-Te quiero.
-Temí que dijeras eso.
-¿Por qué? ¿Te molesta?
-Para nada. Al contrario. Ese es el problema...
-Creo que estoy enamorada de ti.
El árbol no esperaba tal confesión. Sintió el suave pasar de la brisa entre sus ramas. Golondrina lo miraba de reojo, de pie sobre una de ellas. Con esa mirada tierna que sólo pueden tener las golondrinas... Después de un breve momento de silencio, El árbol respondió:
-Quizá no sea amor chiquilla... Tal vez malinterpretas lo que sientes por mí...
Golondrina abrió grande el pico en señal de sorpresa con la intención inequívoca de que Él notara el gesto.
-¿Tú no me quieres?
-Yo te amo. Pero creo que no de la manera que tú esperas. Amo tus hermosos ojos... el flamante azul metálico que cubre tu cuello y espalda, la hermosura de tus alas, la plasticidad de tu silueta recortada contra la bóveda celeste, la vida que le das a mis viejas ramas. Amo tu voz anunciando el nuevo día y ser el guardián de tus sueños durante la noche. Amo tu sonrisa. Amo el efecto que tu presencia sola tiene sobre mí... Y el cómo me haces rejuvenecer.
-Me quedaré por siempre contigo.
Golondrina sonreía, a su corta edad, se sentía segura de si misma y de sus palabras. El árbol sentía el calor de sus pequeñas patas sujetándose delicada y firmemente de una de sus ramas medias.
-No me puedo dar el lujo de permitirte hacer eso. Nunca me lo perdonaría.
-¡Pero yo quiero hacerlo!
Árbol notó como los últimos rayos de sol pintaban de rojo sus hojas. Una de ellas rozó la mejilla de Golondrina, empujada por el viento y limpió una lágrima. Las lágrimas de las golondrinas son pequeñas pero encierran una tristeza enorme. Nadie había visto llorar a una de ellas antes...
-No. Tú no estás hecha para eso. Tú fuiste hecha para volar. No debes permanecer conmigo, que sólo soy un árbol. Un árbol simple. Un árbol que jamás se moverá de aquí...
-¡Si puedo! ¡Si debo! Me quedaré contigo por siempre... Eres el árbol más sabio que he conocido jamás...
Por siempre, repitió el árbol en silencio para sí mismo. El tiempo es tan relativo. Un día es despreciable en el eterno caminar del tiempo y para una mosca, podría ser la duración de toda una vida.
-Tú apenas tienes un año, chiquilla. Empiezas a vivir la plenitud de las golondrinas. Yo tengo más de 200 años y, tal vez, dure aquí, en esta tierra, 200 más. Así que las cosas que sé, eso a lo que tú llamas sabiduría, no es más que la acumulación de circunstancias que han pasado frente a mí a lo largo de dos siglos plantado en este mismo sitio y también es relativa... Tú... Morirás en 3 años. Es el tiempo que vive una golondrina. Por eso debes viajar, conocer otros países, cruzar los mares, desafiar los vientos y las tormentas. Debes vivir tu vida a plenitud... Tu vida de golondrina. Hazlo por mi. Viaja por mi. Vive por mi.
Golondrina no dijo nada. En el fondo de su pequeño corazón sabía que El árbol tenía razón. Siempre la tenía. Así que sólo levantó el vuelo. La última bandada de migración pasaba por ahí en ese momento. 16 lágrimas más escaparon de sus ojos formando una estela en el viento mientras volaba a un lugar más cálido. Lloraba...
Árbol también lloraba, pero jamás lo reconocería frente a ella...
-Adiós entonces, vida mía.
-Adiós... mi amor.
Dijo el árbol en silencio, sin atreverse a mirarla, mientras Ella se alejaba velozmente hasta perderse de vista en el horizonte...