Por la posición del sol en la escena, deduzco que era más o menos esta misma hora.
Primero aparece Melanie Griffith como Charlotte Haze, mostrando el lugar a Jeremy Irons, efundado en su papel -y en el traje- del nuevo profesor de literatura de la Universidad de Bearsville. Inmediatamente después la cámara descubre detrás de un seto a la muy desarrollada Lo (Dominique Swain), quien hojea una revista mientras el agua del aspersor moja su vestido, lo cual permite que puedan verse su piel y sus formas a través de la inevitable transparencia.
Durante el siguiente acercamiento a la expresión del profesor Humbert, el espectador se da cuenta que ese primer contacto visual es el comienzo de la caída del personaje. Desde entonces se le adivina hechizado por los encantos de Lolita. Desde ese momento se intuye que ella será su perdición. Los 58 segundos que pasan desde que el profesor entra en escena hasta que Dolores Haze le sonríe me parecen extremadamente sensuales, aunque de una manera tensa y llena de dolor: el preludio de una caída estrepitosa.
Esto no es un jardín sino la piscina de un hotel de playa y yo no soy un profesor de literatura, pero sí lo soy de inglés. Es el mes de septiembre y el día ha estado radiante, pese los pronósticos de huracán. La inclinación de los rayos del sol no hubiese logrado que mi memoria evocara la escena de la película de Lyne, de no ser por la chica adolescente que se encuentra leyendo a unos metros de mí.
Tratando de que mi movimiento pase inadvertido me coloco justo frente a ella. Debido al diseño de la piscina, en esa zona nos separan unos cinco metros, aproximadamente. Ella está sentada a los pies del camastro donde se encuentra dormida su madre. Demasiadas piñas coladas. Tiene las piernas metidas en el agua, un top negro y lentes oscuros. El cabello suelto y ondulado resalta sobre sus hombros y, contrastando con el top, el calzón del conjunto es de color azul celeste, solo un poco más oscuro que la pintura del fondo. Casi me siento un degenerado, mirándola de esta manera.
Ahora he logrado ver la tapa del libro que tiene en las manos: María, de Jorge Isaacs. Me pregunto qué parte de la historia de María y Efraín es la que lee en este momento. Ella cierra el libro y se quita los lentes de sol. Mira distraidamente alrededor y su mirada se cruza con la mía. Sus pestañas son extraordinariamente tupidas y ella me sonríe mostrándome los brackets como la Lolita de Lyne lo hace con el profesor Humbert. Mi corazón late con fuerza.
No, no sucederá. Las historias de cine no se repiten en la vida real. Yo no la conozco y ella no me conoce: no existe el riesgo de que esa sonrisa sea el preludio de mi desastre personal, de mi propia caída estrepitosa.
Ella vuelve a sonreír mientras yo no puedo dejar de mirarla fijamente...
Durante el siguiente acercamiento a la expresión del profesor Humbert, el espectador se da cuenta que ese primer contacto visual es el comienzo de la caída del personaje. Desde entonces se le adivina hechizado por los encantos de Lolita. Desde ese momento se intuye que ella será su perdición. Los 58 segundos que pasan desde que el profesor entra en escena hasta que Dolores Haze le sonríe me parecen extremadamente sensuales, aunque de una manera tensa y llena de dolor: el preludio de una caída estrepitosa.
Esto no es un jardín sino la piscina de un hotel de playa y yo no soy un profesor de literatura, pero sí lo soy de inglés. Es el mes de septiembre y el día ha estado radiante, pese los pronósticos de huracán. La inclinación de los rayos del sol no hubiese logrado que mi memoria evocara la escena de la película de Lyne, de no ser por la chica adolescente que se encuentra leyendo a unos metros de mí.
Tratando de que mi movimiento pase inadvertido me coloco justo frente a ella. Debido al diseño de la piscina, en esa zona nos separan unos cinco metros, aproximadamente. Ella está sentada a los pies del camastro donde se encuentra dormida su madre. Demasiadas piñas coladas. Tiene las piernas metidas en el agua, un top negro y lentes oscuros. El cabello suelto y ondulado resalta sobre sus hombros y, contrastando con el top, el calzón del conjunto es de color azul celeste, solo un poco más oscuro que la pintura del fondo. Casi me siento un degenerado, mirándola de esta manera.
Ahora he logrado ver la tapa del libro que tiene en las manos: María, de Jorge Isaacs. Me pregunto qué parte de la historia de María y Efraín es la que lee en este momento. Ella cierra el libro y se quita los lentes de sol. Mira distraidamente alrededor y su mirada se cruza con la mía. Sus pestañas son extraordinariamente tupidas y ella me sonríe mostrándome los brackets como la Lolita de Lyne lo hace con el profesor Humbert. Mi corazón late con fuerza.
No, no sucederá. Las historias de cine no se repiten en la vida real. Yo no la conozco y ella no me conoce: no existe el riesgo de que esa sonrisa sea el preludio de mi desastre personal, de mi propia caída estrepitosa.
Ella vuelve a sonreír mientras yo no puedo dejar de mirarla fijamente...