BALBUCEO
Las esperas me dan lo mismo, igual que esta voz que presiento lejana, que habla de realidades que poco me importan y que finalmente se diluye por completo. La garganta es un nudo de cosas que sé y que a nadie puedo contarle: verdades que se callan a falta de oídos que las entiendan. La confusión se esconde detrás del tiempo en sus pestañas. Mi soledad dice que complicamos las cosas, que juntos complicamos las cosas y ha decidido guardar silencio. Tengo el secreto de las palabras guardado a la mitad de un libro de poemas. Le ofrezco cerrar el libro para siempre, le ofrezco mi propio silencio.
Alguien cree que ha visto a lo que queda de mi sombra vagar por las calles de esta ciudad de piedra, hablando con alguien que no existe, besando el aire decir su nombre.
Los perros son agudos, como el rechinar de las puertas oxidadas o el llanto de los bebés con hambre. El agua fluye dentro de una caja de cartón, amarrada con listones rojos a las orillas de mis tímpanos. Por fin se disuelve. Mis ojos arden, los perros siguen.
La mujer del sombrero lee un libro sin final. No me mira. Nunca me ha mirado, no sé de qué color son sus ojos. Los autos, las llantas de los autos reviven las cicatrices de una ciudad de piedra que me protege a pesar de todo. Yo solo pienso en el camión de la basura y en el hambre que tengo. Respiro profundamente. El dolor, el pinchazo agudo del dolor en mi espalda me obliga a decidir: a terminar el párrafo aquí, en este punto y aparte.
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