Tomó el álbum de fotos entre sus manos. Lo contempló largamente y en silencio, como si no se decidiera a abrirlo. Las pastas eran gruesas y duras y, sobre un collage de recortes de partituras, aparecía una rosa de pétalos azules.
Acarició la orilla de la portada con los dedos medio y pulgar de su mano derecha, hasta hacerlos coincidir en la esquina inferior derecha. Y entonces lo abrió.
Una andanada de recuerdos vino a su mente mientras recorría las páginas del álbum fotográfico, sonriendo y evocando los momentos de aquella historia, imposible de olvidar dada su intensidad.
Detuvo su exploración, y el sucesivo pasar de las hojas. Una fotografía en particular llamó su atención. La sacó de aquella página plastificada y miró el reverso. Sonrió una vez más: 29 de junio de...
Y los recuerdos seguían acudiendo a su memoria, cada vez con mayor claridad:
Era un poco más de las tres de la tarde de un día que había comenzado frío, pero que ahora no lo era tanto. El mensaje de texto ya era esperado, así que lo leyó en cuanto sonó su móvil: Ya estoy aquí.
Respondió de manera simple: Sube, estoy en la oficina.
Era viernes. Para esa hora todos los compañeros de trabajo ya habían salido, dispuestos a gastar sus quincenas lo más rápidamente que les fuera posible y por esa razón el lugar estaba desierto. Solo se escuchaba el viento pasar entre las hojas de los sauces en el jardín contiguo.
Él sintió su presencia y giró la cabeza hacia donde estaba la hermosa visitante. Su silueta contrastaba contra la luminosidad del sol cayendo a plomo allá afuera, detrás de ella. Llevaba unos botines de gamuza, con tacón alto y agujetas. El cierre, de unos cinco centímetros, por la parte interna y en la externa un adorno en forma de hebilla. Sus piernas eran ajustadas por unos mallones color café oscuro. El color predominante en la minifalda era el gris y sobre la blusa clara traía una chaqueta corta, de esas que las mujeres llaman toreritas.
-¿Ya terminaste? -Preguntó ella desde el umbral.
-Ya. Solo estaba apagando la computadora. -contestó él.
-Perfecto.
Ella comenzó a andar hacia el escritorio, mirándole fijamente. Él disfrutó cada paso que dio, siguiendo con la mirada esa cadera que se balanceaba con aquella sensualidad innata en ella. Se detuvo frente a él y se inclinó, sin doblar las rodillas, para besarle en los labios mientras sostenía la cara entre sus manos. Él correspondió a la tibia caricia cerrando los ojos.
Ella se sentó sobre las piernas de aquél hombre, de frente y sin retirar la mirada, acercando su sexo al de él, quién por mero instinto volteó hacia la puerta, deseando que ninguno de sus compañeros llegase y los descubriera. Pero un pensamiento lo tranquilizó: viernes de quincena...
Consciente de ello, metió ambas manos por debajo de la falda, hasta sostener con ambas las bien formadas nalgas de la chica, siguiendo el movimiento, la cadencia, el vaivén que ella había comenzado minutos antes.
La observaba complacido. Toda ella era excitante: los ojos grandes y expresivos, los labios intensamente rojos, el largo cabello oscuro, las mejillas encendidas a causa del roce íntimo.
Sacó sus manos de donde estaban y exploró con sus dedos aquella espalda debajo de la blusa, mientras la besaba entre el cuello y la mandíbula. Deslizó ambos índices suavemente y con habilidad en un movimiento que ascendió por las vertebras dorsales, hasta llegar a la altura de las escápulas. Desandó después aquél camino y, tomando la blusa por el frente con sus manos, la subió delicada y lentamente, hasta dejar al descubierto un par de senos hermosos, perfectos, como cincelados por escultores griegos. Aquella piel temblaba, ávida de caricias...
Sus recuerdos se interrumpieron de pronto, por el inoportuno sonido del teléfono en su escritorio. Bufó con evidente molestia y cerró de un golpe aquél álbum de pastas gruesas.
Se levantó de la salita para atender la llamada y aún se dio tiempo de pensar en aquellas fotos, en aquella historia -corta pero intensa-, registrada para siempre en imágenes; en aquella mujer hermosa y atrevida que le seguía excitando y en el genuino arrepentimiento de no haber tomado aquella foto, frente al espejo de la posada y mientras ella se vestía: esa que siempre reclamó y de la que probablemente siga pensando que él mantiene oculta en su colección privada, únicamente para su deleite personal...