sábado, 27 de marzo de 2010

Discriminado




Primer día de una larga semana de vacaciones. Es, además, la primera vez desde que comenzó el año, en que puedo estar tirando el caviar un Sábado por la mañana, sin el remordimiento de regresar al trabajo el Lunes a las siete de la madrugada.

Estaba pues, pendejeando, cambiándole a la tele, recorriendo una y otra vez los únicos tres canales a los cuales tengo acceso [ya saben, la desventaja de no tener cable, lo cual me obliga, contra mi voluntad, a mejor ocupar el tiempo en leer], cuando me encontré con el siguiente comercial:



Y justo en ese momento, rojo de indignación y coraje -y porque me enchilé con la salsa de unas papas fritas que me estaba tragando-, surgió de mis indignados labios la pregunta:


-¿Por qué demonios yo no tengo champú de esos moraditos para rizos definidos?


Ésto me hizo sentir mal en verdad. Al borde del llanto... ¿Cómo explicarlo? Me sentí discriminado...

Sí. Esa es la palabra.

Después tuve que sonreír y tragarme mis palabras. Y es que, inmediatamente pensé: pinche publicidad... Casi caigo.

Para empezar, ¿qué hombre de verdad, qué real varón que se precie de serlo, qué macho alfa necesita champú para bañarse? A nosotros, los verdaderos hombres, el detergente ROMA nos es suficiente. Y si queremos más perfume, nada como el jabón ZOTE y, eso, cuando nos bañamos. Total, semos hombres, no payasos, ¿que no?

Comentario aparte merece el nombre poco varonil de un producto orientado hacia los hombres, pero esa es otra historia.

Un poco más tranquilo me puse a pensar en todas las ideas que nos vende la televisión y mi indignación fue mayúscula.

La publicidad decide qué comes, qué bebes, y hasta el papel con el que te limpias el trasero. Pero eso no es lo peor. Sino que nos dice qué celebrar y cuándo.

Ahí fue donde de plano si me encabroné. Como he dicho antes, la discriminación a todo lo que da.

Por poner sólo un ejemplo, en días recientes, se celebró el día internacional de la mujer, el día de la familia y no sé que otras cosas inventadas por televisa, Coca-Cola y, no estoy seguro, pero sospecho que también están involucrados Salinas de Gortari y el chupacabras, en festejos tales como el día de los abuelos.

Aquí fue donde me di cuenta: ¡Todo mundo tiene su día!

Juzguen ustedes mismos:

Existe día de la madre, día del padre, día del maestro, día del estudiante, día del orgullo gay, día del orgullo friki, día del niño, y la lista es interminable...

¿Y yo qué?

¿Y mis sentimientos qué? ¿No cuentan?

¿Cómo es posible que no exista un Día internacional del hombre?

Aunque, estoy seguro, que para no meterse en broncas, y de la misma manera que ya no se les llama discapacitados a las personas con habilidades diferentes, enanitos a las personas de baja estatura, viejitos a las personas de la tercera edad o putas a las mujeres de la vida galáctica, el título de esta celebración quedaría en algo tan mamón como Día del adulto jóven varón heterosexual o Día del adulto varón heterosexual en edad de merecer...

Por eso, compañeros de AHUEVO, como su líder inmoral, propongo humildemente el próximo día primero de abril, como el ¡Día internacional del borracho!

¡Celebremos en un bar!

¿Quién dijo yo?


Salud.




sábado, 20 de marzo de 2010

Celos


"Yo no quería mentir, me hiciste un mentiroso.
Hoy digo lo que tú quieres oir... como un acto piadoso."
Ricardo Arjona.




Voy saliendo de clase. Una terriblemente aburrida a estas horas de la tarde, ¡y con este calor! De hecho, poco faltó para que me quedara dormido.

Pero he aquí que aparece Ella por el corredor y esa imagen, por sí sola, me es en extremo refrescante.

No puedo menos que sonreir mientras mis ojos la observan detenidamente: pantalón de mezclilla azul marino que marca perfectamente su figura, blusa blanca sin mangas y el rubio cabello recogido en una cola de caballo.

Me acerco de prisa y le digo...


-¡Hola muñeca! Justo estaba pensando en ti...


Algo anda mal. Se le nota en la cara. Reconozco esa expresión a cien metros de distancia. Tengo mucha hueva como para pelear, así que, ¡preparados! Es hora de comenzar con la rutina del novio bueno y preocupado.

Ésta si me la sé.


-Disculpa, ¿hay algún problema?
-No. Nada.
-¿Estás segura?
-Si. De veras.


Sé que algo le sucede y que se muere por decirme qué es. Ella no lo sabe, pero por regla propia, me he puesto como límite preguntarle sólo tres veces para demostrar mi interés.

De esta manera, le hago notar que estoy al pendiente de su lenguaje corporal, -lo cual les halaga-, y se da margen también a que la chamaca en cuestión, cumpla con la rutina de novia enojada.

Iban dos y falta una más. Que conste, señor Juez, ésta es la tercera.


-Pareces estar molesta. Quería asegurarme de que estabas bien.
-No es nada, no te preocupes.
-Muy bien. [No lo haré. Según el Script lo que viene a continuación es un "Lo que pasa es que... No. Nada", Con una inflexión de voz que la haga sonar infantil.

Así que venga, haz tu movimiento.] Te decía que hay en cartelera dos películas que me llaman la atención, sobre todo una de misterio que...
-Lo que pasa es que... No. Nada... ¿Qué películas dices?


¿Ven? ¡Yo sabía que esa era su siguiente línea! Ya me lo aprendí. Aquí entra también algo de actuación. Así que dejo escapar un suspiro de resignación que, más que suspiro, parece resoplido, justo antes de preguntar...


-¿Cuál es el problema?
-Nada...Bueno sí. Resulta que te vieron.


Como ustedes sabrán, yo siempre me porto bien y eso se refleja en la tranquilidad de mi conciencia (ajá). Pero eso no impide que ante un ataque de tal magnitud, mi cerebro comience a proyectar una película de todo lo que ha sucedido en la úlitma semana. Sólo por si las dudas.

La adelanto, la atraso y la pauso. Maldita paranoia. Todo en orden. No encuentro nada comprometedor, lo cual es una ventaja.

Así que, ya en territorio seguro, me aventuro a preguntar:


-¿Me vieron? ¿Quién?
-Una amiga.
-[Si crees que con esa respuesta me voy a dar por satisfecho, que poco me conoces.

No haya sido la vieja flaca esa que siempre me anda inventando cosas, ahora que sí fue la buenona que se parece a Shakira, la cosa cambia...] Por eso, corazón. ¿Quién me vio?
-No te voy a decir.
-[Entonces, ¿por qué me molestas? Tan contento que estaba de verte. Pero bueno, me saldré por la tangente. De veritas, de veritas: NO tengo ganas de pelear.] Tengo la conciencia tranquila.


Ella clava los ojos en mi rostro con esa mirada inquisidora que tienen las mujeres. Y que resalta más con la cabeza inclinada, observando a través de las pestañas, los ojos entornados, en un gesto de desaprobación.

De cuando en cuando viendo en otra dirección, o mirando hacía arriba para volver siempre a mis ojos, o trazando con la mirada un arco, acompañadas probablemente por un leve "ash"... Que lejos de molestarme, resulta divertido.

El asunto es que algo la incomoda, pero no encuentra como decirlo.Y yo no soy adivino. Por lo tanto, me hago buei, la tomo por la cintura y le sonrío a 10 centímetros de su rostro.

Pero ella contraataca...


-Yo te vi, Rigoberto.


¡La película Borracho! ¡Revísala otra vez! Pero me acuerdo de lo bien que siempre me comporto. Así que, con un pinche aplomo que me envidiaría el mismísimo James Bond, comento:


-Ah eso es diferente. Así ya cambia la cosa. Pero, ¿qué viste, chiquilla?
-A tu amiga, la tal Vicky. Los vi sentados en el jardín.


Esa parte la recuerdo. Estaba yo estudiando en el jardín para un examen que voy a tener mañana. Me encontraba sentado de espaldas al corredor y no la vi llegar. Vicky traía un libro igual de gordo que el mío y se sentó detrás de mí, de manera que quedamos espalda con espalda.

Así que simplemente le cuento a ella el cómo sucedieron las cosas.


-Ella llegó y se sentó.
-Sí. Lo vi.
-¿Ah si? Que bien. Entonces sabes que no fue cosa mía. ¿Dónde estabas tú?
-En la biblioteca.
-Bueno ya te expliqué que ella...


Mi chica sigue sin corresponder mi abrazo, señal de que no he podido contentarla ni siquiera un poquito.


-¡Pero tú no hiciste nada!
-[Chale. No sé que esperabas que hiciera. No tengo ojos en la nuca, y no iba a salir corriendo para que ella se cayera de espaldas.

Además, ahora que lo pienso, ¿por qué te enojas conmigo y no con ella?] ¿...?
-Y luego se burló de mí.
-[Ah chingá. Eso sí que no.] Eso sólo lo puedo hacer yo.
-Muy gracioso.
-¿Quién se burló de ti?
-Pues ella. La tal Vicky. Y la otra también: tu amiga Graciela.


Aquí, vale aclarar algo. Yo conocí a Graciela dos años antes que a mi novia. Y somos entrañables amigos. Pero sólo eso. Mi querida amiga Graciela. La famosísima Chela. Chelita. Ampolleta, para los cuates.


-Mira, Paz...


¡Ironías de la vida! ¿Verdad? ¡Paz se llama! ¡Pero si paz es precisamente lo que pido! ¿Habrá algún nombre que signifique guerra? Le quedaría mejor...


...sé que nunca te ha caído bien Chelita y no entiendo bien por qué, pero hablaré con ella. Tampoco voy a dejar que se burle de ti. ¿Qué te dijo?
-Nada.
-¿Cómo que nada? ¿Entonces cómo se burló de ti?
-Pues es que estaban hablando ellas dos...


Mis queridos lectores y lectoras, no sé si se los haya comentado en alguna ocasión, pero yo me distraigo muy fácilmente. Por lo mismo, cuando estudiante, necesitaba de absoluto silencio para poder concentrarme.

Esto me sucede a menudo a mitad de una conversación. Mi mente divaga y va entrelazando ideas que probablemente den paso a alguna historia que escribiré luego. Y pasa especialmente cuando dicha plática me molesta, como obviamente está sucediendo con la situación que estoy intentando describir.

De pronto algo se me viene a la miente. Ya sea una idea para el blog, una pendejada cualquiera, o alguna pregunta verdaderamente filosófica y trascendental como ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Qué talla de bra será Shakira? ¿En qué temporada de Dr. House me quedé? ¿Cómo se llama la amiga buenona de mi chica? ¿Qué prefiero, que me cremen o que me chocolaten...?

Y otras cosas igual de importantes.

Así que me evado de mi realidad, la dejo que hable y la miro como si le pusiera atención hasta que termina con un:


...y luego voltearon hacía donde yo iba saliendo de la biblioteca de la escuela y se rieron.


¡Cárgueme la ch...! ¡Entonces no le dijo nada! Una inocente risa a 20 metros de distancia y ella asume que se estaban burlando ¡precisamente de Ella!

Pero bueno, inhala, exhala, inhala, exhala... Bien. Hora de poner en práctica lo aprendido en las anteriores relaciones. Así que sonrío, sin soltar su cintura, y ella, no de muy buena gana, me deja hacer.

En esta parte del juego es importante no sólo el qué dices, sino cómo lo dices. Suavizo la voz y paso la mano derecha suavemente por su mejilla.

Simplemente le digo lo que quiere escuchar.


-Oye, corazón... ¿Te molesta que hable con Chelita?
-Mmm...Sí.
-¿Te gustaría que dejara de pasar tiempo con ella?
-[Con una voz más aguda que pretendía sonar infantil] Si, por favor.
-Pues asunto arreglado. Hablaré con Graciela, le diré como están las cosas pero te quiero recordar algo. La puedo ver menos, pero jamás dejará de ser mi amiga, ¿estamos? Recuerda que la conocí antes de que nos hiciéramos novios. Ella entenderá...


¡Dejar de verla! Simón, ahorita ¿y su nieve de limón? Aunque sea a escondidas, pero la veré... Sin embargo, escuchar eso la tranquilizará.

De hecho, comienza a corresponder a mi abrazo. Sonríe, pasa sus brazos alrededor de mi cuello, me da un beso y pregunta:


-¿Harías eso por mi?
-Claro. Y muchas cosas más...


Por fin su rostro se ilumina y me dice:


-Gracias. No sé cómo me aguantas. Eres un hombre maravilloso.


Estoy de acuerdo en lo del hombre maravilloso y eso de que cómo hago para aguantarla, también me lo he cuestionado mucho últimamente. Estoy comenzando a hartarme.

A veces, de veras quisiera que tuviera razones para dudar de mí, haberla engañado con todas las que ella cree. Uno se cansa, ¿saben?

Todos tenemos un límite.


-Tal vez deberías terminar a una chica tan conflictiva como yo...
-Completamente de acuerdo. [Putam... ¿Eso lo dije o lo pensé?]
-¿Qué? ¿Qué dijistesss?


¡Ja!. Lo dije, no lo pensé. Por lo tanto, ya la cagué, la obré, la defequé...

Esa, mis queridos educandos, es la desventaja de sostener diálogos interpersonales e intrapersonales al mismo tiempo, hay que estar muy atentos porque se les pueden ir las patas como me acaba de suceder a mí.

Por ahora los dejo: debo pensar en algunas otras mentiras que inventar para solucionar este asunto, je...


-¡Espera! No quise decir eso... ¡Hey! ¡Vuelve aquí! ¡Paz...!


Ah por cierto... ¡Salud! ¡Por los mentirosos!


Jajaja...


sábado, 13 de marzo de 2010

Mi pequeño saltamontes

La fresca brisa vespertina da de lleno en mi rostro. Escucho el canto de las aves que anidan en los jardines del monasterio y alcanzo a percibir el suave aroma del loto.

El silencio es tan pronunciado que puedo escuchar el murmullo que hace el arroyo en su camino hacia la ciudad perdida, al pie de la montaña.

Los últimos rayos de sol se cuelan entre los nubarrones y tiñen las paredes del templo de tonos naranjas y amarillos, como los mantos de los monjes.

Cierro los ojos y me sumerjo en una profunda meditación. Entono el mantra y me relajo por completo.

Casi sin darme cuenta, mi cuerpo físico comienza a elevarse hasta una altura de un metro aproximadamente, de manera paulatina, en posición de flor de loto.

De súbito, algo me saca de mi meditación...


-¡Master! ¡Master!


No es necesario ser un sabio monje tibetano para darse cuenta que si te sacan de concentración de manera tan abrupta y, tomando en cuenta mis cincuenta kilos de peso, distribuidos en un atlético cuerpo de 1.49 metros de estatura, multiplicado por 9.8 metros sobre segundo al cuadrado, el resultado es igual a un buen putazo.

Todavía me estoy sobando la nalga izquierda y lo único que atino a decir es:


-¡Ay! Mi ciática...


Pero vuelve la inoportuna voz...


-¡Master!¡Sensei!
Cabrón! Por tu culpa me puse tremendo chingadazo.
-Disculpe usted, venerable Maestro...
-No te preocupes, mi pequeño saltamontes y, mejor dime, ¿qué te trae al templo además de venir a darme en la madre?
-Tengo una duda, Maestro. Una que estoy seguro usted podrá responder.
-Habla, jóven Padawan, te escucho.
-Venerable Maestro, ¿Cómo se conquista a una mujer?
-Difícil pregunta, mi jóven aprendiz. Escucha con atención, porque sólo lo diré una vez.
-Escucho...
-Mírala como si no existiera ninguna otra mujer en el mundo, intensamente y directo a los ojos. A cada oportunidad y sin motivo aparente hazla sentir hermosa. No es necesario que se lo digas con palabras, recuerda el poder que tiene una mirada y el cálido roce de unas amantes manos. Sé un caballero. Cuídala, protégela. Del frío de la noche, de los perros, de las pesadillas, de las arañas, de la oscuridad y de sí misma.

Cuando le regales algo, procura que no sea algo caro, sino valioso. Una flor, un poema, una canción, un cuento, un beso, y asegúrate de incluir dentro de la envoltura tu propio corazón.

Ríe junto con ella. Inunda la ciudad con carcajadas. Abrázala tú primero, acaríciale tú primero. Es imposible recibir lo que no se es capaz de dar.

Procura conocerla. Aprende a descifrar sus complicados mensajes. Cuando quiera que la adules, ella te lo hará saber. Está pendiente y hazlo de manera sencilla y natural. Cuando necesite algo, lo más seguro es que diga que no quiera nada. No le des mucha importancia a esto, es parte del misterio de su encanto: Así son ellas.

Aprende a hablarle al oído. Y aprende también distintas maneras de decir te quiero, te amo y te necesito...

Bésala. Suavemente o con pasión desmedida. En los labios, en las manos, las mejillas o la espalda... pero bésala.

-Maestro, son muchas cosas. Es muy complicado...
-Sin duda lo es, mi pequeño saltamontes...
-Y si hago todo eso, ¿tendré garantizado su amor?
-Lamentablemente, no. Cabe la posibilidad de que Ella se sienta agobiada por tanta perfección y que, en un arranque, te diga alguna cosa extraña como que tú siempre das el cien por cien en la relación y ella no, o cosas aún más inverosímiles y que termine marchándose con el primer gañán que cruce en su camino y que, para colmo, la trate mal...
-Entonces no vale la pena. Me quedaré llorando y sin ella. Debo proteger mi corazón.
-Al contrario, jóven Padawan. Amar sin entregar todo lo que tienes es como vivir a medias. Y eso si que no vale la pena. Si pudieras ver nacer una estrella, te quedarías ciego. Pero viste nacer una estrella. Y esa fracción de segundo, haría que toda tu vida valiera la pena, aún imposibilitado para ver durante el resto de tus días.

Y ahora ve. Enamórate. Y, si logras hacerlo, no te preocupes por el número de pedazos en que pueda quedar destrozado tu corazón. Sonríe. Habrás visto nacer una estrella...




Salud.



sábado, 6 de marzo de 2010

Locamente


-Dice mi psiquiatra que te idealizo.
-¡Vaya! ¿Sólo eso? ¿No mencionó nada relacionado con las obsesiones o algo así?
-Jajaja... No, ¿cómo crees?
-Sólo decía...
¿Por qué creías que diría que estoy obsesionada contigo?
-Mmm... No lo sé. ¿Que tal esa colección de conversaciones nuestras que guardas celosamente?
-Ah, pero eso no es obsesión. Simplemente es para recordar esas cosas tan lindas que dices y darme cuenta de lo que he contestado yo.
-¿Organizadas por colores? Te lo recuerdo: hojas rosas, conversación normal. Hojas azules, poemas. Hojas verdes, cuentos y otros, ¿quieres que siga?
-Je... Ya sabes lo compulsivamente organizada que soy. Sólo es eso.
-Oh, muy bien. Me imagino que no le dijiste que lees esas conversaciones todas las noches antes de dormir, que están guardadas en una carpeta amarilla, junto a una rosa roja.
-Es que eres como una adicción. Pero no. No le dije. No era necesario.
-¿Eso crees?
-Así es.
-Ok, ¿Y qué me dices de haber escrito mi nombre en tus piernas con una navaja de rasurar?
-¿Me perdonas? Ya sé que eso te molestó mucho, pero fue algo inconsciente. De momento pareció una buena manera de recordarte cuando me sintiera sola. Y, justo ese día, me sentía terriblemente sola e ignorada...
-¿Qué crees que te diga cuando descubra que no soy real, que sólo soy un producto de tu imaginación, que jamás he existido?
-No había pensado en eso y, la verdad, espero que no se entere.
Que no se entere. Que no se entere...
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La niña volvió al rincón de la habitación, abrazó sus rodillas y cerró los ojos mientras recordaba besos imaginarios prodigados por unos labios invisibles... Besos que encendían hogueras a lo largo y ancho del atlas blanco de su cuerpo.
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Lejos del hospital, sobre una mullida cama y tres almohadas, su terapeunta cerraba los ojos también, y mientras lo hacía, preguntaba para si misma, sonriendo: ¿y si me enamoro locamente?
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Lo único lamentable es que eso es algo sobre lo que ni ella, ni nadie, tiene control.
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Esas cosas sólo suceden... y ya.
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Salud.
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