda, sedientos de amar y con ganas de ser saciados por el tibio néctar que fluye de mi cuerpo. Tus besos penetrantes como dagas al pecho y tan ardientes como el fuego. 

Acaricia mi ser, toma mi cuerpo y hazlo que estremezca al punto de no poder parar hasta obtener el goce total. Ámame, ¡no te detengas! Disfruta el vaivén de mi cuerpo. Besa mi sexo. Siente el agitado palpitar de mi pecho mientras te colmo de placer. 

Al escribir esta nota mi corazón latía más fuerte, mi pulso se aceleraba y yo... ¡Oh, no puedo describirlo con palabras! Lo que descubrí es que mis ganas de ti permanecen intactas en mí y esperan ansiosas la salvaje acometida de tu persona, de tu ser, de ti... 


domingo, 7 de abril de 2013

Un dolor



Hace más de tres meses que no la veo. Corrección: hacía más de tres meses que no sabía nada de ella. Hoy me la encuentro y así, sin más, vuelve a perturbar mis pensamientos como lo ha hecho desde el primer día.

Es la presentación de un libro en un evento dedicado a la  literatura. El traje sastre color gris Oxford que ciñe su figura y el gafete que cuelga de su cuello con un listón azul marino  me indican que tiene algo que ver con la organización del evento. No estoy acostumbrado a verla usando falda por lo que en primera instancia, dudo que realmente se trate de ella.

Yo estaba hojeando algunos de los ejemplares que estaban en exhibición cuando la descubrí ahí, tan hermosa como siempre. Luciendo su cautivadora sonrisa y sacudiendo esa melena -ahora corta- que lleva en una de esas tonalidades rojizas que tanto les gustan a las mujeres.  

En determinado momento, nuestras miradas se cruzan y es justo ahí cuando lo siento, a la altura del corazón, una especie de pinchazo, como si alguien me hubiese atravesado el pecho con una de las grandes agujas con las que mi abuela solía tejer. La molestia es tan grande que decido regresar el libro a su lugar en el estante y salir a  tomar un poco de aire fresco. Me siento en una de las jardineras y descubro que es precisamente cuando respiro con mayor profundidad, que el dolor se vuelve más agudo. Una voz que reconozco pregunta en tono de preocupación:


-¿Te encuentras bien?


De todas las cosas que podrían suceder, es ésta la más sorprendente, en especial por la forma en que nos alejamos el uno del otro la última vez. Quizá esa es la razón de que yo no pueda articular alguna frase que la haga quedarse conmigo por más tiempo. Me gustaría mentirle, decirle que todo está bien, que no tengo nada. Pero ella siempre logra que le diga la verdad.


-No. Siento un dolor intenso aquí -y señalo con la mano derecha el lugar exacto, bajo la solapa del saco. 
-Deberías cuidarte -me dice y, mientras se aleja para regresar a sus ocupaciones, me guiña un ojo antes de agregar: -¿No será que se te rompió el corazón en el momento en que me viste otra vez?
-Es posible -le contesto con la sonrisa más forzada que el dolor que siento me permite.


No puedo evitar mirarla cuando sube la escalinata. La falda resalta su bien formado trasero y me imagino que ha estado haciendo ejercicio, pues sus pantorrillas lucen de maravilla. Me vuelve loco, lo acepto. Y estoy seguro que ella lo sabe. Toda una andanada de pensamientos y de recuerdos llegan a mi mente: no puedo respirar. Mi pulso se acelera y comienzo a sudar frío. Me dirijo al baño para mojarme la cara y mientras veo mi reflejo no dejo de pensar en ella, en mis ganas de tomarla entre mis brazos, de besarla salvajemente una vez más, como lo hacíamos en aquellos días, a escondidas de todos. 

Después de un par de minutos me tranquilizo un poco, pero el dolor sigue ahí. Me doy cuenta que permanecer en este lugar, observándola desde lejos, podría tomarse como acoso de mi parte o, lo que resulta peor aún... Masoquismo. Decido emprender la retirada y hago lo posible por tomar una ruta que no me lleve a donde ella está, pero el destino tiene otros planes para nosotros. Tomo un corredor alterno para salir al estacionamiento y justo frente a mí, aparece ella con toda su pálida y despampanante belleza caminando hacia mí sobre esos zapatos rojos.


-¿Ya te vas?
-Sí -le respondo. -Se hace tarde y tengo hambre...
-¿De mí?


Esa pregunta me deja helado. Obviamente no esperaba algo así, por lo que mi respuesta en un torpe balbuceo solo es...


-¿Perdón? ¿Qué dijiste?
-Nada. Olvídalo -me dice mientras sonríe pícaramente.


Ella sigue su camino y yo el mío. Su perfume queda flotando en el ambiente y yo no puedo contenerme. Aprovechando que el corredor está vacío me vuelvo hacia ella y le digo en voz alta


-Sí, tengo hambre de ti...


Ella regresa a sus actividades y yo, camino a casa sigo preguntándome cómo es que me hechizó, cómo logra tenerme prendado así, con tanta pasión, con este desbordado deseo... Mi niña, mi amor prohibido, si tu apuesta era hacerme perder el control, volverme loco, déjame decirte que lo has logrado... 

Y mientras lo pienso, el dolor acomete otra vez y mis manos se crispan sobre el volante del coche.