sábado, 24 de abril de 2010

Desear...



La noche es cálida y aún hay mucho movimiento en las calles de la ciudad. Hace un rato ya que se encendió el alumbrado público, de manera que es difícil no apreciar la belleza de ese rostro infantil de rasgos felinos.


El cabello castaño oscuro, marco perfecto para la blanca piel, que hace resaltar aún más los hermosos ojos color café.

Sin avisar, de improviso como es su costumbre, dispara la pregunta:


-¿Qué es más importante... querer o deber?


Hoy más que nunca, sus preguntas son importantes, pero él no puede evitar sentirse confundido respecto al sentido de la última...


-¿Te refieres a querer como amar o como desear?
-Como desear... Tener ganas.


Se despiden. Se han despedido durante dos horas. Pero se han extrañado demasiado como para dejarse tan pronto. Especialmente ahora que, definitivamente, no se verán más.


-Deduzco entonces que el deber al que te refieres es a una responsabilidad moral, ¿verdad?
-Así es.


Saber que hoy se alejan llena sus corazones de tristeza, pero justo en este momento desbordan alegría. Ninguno de los dos quiere pensar en la despedida.

Él ha amado esos ojos durante mucho tiempo, pero la circunstancia de esta noche, saber que se alejan como las golondrinas al emigrar, le hacen amarlos mucho más.

Los mira y los admira, una y otra vez. Pero debe responder...


-Normalmente te diría que lo más importante es el deber, las responsabilidades de uno... Pero en estos últimos meses ha cambiado un poco mi manera de pensar. Me he convencido que hay cosas, acciones, sensaciones que se deben vivir para no llegar al final del tiempo y decir: "Si yo hubiera..."


Ella no contesta. Sólo sonríe. Era justamente lo que esperaba oír, aunque él no lo sabe.


-¿Por qué me lo preguntas?
-Porque quiero besarte...
-Oh, ya veo. Y no debes.
-No. No debo. De hecho, le prometí a ya sabes quien que no te vería nunca más, que ni siquiera volveríamos a hablar...


Ahora es él quien sonríe.

También arde en deseos de besarle. Lo ha deseado desde que la vio llegar a la plaza enfundada en esos reveladores jeans a la cadera, la cabellera suelta y los rojos labios encendidos. Una Leo en toda la extensión de la palabra.


-¿Y qué piensas hacer?
-Besarte. Tú ya has roto demasiadas reglas por mi, incluidas las tuyas propias.


De todas las respuestas posibles, era esa precisamente la menos esperada. El corazón de él comenzó a latir con más fuerza y sintió sus ojos llenarse de lágrimas.

No temas mostrar tus sentimientos -dijo una vez su padre-, los hombres sí lloran...

Él había, sin duda, roto varias de sus propias reglas, por el simple hecho de vivir, de darse una oportunidad, de no dejar pasar de largo las cosas bellas que la vida pone frente a uno y ella, lo había reconocido abiertamente...

Lo reconoció frente a él, hoy, que deciden tomar caminos diferentes. Pero más vale tarde que nunca, ¿o no?


-Fui feliz rompiéndolas, pero nuestras circunstancias cambian ¿no es cierto?
-Si... Cambian.


Ella pasó sus brazos alrededor del cuello de él, se paró sobre las puntas de sus pies y beso suavemente los labios tantas noches añorados.

Se besaron largamente y sin prisa. Sin percatarse que poco a poco las calles quedaban vacías. Los ojos de ambos inundados de lágrimas que se rehusaban a correr por las mejillas.


-Adiós -dijo ella al fin- gracias por haberme amado así. Y por verme... cuando era invisible. Nunca te olvidaré.


Él no podía hablar. Dentro de su cabeza sonaban aún las palabras del viejo: Los hombres sí pueden llorar...

Y cuánta razón tenía.




sábado, 17 de abril de 2010

¡Que no!


"Dios no solo juega a los dados. A veces los lanza donde no los vemos..."
Stephen Hawking.


Creo que estoy algo tenso. [Tenso. Dije TENSO]. Y lo peor del asunto es que no tengo manera de desahogarme.

No puedo tocar la guitarra por lo del problema del codo, debido a la caída de la moto, y por la misma razón, tengo prohibido jugar futbol. Golpearía la pared, pero habría que ser muy idiota, como para encima fracturarme el puño, estando, como estoy, todo jodido del codo derecho.

Así que sigo cavilando, tratando de encontrar algo que me libere, algo que sea como una Michelada cubana de a litro para el alma...

Sé que algunas personas abren al azar un libro, por ejemplo la biblia, y lo que leen les proporciona una especie de efecto placebo. Hay quien aún tiene fe...

Se convencen a sí mismos de que una fuerza invisible [¿dios?] guió su mano [su dedo], justo a la página que abren, relacionan lo escrito con su situación, y se van muy contentos a fornicar por ahi, porque esa fue la lectura que les tocó en suerte...

En fin, cada quien sus enfermizas interpretaciones...

Así que decido hacer algo similar, pero con la música del reproductor de Güindors. Le activo el chufle para que reproduzca una canción al azar, me pongo los audifonos, cierro los ojos y le doy plei...

Venga, señor, lanza tus dados...

Surgen las digitalizadas notas de una canción que sugiere música Country. Que no, es el nombre de la rola. Canta el tal Armando Palomas.

¡Ah! Ese disco es de los mejores: Un six bien frío de modelo en lata, con sal y limón para el alma...


Que no tengo licencia, ni identificación,
que no tengo paciencia, que no tengo corazón,
que no tengo dinero, que no tengo internet,
que no tengo una cuenta de banco en Banamex.

Que no me gusta el sushi, no entro a los buféts,
prefiero un esmeril de los del cine Rex,
que no me gusta el whisky, porque el precio no ajuste,
prefiero un mal tequila o un buen trago de pulque.

Que no voy a quinciaños ni las bodas aluzadas,
prefiero los tugurios y las chelas fiadas,
que no tengo encendida la televisión,
si no veo televisa, ¡menos cablevisión!

Que yo no quiero flores en mi funeral,
que no quiero cigüeñas gordas en navidad,
que no creo en amuletos para cambiar la suerte,
que no creo en brujerías pero si en los manicomios.

No quiero las canciones sin un abecedario,
le digo no a Madonna y sí a Paquita la del Barrio,
que no cambio un vochito por un carro del año,
que no quiero tus besos a diario pos me hacen daño.

No quieras ser cariño mi eterna compañía,
no quieras ser mi dueña, ni mi perra policía,
que no te doy mi vida, que no te doy mi amor,
¡que lo único que quiero es desayunar alcohol!

Que... yo no quiero nada [coros: shuap, shuap...]
que yo no quiero nada [coros: shuap, shuap...]
que yo no quiero nada [coros: shuap, shuap...]
¡que con una chingada, yo no quiero nada, nada, nada...!


Oh, señor, ¿qué intentas decirme?


Bueno, por si las dudas, ¡salud!


Y que conste, es la voluntad de dios...



sábado, 10 de abril de 2010

Mala memoria




El tic-tac del reloj sobresale por encima de los demás ruidos matutinos. Al poner un poco más de atención, puedo escuchar el trinar de los pájaros que instalaron su residencia en el árbol de limones del jardín. La ciudad sale de su letargo.

De a poco, se van agregando los otros ruidos citadinos: Las campanas del camión de la basura, el anuncio del gas, el pregón del que vende tamales con atole.

Suena un gallo lejano...

Aquí en la habitación todo es tan cotidiano... Los libros apilados sobre el escritorio, la colección de DVDs cuidadosamente acomodada en el mueble de madera. El montón de figuritas de acción, frente a la televisión, en actitud guerrera, listos todos a iniciar el ataque, esperando sólo una orden.

Un rayo de sol entra ahora por la ventana, burlando la cortina y dando de lleno en mi rostro.

Que apacible quietud. Que hermoso momento que quisiera no terminara jamás. Vagamente recuerdo que tengo pendientes. Muchos pendientes para el día de hoy. Pero mi propio letargo es en verdad tan placentero que permanezco inmóvil...

He olvidado algo... ¿Qué será?

Mi camisa sigue en el suelo, en el mismo lugar donde cayó anoche. La misma salpicadura de sangre sobre el puño izquierdo. Esa camisa me la regaló... ¿Quién?

Diablos. Estoy muy disperso esta mañana.

Me pregunto por qué, de todos los ruidos que alcanzo a escuchar, ninguno es mi propia respiración.

María me advirtió hace dos semanas, su tibia y blanca inocencia, desnuda, recostada sin pudores sobre mi pecho:


-Pasas mucho tiempo sin respirar, deberías checarte...
-Exageras muñeca...


Una mosca se posa indiferente sobre mi mejilla. Da un pequeño paseo que termina sobre mi párpado izquierdo. Luego vuela. Tiene ocupaciones... Cosas de moscas, ya saben.

Oh, por fin recordé que es eso que tenía pendiente y que olvidé hacer esta mañana...

Hoy se me olvidó despertar.



sábado, 3 de abril de 2010

Compadecer


Compadecer.- Sentir lástima o pena por la desgracia o sufrimiento ajenos, o ser partícipe de ellos.


Si necesitas llorar, hazlo. Lava tus heridas con agua y sal, desde el interior. Pero no me pidas que te ofrezca mi hombro para llorar sobre él. No me mal interpretes. No es que no me importes. Mi actitud no significa que te odie. Nada más lejano de la realidad.

Es sólo que tu pena no es la mía. Tu tristeza me cansa y me agobia. Y, para ser honesto, me parece que ya es suficiente.

Al igual que todos los seres vivos que habitamos este planeta has padecido, has sufrido, pero todo eso, no es más que la primera parte del proceso de aprendizaje. Para seguir avanzando, debes ahora aprender a levantarte y dar un próximo siguiente paso.

No. No pidas mi mano para apoyarte. No lo haré. Busca tu propio apoyo dentro de ti. Y lo más importante, no me pidas que com-padezca junto a ti. Date cuenta de una buena vez que eso que que tratas de encontrar, la compasión no es algo que sea inherente a mi persona: no hay compasión en mí.

Buscas mi compañía porque estando cerca de mí te sientes mejor, te sientes radiante... luminoso. Crees que te hago bien, pero lo cierto es que tú me haces mal.

Robas mi propia energía vital, la pasión con la que tomo las cosas, con la que arranco la esencia de las cosas para embriagarme con ella. Te sientes brillar porque soy un ser sombrío, alguien que no pretende ser, sino que simplemente es.

No me extrañas a mi cuando estamos lejos, sino a la persona que crees que eres cuando estás conmigo...

Yo estoy harto. Cansado de tus pretextos, de tus excusas, de tus gritos de dolor, de tus: ¡Yo no sé qué hacer!

¿Por qué tengo que soportarlo? Sólo tienes que ser feliz. Éso es lo que tienes que hacer. ¿Es algo tan difícil de entender?

Pero insistes en vivir de manera antinatural, así que responde: ¿quieres llorar? ¿quieres padecer? ¡Pues hazlo!, pero no me arrastres a mí a ese torbellino de desesperación.

Yo no nací para compadecer. Ni a ti ni a nadie. Eso no es para mí.

Hace mucho tiempo que me di cuenta que el que anda de rodillas, no logra avanzar de manera significativa y yo... Yo corro cuando camino, porque siempre he deseado volar.

Sé que no lo comprendes y es por eso que insistes en llamarme indolente, cínico, cruel, sincorazón...

Pero no encuentro ningún beneficio ni para ti ni para mi en ese instinto depresor y contagioso llamado compasión, y mi cariño hacia ti, me obliga a no prestarme al juego que ha sido establecido por generaciones: No he de ser yo el encargado de multiplicar tu miseria, com-padeciendo, arrastrandome a un lado tuyo...

Levántate. Da un siguiente paso. Uno a la vez.

No me vengas con que duele, con que es difícil, con esas excusas propias de los espíritus débiles...

Y lo más importante: No me pidas que te espere. Tú vas de rodillas... Yo voy a pie.