martes, 24 de julio de 2012

Sirena




-¿Me acompañas?


Dijo la voz, tierna y seductora, como en un susurro. Una voz femenina, cálida y dulce. Son las únicas voces que pueden provocar en mí esa sensación que asciende por la columna vertebral y desciende por los brazos, erizando, durante su eléctrico viaje, los vellos de los mismos. 

Voltee. No había nadie. Me recargué con pereza en el barandal para seguir contemplando ese oscuro horizonte y perderme en mis pensamientos. El viento soplaba y se alcanzaban a ver, lejanas, las luces del muelle.  

Sentí que mis ojos se cerraban. Tenía sueño. Aflojé el nudo de la corbata y tragué saliva. La noche olía a la lluvia que, entre relámpagos, se anunciaba del otro lado de la ciudad. Aspiré hondamente hasta inflar el pecho. Necesitaba enderezar la espalda. Sentía como si hubiese estado cargando un peso enorme y hacer ese movimiento hizo que mis vértebras encontraran posición más adecuada, emitiendo leves chasquidos sucesivos. Una gruesa gota cayó en mi mano, pero ya estaba demasiado distraído como para notarlo. Solo quería dormir...


¿Me acompañas? -volví a escuchar- y como un autómata, dije ...


Y siguiendo esa voz, me arrojé al vacío.





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