Para quien buscaba respuestas, aquí hay algunas.
Las sillas eran de madera, con estampado floral en los acojinados de asiento y respaldo. No estaban diseñadas para ser cómodas -y no lo eran-, sino para mantener a la concurrencia alerta. Frente a las cinco hileras de sillas, cargado hacia la izquierda, se encontraba un pequeño estrado, de madera también, barnizado al natural. Detrás de éste, un cartel describiendo Los doce pasos y un poco más al centro, una fotografía de Bill Wilson en blanco y negro.
El sujeto que tomó la palabra, varón, cerca de los treinta, lucía un tanto nervioso. Pero todos lo estamos la primera vez.
-Buenas noches, mi nombre es Ricardo -dijo él.
-Buenas noches -contestamos los demás en coro.
-Estoy aquí, ante ustedes, porque me doy cabal cuenta que soy un adicto y que no hay manera de que pueda controlarme.
-¿Cuál es tu adicción? -Preguntó a dos sillas de distancia el adicto a los video juegos.
-Soy adicto, compañeros, a la mirada inundada de amor de las mujeres. Tengo la necesidad de verme reflejado en sus ojos, a través de la radiante luminosidad que proyecta una mirada extasiada de amor y de placer. Es por eso que, de manera casi inconsciente las conquisto, las seduzco, les hablo al oído con frases dulces y tiernas.
Lo primero que hago es localizar una gacela herida -son más fáciles de acometer-, para aprovechar la vulnerabilidad de su espíritu en ese momento. Me he vuelto experto en identificar a quienes recién terminaron una relación o la que viven es tormentosa, a las chicas plantadas en los cafés o en el cine y a las que tienen problemas familiares y se sienten solas, además de aquellas que sufren porque nunca se han sentido importantes para nadie o las que buscan desesperadamente que alguien les diga Te Quiero...
Esa es la clave, llegar en el momento adecuado y ofrecerles ser escuchadas, ser atendidas. Después se requiere paciencia y trabajo constante para ir ganando su confianza, su cariño y, cuando empiezan a sentir algo más, es hora de hacer una pausa, dejar de buscarlas por unos días o un par de semanas, que sientan la desesperación y la necesidad de mi compañía. Es justo aquí cuando vuelvo a aparecer y obtengo de ellas esa mirada de la que hablaba antes. Veo la expresión de júbilo en su rostro y siento en sus abrazos que he logrado mi objetivo.
Esa es la clave, llegar en el momento adecuado y ofrecerles ser escuchadas, ser atendidas. Después se requiere paciencia y trabajo constante para ir ganando su confianza, su cariño y, cuando empiezan a sentir algo más, es hora de hacer una pausa, dejar de buscarlas por unos días o un par de semanas, que sientan la desesperación y la necesidad de mi compañía. Es justo aquí cuando vuelvo a aparecer y obtengo de ellas esa mirada de la que hablaba antes. Veo la expresión de júbilo en su rostro y siento en sus abrazos que he logrado mi objetivo.
Trato de hacer lo mismo con todas las mujeres que voy conociendo, aunque no todas responden de igual manera. Sin embargo, son las menos.
He repetido este patrón infinidad de veces, desde hace varios años. Con mi compañera de trabajo, la mesera del café y la bailarina del table dance; la maestra de primaria o de jardín de niños y la chica 10 años mayor que yo, que conocí a mis 20 y que irrumpió en mi vida nuevamente hace tres semanas; mi profesora de piano, la hermana de mi mejor amigo, la mejor amiga de mi ex-novia y la adolescente confundida; la madre soltera y la chica divorciada que conocí en la galería; el antiguo amor que no ha podido olvidarme -lo correcto sería decir a quien no le he dado la oportunidad de olvidarme-, la secretaria del colegio de mi sobrino, la hija de padres separados que conocí en el bar, la niñera y mi psiquiatra.
Yo les prodigo cariño por un tiempo, luego cierro el vertedero y poco después regreso a buscarles. Es entonces que ellas se desbordan de cariño y gratitud...
-El hecho de que estés aquí y reconozcas que tienes un problema muestra que quieres cambiar. Ése es el primer paso. -Dijo el adicto al porno.
-¿Cambiar? -Respondió el tipo desde el estrado. -No, no quiero cambiar. Quién podría renunciar a esa sensación de placer que produce un te quiero sin palabras, un te necesito disfrazado de abrazo. Es alimento para mi ego insaciable y, por lo mismo, estoy incapacitado para la fidelidad.
Nunca he sido fiel y nunca lo seré: no puedo sustraerme a ésa sensación...
Nunca he sido fiel y nunca lo seré: no puedo sustraerme a ésa sensación...
Miró fijamente a la chica de falda gris, adicta al sexo, sonriendo a medias, haciéndole notar su interés en ella. Salió por el portón sin decir más. Ella se levantó para alcanzarlo unos segundos después. Logro ver como flota su cabello en el marco vacío cuando gira bruscamente al salir, buscando al adicto con la mirada.
Yo me limito a sonreír. La reconozco ahora como adicta a las relaciones complicadas también.
Se encontrarán allá afuera, eso es seguro. Él obtendrá de ella esa mirada de la que habló y ella logrará sentirse importante para alguien, aunque no sea real. Y todo a cambio de unos cuántos días de llanto a la semana. Ella lo sabe y lo acepta como tal, por lo tanto, creo que es un trato justo. Se merecen mutuamente...
Los otros adictos a mi alrededor se miran extrañados y, antes de que comenten algo, decido salir del recinto también.
Me voy al bar. Creo que necesito una cerveza.
Me voy al bar. Creo que necesito una cerveza.
Salud.