Pasó las yemas de los dedos por la nariz de él y dijo algo ininteligible. Pero no era necesario escuchar. Lo único que se necesitaba era entender el momento, la sensación, el ánimo. Todo lo que ella quería decir con aquellas caricias, con los besos, con las frases inconexas referían a una sola cosa: adoración.
Le abrazó, le apretó contra sus pechos desnudos que hacía varios años habían dejado de ser turgentes, volvió a besarle el pómulo, casi en el ojo izquierdo y le preguntó:
-¿En qué momento te convertiste en un demonio?
-El día que te conocí -respondió aquél.
Ella apartó su rostro unos cuantos centímetros, sorprendida.
Vio en él la misma máscara de siempre: frío, calmado, inexpresivo. Ella quiso rebatir.
-Tú ya eras un demonio cuando te conocí. Toda esa maldad ya calentaba tu sangre. Todas esas ideas. Yo solo soy un instrumento para tu placer, un accesorio para tus perversiones.
-Quizá -contestó él, mientras encendía un cigarro- pero el día que nos conocimos todo se potenció, como una chispa que encuentra pasto seco en un bosque. Y como al fuego, ya nada me podrá contener.
-No quiero que te contengas. Quiero arder en tu maldad -dijo ella mientras sus mejillas se encendían y su voz temblaba, adivinando quizá lo que implicaban sus palabras. Después se acercó a él en un arrebato, para besarlo salvajemente, hundiendo los dedos en el cabello de su amante; extraviada, poseída, delirante; entregándose de la única manera que sabía hacerlo: sin reservas, diluyéndose en la piel desnuda de su demonio.
... Con adoración recorre su cara, desde en medio de su frente, sus ojos, su nariz, su boca, va deslizándose su dedo índice como queriendo derramar por un instante, esas sensaciones de las que es dueña cuando esta con él, Dionisio cierra los ojos y la estrecha contra su pecho palpitante, tibio.
ResponderEliminarSabe lo que implican sus palabras en la mente de un demonio que saborea su esencia en las mandíbulas, que rabioso parte su alma en dos y prueba el elixir de su cuerpo, de ese cuerpo que tortura de manera poética, salvaje, mientras ella lo enaltece con una desesperación incaudicable, después el cobija sus heridas, con besos con esos besos que vuelven a estremecerle el plexo solar.
Él es un íncubo y ella, se abandona consiente a sus instintos, a esos que la llevan de viaje, a un lugar desconocido, sin reglas, sin prejuicios, sin moral.
¡¡¡me, encanta!!!