domingo, 24 de abril de 2011

Me da la gana





Afuera, los árboles eran mecidos por el viento bajo la mirada vigilante de la luna llena que aprovechaba para ver su propia imagen en el espejo del lago. Adentro, el frío que se colaba por las rendijas de la cabaña despertó a Rodrigo.


Levantó la mitad del cuerpo para recoger el cobertor del piso y se detuvo a contemplar el rostro de rasgos infantiles que sonreía a su lado, entre las sábanas.


Los hombros y espalda eran iluminados por la pálida luz de la Diosa de la Noche y, mientras cubría la hermosa y tierna desnudez, se preguntaba  en qué momento se volvió tan afortunado.




-¿Qué he hecho yo, niña mía, para merecerte a ti, para tenerte aquí, a mi lado? ¿Cómo es posible que alguien como yo, que no vale nada, tenga la fortuna de disfrutar de tus cálidas caricias, de las mieles de tus besos y la tibieza de tu cuerpo? ¿Por qué decidiste amarme a mí? De entre todos los hombres, ¿por qué yo?




Y pensando en esto, se quedó dormido.


Después de unos 20 minutos, fue Maribel quien despertó. Le vio dormido, con la mandíbula apretada, preocupado como siempre.


Se enderezó un poco. Se cubrió los senos desnudos con la sábana y le beso en la frente. Como si adivinara lo que pasaba por la mente de Rodrigo se inclinó hacia él y le dijo suavemente al oído:




-Piensas demasiado...




Y desplegando una amplia sonrisa, todavía agregó:




-Te amo porque me da la gana...¿y?




Y abrazándole con su tibia desnudez, se volvió a dormir.



sábado, 16 de abril de 2011

Viernes





Hoy es el último día de trabajo. De hecho, saliendo de la oficina tengo dos largas y prometedoras semanas de vacaciones. Podré descansar y pasarme por algún bar. Mi cuerpo pide veneno: Necesito una cerveza...

Apenas han dado las tres de la tarde y voy cerrando los cajones del escritorio cuando el bip del celular me alerta de un nuevo mensaje entrante:


Hoy en el bar de siempre. Desde las 8:30 de la noche.


Perfecto. Ya hay plan.

Llego tarde, por cierto -raro en mí-, y no bien he cruzado la puerta cuando ya el barman pregunta desde la barra:


-Michelada cubana, ¿verdad? ¿Como siempre?
-Sí, Adán. En el tarro que tiene mi nombre, por favor...


Tenemos hambre y pedimos la carta de botanas. ¿Que tal unas manitas de cerdo en vinagre o una carne apache?




Lo malo de vivir en un país predominantemente católico es que casi todos guardan vigilia durante la cuaresma e incluso en los restaurantes, son retiradas del menú las carnes rojas todos los viernes. Aquí la cocinera nos ha regañado.


-¿Ustedes no guardan la vigilia verdad?
-No -respondo yo con una amplia sonrisa y la señora cocinera se aleja refunfuñando.


Lo bueno es que el cliente siempre tiene la razón y nos han atendido de maravilla. Hemos devorado las manitas en vinagre, la carne apache y aún nos hemos atrevido a pedir unas fajitas de pescado que supieron a Gloria.

Estamos tan entretenidos bebiendo y platicando que no nos damos cuenta que ya están por cerrar. Nos entregan nuestra cuenta y después de pagar nos percatamos de que aún es muy temprano. Así que Germán toma la batuta y sugiere ir a otro lado.


-Ahora vayamos a un bar que conozco a la perfección. Seguido voy por ahí. Son mis rumbos -dice orgullosamente.


Todos los demás tratamos de hacerle ver que el lugar no es tan seguro como él piensa, pero borrachos como estamos, nos dejamos convencer.

¿Alguna vez han oído hablar de las señales? Esos pequeños indicios que la vida te pone para que no hagas ciertas cosas. Pues las hemos ignorado deliberadamente esta noche.

Primera señal.
Son casi las dos de la mañana cuando llegamos al lugar y  en el estacionamiento hay dos tipos, perdidos de borrachos. Uno de ellos se sienta en la banqueta y se queda dormido inmediatamente. El otro trata de levantarlo jalándolo de un brazo y lo único que logra es hacerle dar vueltas sobre su espalda como si fuera una pirinola.

Segunda señal.
Al entrar al bar nos informan que todas las promociones y descuentos ya no son válidas a esta hora, por lo que tranquilamente podríamos habernos ido a otro lugar. O a dormir como  he venido insistiendo desde hace un buen rato.

Mis amigos me mandan a callar y dicen que nos quedaremos. Todo parece ir bien. Nos sirven una cubeta de cervezas y seguimos bebiendo.

Desde esta terraza podemos ver a los borrachos que mencioné líneas más arriba. El dormido ha despertado y al parecer la vejiga le traiciona. Busca un lugar para orinar pero lo hace mientras camina dejando un sendero líquido a su paso.

De súbito comienza una pelea en una de las mesas [el alcohol y los celos son mala combinación, siempre recuerden eso mis jóvenes educandos] y luego en otra y otra y otra más. Pronto el bar entero es una batalla campal.

Mis amigos y yo ya hemos tenido suficiente de peleas durante nuestras épocas de estudiantes como para saber reconocer cuando no es conveniente intervenir. Así que casi todos los que estamos a la mesa seguimos bebiendo mientras vemos el espectáculo. Yo, valientemente, me he ido a refugiar entre cuatro chicas protectoras que están en un rincón.

Mujeres... En una situación así, en un bar sin salida de emergencia  que está en la segunda planta, donde se están quebrando botellas y sillas en las espaldas, dónde cualquier empujón nos hará caer más de cuatro metros y, por cierto, dónde los meseros que quieren calmar los ánimos salen volando en todas direcciones dada la violencia de la batalla campal con rasgos de película Western que se ha desatado... ¿Saben qué es lo que las oía gritar?


-¡Mi bolsa! ¡Mi bolsa!
-¡Mis cigarros!
-¡Tiraron mi cerveza! Yo no la voy a pagar...



En fin, que con tanta acción hasta la borrachera se me ha quitado. Justo a tiempo para ver como los rijosos que han sido desalojados del lugar, rayan con su coche el auto de Germán.

Todos volteamos a verlo moviendo la cabeza y comentando: Te lo dijimos.


Acabo de llegar a mi casa. Son las seis de la mañana del Sábado. Me duelen los globos oculares y me siento mareado. Caigo como regla sobre el colchón y antes de dormirme me pongo a pensar en lo que nos espera en el bar esta noche.



Ojalá que ahora sí nos suceda algo interesante...




¡Salud!





domingo, 10 de abril de 2011

Yo también te quiero...







Hace algunos años vi este cortometraje y me fascinó. Me hizo reír mucho, lo cual es bastante lógico ya que el 99.99% de los hombres hemos pasado por dicha situación al menos una vez en nuestra vida y poco más del 50% de nosotros lo estamos viviendo en este momento.


-¿Qué es lo que tiene ese tipo... ese idiota? ¿Por qué ella sigue apegada a un imbécil que la trata tan mal? ¿Por qué no me da una oportunidad a mí, que la quiero?


Preguntas todas para las cuales tal vez nunca encuentre una respuesta totalmente satisfactoria.


-¡Vamos! De verdad no estoy tan mal. Apenas soy un estudihambre de Ingeniería en Sistemas Computacionales con delirios de cantautor o cantante de bar... Pero soy una buena opción... ¡Déjame demostrártelo!


Al menos mejor que el gañán ese con el que anda la chica en cuestión... Sí, ése... Al que ella jura le quitará lo alcohólico y lo irresponsable con El poder de su amor... ¡Ja! Seguro...

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Je... creo que ahora si me malviajé gacho. El asunto es que el buen Jano me hizo favor de mencionar este video en una de las últimas borracheras y no tuve más remedio que recordarme a mi mismo en idéntica situación.







Ahora entiendo porque todo mundo odia a los pinches Ricardos. Y yo también.




Por los amigos... que nunca seremos más que eso... ¡Salud!







viernes, 1 de abril de 2011

Amor tardío



Justamente ahora
irrumpes en mi vida,
con tu cuerpo exacto y ojos de asesina...
Tarde -como siempre-
nos llega la fortuna.

Tú ibas con él.
Yo iba con ella.
Jugando a ser felices por desesperados,
por no aguardar los sueños,
por miedo a quedar solos... 

Pero llegamos tarde,
te vi y me viste,
nos reconocimos enseguida pero tarde,
maldita sea la hora
que encontré lo que soñé...
Tarde...

Ricardo Arjona.





Era un evento de esos dónde las apariencias son lo fundamental. Los manteles blancos lucían impecables sobre las mesas, haciendo contraste con las cubiertas en color vino. Los meseros se esforzaban por complacer a los comensales y las notas de un cuarteto de cuerdas inundaban el ambiente.

El cadencioso golpeteo de unos tacones femeninos le hicieron voltear hacia la puerta del salón, sólo para descubrirla a Ella.

Entró del brazo de su novio. Iba radiante, enfundada en un mini vestido blanco con motivos en negro y naranja, muy apropiado para el calor que hacía en esa tarde de Marzo. Un amplio cinturón delineaba su estilizada figura. Los altos tacones, los hombros descubiertos y el cabello recogido le hacían lucir absolutamente sensual.

Era difícil dejar de notarla. Y de la garganta de Él surgió el calificativo, casi sin darse cuenta...


-Perfecta...


Su novia creyó escuchar algo.


-¿Me decías?
-No he dicho nada...


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Ella y su novio llegaron a la mesa. Preguntaron si los lugares estaban ocupados y tomaron asiento. Se soltó la cinta del cabello y se quitó las gafas oscuras dejando al descubierto los hermosos ojos color miel.

Su novio y Él se conocían. Habían sido compañeros durante el bachillerato y conversaban animadamente. Ella no pudo evitar sentirse atraída por esos profundos ojos negros. Al estar sentada frente a él, podía observarle impunemente. Le llamaba especialmente la atención esa voz varonil, que, de manera casi imperceptible, le erizaba los vellos de los brazos y la espalda.

Sintió deseos de que esa voz le hablara al oído. De que esas manos tomaran su cintura y los gruesos labios besaran su cuello, pero nunca lo diría. Ambos, tanto Ella como Él estaban comprometidos en una relación y sus altos principios morales les impedían traicionar a sus parejas.

Pero imaginar no es infidelidad.


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Del otro lado de la mesa, mientras tomaba los dedos de la mano de su novia para juguetear con ellos, Él se imaginaba el sabor de los besos de la chica del vestido blanco.

Amor a primera vista. Amor imposible. Amor tardío...