Anoche había luna llena, pero yo todavía
no lo sabía. Luna de sangre, le llaman. La lluvia de la tarde no fue sino una
promesa que jamás se cumplió. Aspiré profundamente y me dirigí al lugar de la
cita. Escuché atentamente lo que salía del altoparlante. Me sorprendí, pero no
por la calidad de los textos, sino por la manera en que desesperadamente buscaba
ser el centro de todas las conversaciones. Nunca había conocido a alguna
persona con tanta necesidad de ser notada. El lugar estaba repleto de todos los
arquetipos que pueden vincularse a un evento como el de ayer: el vividor, el
aprovechado, el que sabe cómo obtener todo de una mujer; los escritores
consagrados, los que apenas comienzan a escribir, los que aplauden cualquier
cosa, los que acuden porque la puerta estaba abierta, porque sirven bocadillos
o vino espumoso, el poeta, el cantautor y yo. Me ubiqué en un rincón desde
donde podía ver la escena completa. La miré hablar desde sus ojos diminutos,
que no dejaban de serlo a pesar del maquillaje y pensé en cuál sería el nuevo pretexto
que se estaría inventando para que hablaran de ella. La presentación terminó.
Aplausos tímidos. La vi descubrirme en mi rincón estratégico y avanzar hacia
mí. Yo la saludé con la cortesía de costumbre. Las nubes que ocultaban la luna
se disipan por fin.
Me invitó a esta comida y acepté: nunca me
he negado a comer gratis. Trato de llegar media hora tarde. No tengo nada en su
contra, pero me cuesta trabajo ser comparsa en este juego. No soporto mucho tiempo
más y me marcho del lugar. La tarde es una cálida armonía. Las voces sin rostro
hablan junto a mí. Alguien me pregunta por el teatro, por el arte, por Lucas; alguien
me habla de cine y de arte, alguien más me habla del frío de otras noches, del
café con piquete, de las expresiones que permiten catalogar a los individuos, casi
siempre de manera arbitraria. Alguien dice en un susurro que me extraña y una
voz, tan lejana que parece en off contesta
“yo también”. Muchos artistas ayer y hoy.
Y la conclusión es la misma que las otras noches, la misma respuesta para una
pregunta que se repite ad nauseam: lo mejor es divertirse, mientras aún es
posible.