Despierto de mal humor y, la primera cosa contra la que descargo mi furia es ese puto despertador.
Y no es solo el ruido que taladra mi cerebro o la resaca después de mi visita al bar, anoche. Es que realmente no quiero levantarme. Quiero quedarme aquí, en esta deliciosa cama.
Me cubro la cara nuevamente con las sábanas y duermo diez minutos más, hasta que el despertador vuelve a sonar allá en el piso. Me veo obligado a levantarme para silenciarlo. La caída provocó que se le rompiera una esquina de plástico rojo cuyo pedazo faltante alcanzo a ver cerca de mis zapatos.
Cambio de hábitos. Eso es lo que me repito mentalmente mientras me coloco la ropa deportiva. Hace frío y aún no amanece. Yo, mascullo varias groserías aleatorias.
Trato de recordar una razón por la que estoy haciendo algo que está totalmente fuera de mis rutinas y que, definitivamente, no me gusta. Es ahora que recuerdo la frase de Lester (con su cara de Kevin Spacey, alcanzando al par de Jim's) explicando: "I want to look good naked". Suspiro con alivio. No es mi caso.
La temperatura, las farolas encendidas y los pocos autos estacionados dan la impresión de que aún es de noche, sin embargo la ciudad ya está despierta, viva. La gente camina con prisa. Yo imagino que cada una de esas personas apresuradas tiene secretos, tal vez secretos sucios, sórdidos...
Llego al gimnasio y el tipo encargado recién está abriendo. Todavía falta un buen rato para que salga el sol. Entramos después de él, una chica y yo. Pienso que hay pocos locos que se levantan a esta hora para hacer ejercicio. Luego me doy cuenta que no es así.
Suena un mix de música electrónica, música de gimnasio. Casi puedo adivinar a cuál Mix de Yutub es al que corresponde. Odio esa pinche sonido, pero esta vez olvidé mis audífonos.
De a poco, se va poblando el lugar. Yo coloco mis cosas en la estantería y después me acerco al fortachón que está detrás del mostrador para explicarle que es la primera vez que acudo a este tipo de lugares, que voy a pagar una mensualidad y le pregunto si es él quien me va a explicar cómo se usan los aparatos. Responde que sí; luego me registra en la computadora y recibe mi dinero.
De a poco, se va poblando el lugar. Yo coloco mis cosas en la estantería y después me acerco al fortachón que está detrás del mostrador para explicarle que es la primera vez que acudo a este tipo de lugares, que voy a pagar una mensualidad y le pregunto si es él quien me va a explicar cómo se usan los aparatos. Responde que sí; luego me registra en la computadora y recibe mi dinero.
Todos se olvidan de lo que están haciendo cuando entra un hombre ya mayor vestido con shorts, una camiseta descolorida y tenis blancos. El encargado le saluda de mano, con una total reverencia, luego los otros cuatro tipos que llegaron después de mí y tres de las cinco chicas que ya se estaban ejercitando se acercan prácticamente corriendo para darle un beso en la mejilla. Le ven pasar abriendo muy grandes los ojos. Quiero pensar que ese tipo es el dueño del lugar.
El personaje en cuestión se adelanta hasta la banca que está cerca de la zona de regaderas y se ajusta los cordones de los tenis. Me vence la curiosidad y pregunto al encargado si ese señor es el propietario.
No, -me dice con una sonrisa y sin dejar de observar al tipo aquél-, solo es alguien a quien admiramos, un atleta.
-¿Qué clase de atleta? -Insisto yo, que nunca aprendí a identificar el momento en que debo dejar de preguntar cosas.
-Un atleta sexual -responde el fortachón.
Una hora después, camino a casa, exhausto, adolorido y sediento, me sigo preguntando si escuché bien.
Estoy caminando como un autómata, mis ojos fijos en la banqueta, viendo, pero sin mirar nada en particular. Imagino nuevamente que el panadero, el hombre en bicicleta, la señora que lleva a su hijo a la escuela, la enfermera que sube al transporte público, el sacerdote en su auto color verde botella, el taxista, las chicas del gimnasio, el fortachón con calvicie prematura, las colegialas que pasan en grupos de cinco frente a mí, el gordo que compra galletas, la licenciada que fuma Viceroy, el agente de tránsito y el hombre de los tenis blancos deben tener historias sórdidas, secretos que les avergonzaría contar... Luego decido que es momento de ponerle freno a mi imaginación. Llevo mis pensamientos a otras cosas.
Solo de pensar en que mañana tendré que levantarme tan temprano como hoy, vuelvo a enfurecer. En mis recuerdos, surge en off la voz de Kevin Spacey diciendo que necesitará unos consejos el día que sale a correr por primera vez.
Solo de pensar en que mañana tendré que levantarme tan temprano como hoy, vuelvo a enfurecer. En mis recuerdos, surge en off la voz de Kevin Spacey diciendo que necesitará unos consejos el día que sale a correr por primera vez.
También yo requiero algunos. Sé donde encontrarlos. Mañana, sin falta, le pregunto al viejo.