Faltan 5 minutos para las 6 de la tarde en el reloj de pared de la sala. No hace frío, pero el viento se escucha soplar más fuerte de lo habitual afuera de la casa. Un niño de unos 6 años muere de aburrimiento frente al televisor, recostado en el sofá con una almohada bajo la nuca.
Su madre aparece en el marco de la puerta y con un ademán le indica que es hora de ir a traer el pan.
A los seis años, aún no ha aprendido argumentos para negarse y, además, él mismo deseaba que sucediera algo que le sacara de su inmovilidad.
Al dar la vuelta en la esquina se da cuenta que el movimiento de las personas a esa hora de la tarde es inusual. En el lugar donde se reúnen los teporochos del barrio (así les llama su padre) hay una patrulla con la torreta encendida y la gente busca con la mirada algo en el segundo piso de la casa de la esquina.
Entre la multitud de curiosos, alcanza a reconocer a uno de sus compañeros de la primaria. Como quedaban en el camino hacía la panadería, es inevitable pasar junto a él y su madre que le sostiene con fuerza de la muñeca, como si creyera que su hijo le pudiera ser arrebatado por el viento. Al preguntarle al otro niño qué era lo que sucedía, él solo le señala con el dedo hacia una ventana del segundo piso, donde se ve a contraluz la silueta de un hombre que se balancea como si solamente estuviera...
-¿Colgado? -es lo que el niño escucha preguntar a su madre a la otra señora.
-Sí. Al parecer no se habían dado cuenta hasta hace un rato.
-¿Y por qué lo hizo?
-Nadie sabe. Pero mañana le pregunto a la señora Lucrecia, que vive aquí a la vuelta. Ella siempre se entera bien de las cosas.
Madre e hijo se alejan de los curiosos, con rumbo a la panadería. Una vez ahí, el chico observa a su madre escoger las cinco piezas acostumbradas. De regreso tienen que pasar por el mismo lugar y él se cubre los ojos con la mano. No tengas miedo escucha la voz que le habla desde allá arriba, desde la altura de los adultos. Él desearía no tener miedo, pero eso a veces resulta un poco difícil. Especialmente cuando eres un niño. Especialmente cuando ves el cuerpo de un hombre sin vida balancearse lentamente, pendiendo de una cuerda atada al cuello. El miedo resulta inevitable. Sobre todo, cuando estás seguro que el colgado volteó y clavó en los tuyos la mirada de sus ojos muertos...