domingo, 1 de diciembre de 2013

¿Quién se ha creído?


"Cuando estás, ya no están los demás.
Cuando te vas, tengo ganas de llorar
perdía en el sillón de mi cuarto
pienso en ti con mis manos..."
-Bebe.



Hace rato que intento conciliar el sueño, sin resultado alguno. Y la culpable es ella.

Cansado de dar vueltas hacia un lado y hacia otro decido encender la luz. Coloco las manos bajo la nuca y quedo absorto contemplando el filamento de la bombilla durante un momento (o lo que parece ser un momento). Cuando volteo a ver el reloj en mi muñeca, me dice que ha sido casi media hora.

Me siento en la orilla del colchón y aún deslumbrado por la luz en las pupilas  arrojo sobre mis hombros desnudos lo primero que encuentro. Atravieso el patio y veo el cielo estrellado entre las ramas del limonero. No hay nubes, pero tampoco luna.

Me dirijo a la cocina, sirvo agua en un vaso, y regreso al comedor en una sucesión de movimientos mecánicos. Coloco el celular sobre la mesa y abro su mensaje una vez más. Tres palabras son las que no me dejan dormir: pienso en ti... 

Apago el aparato y lo arrojo lejos de mí, en el sofá. Con los codos sobre  la mesa y las manos en el cabello pregunto en voz alta: ¿Quién se ha creído?

Nadie responde. Ella no está ahí. Al menos no físicamente. 

Es mi desesperación, mis horas sin sueño, mis días sin ella y mi orgullo maltrecho quienes lo preguntan. ¿Quién le da el derecho de irrumpir nuevamente en mi vida? (Irónicamente, me doy cuenta de que nunca se ha ido). ¿Y con tal facilidad? Un simple mensaje de texto enviado a las once de la noche con cincuenta y dos minutos y mis ideas vuelven a orbitar en torno a ella. Le descubro en mi mente como antes: mi obsesión, el objeto de mi lujuria, la pasión malsana que me hace sentir tan vivo, mi fruta prohibida, mi adicción al riesgo y al dulce veneno que tienen su lengua y sus besos.

La deseo más ahora que el destino nos hace coincidir, que la puedo ver de lejos al menos, desde el barandal del segundo piso. Me matan las ganas por correr a ella, tomarla en un abrazo, rodear su cintura breve, levantarla en vilo y probar sus labios y su cuello en un beso apasionado y voluptuoso, en un éxtasis que imagino vampírico.

De a poco, me voy quedando dormido, sumido en mis fantasías. Recordando aquellos días en que fuimos amantes (aunque de manera estricta, nunca dejamos de serlo). Días de escapes, de llamadas perdidas que nos buscaban a los dos. Tardes de sospechas, de preguntas que se contestan con mentiras: No, no está conmigo... Noches de sexo llevado al extremo más lejano que los instintos naturales pueden permitir. 

Son las tres de la mañana. Vencido por el sueño y el cansancio que me provoca pensar en esta situación, me he quedado dormido sobre la mesa del comedor...


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