sábado, 17 de septiembre de 2011

Explícame...



-Explícame...
-¿Qué quieres que te explique?
-¿Por qué insistes en  decir que te gusto y que te encanta estar conmigo? Me intriga sobremanera, en especial después que te he dicho que soy un infiel mujeriego.


Ella guardó silencio por un momento, buscando en sus ideas la mejor respuesta, mientras jugueteaba enredando los sensuales rizos negros entre los dedos de su mano derecha.


-Mmm... no lo sé. Tal vez por eso mismo. Así sabré qué esperar, o mejor dicho, qué no esperar. Y, para ser honesta, estoy disfrutando el juego.
-Igual que yo. Y dime, ¿No te importa que tenga novia?
-No. Además  a ti nunca te ha importado que yo esté casada.
-En eso tienes razón.
-Entonces, ¿seguimos jugando?
-¡Claro! A jugar...


Y volvieron a entregarse al beso clandestino. Ése, el delicioso, el que sabe mucho mejor cuando ambos son conscientes de que dicho beso es  tan prohibido...



sábado, 3 de septiembre de 2011

He perdido el corazón

[...]
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos, 
entregándose, dándose a cada rato, 
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
[...]
Les llega a veces un olor a tierra recién nacida, 
a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas. 
Los amorosos se ponen a cantar entre labios 
una canción no aprendida.
Y se van llorando, llorando
la hermosa vida.


Los amorosos. [Fragmento]. Jaime Sabines.




Han pasado diez minutos desde que subí al bus que correrá la ciudad durante media hora más, antes de llevarme a mi destino. Me entretengo en observar jóvenes hermosas e imaginando historias para ellas y para cada personaje que camina por las aceras: El payaso, el agente de tránsito, la viejecita de cabellos blancos, la prostituta de la esquina...

Mi transporte se detiene y veo a dos chicos subir. Él es alto y espigado y ella tiene una cabellera lacia que cae esplendorosamente sobre su espalda como una cascada. Una pareja de adolescentes enamorados, lo sé. Lo deduzco por la manera  en que se devoran con la mirada.

Me veo forzado a sonreír, a recordarme en circunstancias similares, amando con los ojos y las manos, con los labios y los sueños. Hubo un tiempo en que circunstancias idénticas provocaban en mí -debo aceptarlo-, cierto sentimiento de envida.

En aquellos lejanos días, pensar en Los amorosos de Sabines resultaba irreprimible al contemplar la escena.

Es impactante notar de súbito que, desde hace años, las descaradas muestras de cariño que los otros amorosos se prodigan frente a mí, ya no mueven ninguna de mis fibras. Tal descubrimiento me hace sonreír asombrado y satisfecho: he dejado de sentir y de añorar.

Ahora me doy cuenta que, en algún punto del camino, he perdido el corazón...