Llegó enfundado en aquellos vaqueros gastados de las rodillas que marcaban sus piernas. Una camiseta roja, sin estampados y una chamarra negra de piel, con franjas blancas en el pecho. No fue así como lo conoció, pero sí era esa la imagen que de él guardaba en su mente. La desarmó con la misma sonrisa de siempre y le dio el acostumbrado beso en la mejilla.
La tarde, se había oscurecido de nubarrones y el viento soplaba con fuerza desde el poniente despeinando esos cabellos originalmente castaños -cuando la conoció- ahora rubios. En un solo movimiento se quitó la bufanda y la colocó alrededor de aquél grácil cuello femenino.
-Es para ti: un regalo.
La abrazó. Aspiró su perfume rozando apenas, con su nariz, la región de piel dos milímetros más abajo del lóbulo de su oreja izquierda. Ella cerró los ojos y se estremeció, le dejó hacer, pero súbitamente se alejó de él, dando un paso hacía atrás y mirándolo con intensidad. Sonrió sin alegría.
-Debería ser delito oler adolescentes, ¿recuerdas?
Tarde lluviosa, la penumbra de una sala de cine, la excitación de estar juntos a solas y a escondidas después de algún tiempo, escenas que parecían tomadas de su propia historia... ¿Quién podría olvidarlo?
-Claro que lo recuerdo -contestó él.
Se acercó a ella con esa actitud decidida que tanto la impresionó desde el primer momento. Ella se alejó un paso más y su espalda se encontró con la pared. Él tomó ventaja de esta situación y la besó en la boca entreabierta, despacio primero, mordiendo suavemente el labio inferior que parecía ofrecerse en holocausto para el demonio de su lengua. Ella abrió los ojos, respirando agitadamente y preguntó:
-¿Por qué lo haces?
-¿Hacer qué? -respondió él como si lo ignorara. Por su cabeza cruzó la idea de contestarle que lo hacía porque podía hacerlo, porque era divertido o simplemente porque le excitaba ese juego, pero ella no le dio tiempo de hablar. Tomándolo del cinturón, fue ella quien lo besó a él.
-Esto no está bien -dijo ella acariciándole la mejilla con su mano izquierda.
Justo en ese momento sonó el celular. Respondió sin prisa y con tranquilidad, como si nada estuviera pasando.
-Es él -dijo al mismo tiempo que presionaba el botón de colgar-. Me preguntó que si tardaría mucho en llegar.
-Te acompaño. Tomemos un taxi.
No pasó mucho tiempo para que abordaran un coche de alquiler en cuyo asiento trasero se prodigaron todos los besos anhelados que la situación les permitió. Él bajó dos cuadras antes -como siempre- y siguió al vehículo con la mirada hasta que éste se detuvo en la casa azul donde la esperaba el otro: el que todos conocían, el que no tenía que esconderse.
Ella volteó hacia donde se encontraba él y todavía se dio tiempo para soplar un beso desde su mano. Él lo recibió de pie junto a las vías, sacudió la cabeza en un gesto de desaprobación y preguntó en silencio ¿por qué lo haces?