Borracho.
Feliz cumpleaños...
La lluvia era ligera pero pertinaz. El viento frío parecía darle un color aún más gris a esa tarde de verano y, sobre la colina, el viejo árbol lucía dispuesto a desafiar a los elementos, lo cual es fácil de hacer cuando se sabe que la espera valdrá la pena.
Sin embargo, después de un año, la pequeña golondrina no apareció.
Lluvia golpeando al árbol con fuerza creciente, más frío, penumbra y finalmente oscuridad. Decepción.
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Al día siguiente, al tocar apenas la luz del sol con sus primeros rayos la copa del árbol, el canto de la golondrina surgió nítido entre sus ramas.
Los árboles no sonríen, no tienen boca con qué hacerlo, pero había una sonrisa en su alma al reconocer el trino de Golondrina. Su golondrina.
-¡Hola!
-Hola pequeña.
-¿Cómo te va?
-No me puedo quejar: Soy un árbol sin boca...
Por extraño que parezca, a ella le gustaba ese ácido sentido del humor. La ironía de ese árbol duro, a quien había extrañado por espacio de un año. Año que había parecido ser más largo que el anterior, por increíble que esto suene. Justo ahora se acercaba al tronco del viejo árbol y le abrazaba con las suaves alas.
-Te extrañé.
-Y yo a ti mi niña.
-Sabes... Hice lo que tú me dijiste... Le di una oportunidad.
-Lo imaginé.
Si. Imaginarlo es la parte fácil, no así escucharlo de la propia voz de Golondrina. Voz diáfana y musical pero que es capaz de herir como una espada, aunque sea involuntariamente.
-Me dejó -Dijo Golondrina en una triste exhalación.
¡Increíble! ¿Qué mediocre golondrina podría dejar escapar a alguien como ella? Plena de juventud, belleza y... amor.
-¿Por qué?
-No me entendió. No sabe volar. No como tú y yo.
Metáforas. Los árboles no vuelan, por supuesto. Pero el cariño que existía entre los dos, que había existido entre ambos, los hacía entenderse en un nivel diferente, dónde a él no le faltaban las alas de ella, ni a ella le hacían falta los años de él para comprenderse mutuamente. ¿Amor? ¿Es posible llamarle así después de un año de ausencia y añoranza? ¿De qué otra manera llamarle? ¿Obsesión?
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Ni Árbol ni Golondrina se percataron del proyectil, extasiados como estaban en la contemplación del otro. La civilización se había acercado peligrosamente y alguno de los niños del pueblo, que jugaba cerca de las raíces, lanzó la piedra que rozó el ala izquierda de la frágil ave. Árbol le vio caer, incapaz de hacer nada para protegerla, para detener su caída.
Maldita condición de árbol inmóvil, inerte, inútil...
El poeta se dio cuenta del percance inmediatamente. Cerró el libro de pastas negras y se acercó a recoger a la pequeña avecilla herida. De manera inconsciente sintió una ola de preocupación al situarse debajo de la sombra que prodigaba el anciano árbol. Los poetas entienden el lenguaje de la naturaleza, en especial, el lenguaje del amor.
Asintió como si realmente escuchara el mensaje del gigante de madera y llevó a la golondrina a su casa para curarla. La colocó en una jaula y le atendió con la dedicación y esmero de alguien que valora la belleza de la vida. Lamentablemente, el pequeño corazón no resistió. Murió al caer la noche. Como el día que llega a su fin después del esplendoroso atardecer... justo entre las tibias manos del poeta.
Árbol se enteró al instante. Existía entre él y Golondrina un vínculo que nadie podía siquiera imaginar. Sintió como su corazón de madera se fracturaba ante la sensación de haber perdido de manera definitiva a la única criatura que le había hecho conocer el amor. El verdadero. Por primera vez en 200 años deseó no haber conocido jamás ese sentimiento que, justo ahora, dolía tanto.
¿Quién dijo que el amor no duele?
Esa noche, sobre la colina volvió a llover. Esta vez para disfrazar las lágrimas del árbol abatido por la pérdida de Golondrina. Su Golondrina.
-No quiero vivir si no está ella.
Fue lo que escuchó el poeta entre el golpeteo de las gruesas gotas de lluvia que daban de lleno en su ventana. Y apagó la luz.
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La civilización fue la encargada de conceder al árbol su deseo. Justo por la colina debía pasar el nuevo camino que la modernidad demandaba para hacer llegar los frutos de las cosechas a su destino en los pueblos de más reciente formación. Así que, el árbol de más de dos siglos fue sacrificado en aras de la prosperidad. De cualquier manera, ya no tenía caso vivir, era un árbol sin corazón. Había muerto junto con Golondrina.
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El poeta tomó las hojas con parsimonia. Él, personalmente había supervisado el proceso que convirtiera al viejo árbol en papel, materia prima que el artista valoraba como ninguna otra utilizada hasta entonces. Abrió el cajón y sacó el tintero. Encendió la lámpara de su mesa de trabajo y procedió a abrir el recipiente de plata donde guardó las cenizas de la golondrina. Mezcló las cenizas con la tinta ayudado por un abate-lenguas de madera roto.
Los aromas de la primavera se presentían ya en el ambiente, entrando a raudales por la ventana abierta. Cerró las dos hojas, haciendo a un lado la cortina para poder observar la luna llena, que en su pálido resplandor ilumina de luz el cielo y de inspiración el corazón de los poetas. Se sentó y comenzó a escribir.
Nocturno.
No puedo decirte que te quiero. Lo justo sería decir que necesito hacerlo...
La tinta se absorbió de manera perfecta en el papel especial y, al terminar el poema, el artista aspiró el dulce olor que desprendía su obra. Firmó con sus iniciales y sonrió satisfecho.
-A partir de esta noche, las almas de Árbol y Golondrina quedan unidas para siempre -Dijo el poeta en un susurro...
Y apagó la luz.