La fresca brisa vespertina da de lleno en mi rostro. Escucho el canto de las aves que anidan en los jardines del monasterio y alcanzo a percibir el suave aroma del loto.
El silencio es tan pronunciado que puedo escuchar el murmullo que hace el arroyo en su camino hacia la ciudad perdida, al pie de la montaña.
Los últimos rayos de sol se cuelan entre los nubarrones y tiñen las paredes del templo de tonos naranjas y amarillos, como los mantos de los monjes.
Cierro los ojos y me sumerjo en una profunda meditación. Entono el mantra y me relajo por completo.
Casi sin darme cuenta, mi cuerpo físico comienza a elevarse hasta una altura de un metro aproximadamente, de manera paulatina, en posición de flor de loto.
De súbito, algo me saca de mi meditación...
-¡Master! ¡Master!
No es necesario ser un sabio monje tibetano para darse cuenta que si te sacan de concentración de manera tan abrupta y, tomando en cuenta mis cincuenta kilos de peso, distribuidos en un atlético cuerpo de 1.49 metros de estatura, multiplicado por 9.8 metros sobre segundo al cuadrado, el resultado es igual a un buen putazo.
Todavía me estoy sobando la nalga izquierda y lo único que atino a decir es:
-¡Ay! Mi ciática...
Pero vuelve la inoportuna voz...
-¡Master!¡Sensei!
-¡Cabrón! Por tu culpa me puse tremendo chingadazo.
-Disculpe usted, venerable Maestro...
-No te preocupes, mi pequeño saltamontes y, mejor dime, ¿qué te trae al templo además de venir a darme en la madre?
-Tengo una duda, Maestro. Una que estoy seguro usted podrá responder.
-Habla, jóven Padawan, te escucho.
-Venerable Maestro, ¿Cómo se conquista a una mujer?
-Difícil pregunta, mi jóven aprendiz. Escucha con atención, porque sólo lo diré una vez.
-Escucho...
-Mírala como si no existiera ninguna otra mujer en el mundo, intensamente y directo a los ojos. A cada oportunidad y sin motivo aparente hazla sentir hermosa. No es necesario que se lo digas con palabras, recuerda el poder que tiene una mirada y el cálido roce de unas amantes manos. Sé un caballero. Cuídala, protégela. Del frío de la noche, de los perros, de las pesadillas, de las arañas, de la oscuridad y de sí misma.
Cuando le regales algo, procura que no sea algo caro, sino valioso. Una flor, un poema, una canción, un cuento, un beso, y asegúrate de incluir dentro de la envoltura tu propio corazón.
Ríe junto con ella. Inunda la ciudad con carcajadas. Abrázala tú primero, acaríciale tú primero. Es imposible recibir lo que no se es capaz de dar.
Procura conocerla. Aprende a descifrar sus complicados mensajes. Cuando quiera que la adules, ella te lo hará saber. Está pendiente y hazlo de manera sencilla y natural. Cuando necesite algo, lo más seguro es que diga que no quiera nada. No le des mucha importancia a esto, es parte del misterio de su encanto: Así son ellas.
Aprende a hablarle al oído. Y aprende también distintas maneras de decir te quiero, te amo y te necesito...
Bésala. Suavemente o con pasión desmedida. En los labios, en las manos, las mejillas o la espalda... pero bésala.
-Maestro, son muchas cosas. Es muy complicado...
-Sin duda lo es, mi pequeño saltamontes...
-Y si hago todo eso, ¿tendré garantizado su amor?
-Lamentablemente, no. Cabe la posibilidad de que Ella se sienta agobiada por tanta perfección y que, en un arranque, te diga alguna cosa extraña como que tú siempre das el cien por cien en la relación y ella no, o cosas aún más inverosímiles y que termine marchándose con el primer gañán que cruce en su camino y que, para colmo, la trate mal...
-Entonces no vale la pena. Me quedaré llorando y sin ella. Debo proteger mi corazón.
-Al contrario, jóven Padawan. Amar sin entregar todo lo que tienes es como vivir a medias. Y eso si que no vale la pena. Si pudieras ver nacer una estrella, te quedarías ciego. Pero viste nacer una estrella. Y esa fracción de segundo, haría que toda tu vida valiera la pena, aún imposibilitado para ver durante el resto de tus días.
Y ahora ve. Enamórate. Y, si logras hacerlo, no te preocupes por el número de pedazos en que pueda quedar destrozado tu corazón. Sonríe. Habrás visto nacer una estrella...
Salud.
excelente! me encantó al parte de "pequeño saltamontes" jajajaja, saludouuuus!
ResponderEliminarJajaja...
ResponderEliminar¿Por qué será?
Y tú, florecita, ¿qué opinas?
Pienso que el sensei tiene toda la razón, experto en la materia, debería dar clases ¿no creen?
ResponderEliminarOups! ¿Clases?
ResponderEliminarJajaja... No es para tanto. Cuestión de sentido común.
:D
Bueno es que una gran mayoría no entiende eso del sentido común. Imaginate, andan sueltos por la vida sin sendido. Por eso hay que instruirlos. :D
ResponderEliminarMuy buena descripcion de tu persona mi querido Sensei :) y de tu gran sabiduria, bien por eso...
ResponderEliminarUstedes están a punto de lograr que me sonroje.
ResponderEliminarY eso de la sabiduría quedamos que es porque he vivido 200 años más que tú :)
Un abrazo.
*me encantas de verdad
ResponderEliminar*me dejaste con una agradable sensación
*simplemente indescriptible ;)
*Sensei, (a pulso te lo has ganado)
Jejeje...
ResponderEliminarEse apodo...
¿Como 15 años no?