Deslizo el pulgar sobre la tapa de la cajetilla de cartón. Tomo un cigarrillo entre los labios y hago girar el mecanismo del encendedor. El humo dibuja nuestras siluetas en la penumbra antes de desvanecerse sobre el cielo raso. La habitación huele a pizza, vino tinto y amores clandestinos.
Se abraza a mi. Siento el calor de su piel en mi costado. Veo sus hermosos ojos café y ella los entrecierra y sonríe.
-No deberíamos estar aquí.
Acerca a mi cuerpo su tibia desnudez mientras afirma:
-Lo sé. ¿Qué dijiste?
-¿A ella? Le dije que estaría en la oficina toda la tarde, trabajando en la planeación del próximo proyecto y que no contestaría llamadas.
-Muy bien.
Guarda silencio por un instante y con la sonrisa más pícara que yo le conozca, dice:
-Oye...
-Si, dime...
-¿Dónde aprendiste a ser infiel?
-Tradición familiar, supongo. En todas las generaciones, por parte de la familia de mi padre, siempre ha habido un infiel. Mi abuelo, mi tío, y ahora yo. Me tocó en suerte.
-Eres un cínico. Lo dices como si te enorgulleciera.
En este momento ya no sé si eso es bueno o malo. Aunque pensándolo bien, ahora que sujeto su cintura y beso una vez más los delgados labios, creo que no debe ser tan malo. No... No lo es.
Suena su celular. Por su mirada asustada, puedo adivinar quien es. Toma mi camisa de la silla y se la coloca encima en un solo movimiento.
Me pierdo en la contemplación de esa imagen: Ella alejándose de la cama con mi camisa sin abrochar. Puedo ver la delicada línea que dibuja sus senos a través del espejo que está en la esquina de la habitación. Me encantan sus bien torneadas piernas y mientras lo pienso, no dejo de preguntarme por qué a veces dice que está gorda.
Obviamente mi camisa le queda grande. Sale de la recámara. Se aleja de mí para contestar la llamada como si quisiera que yo no escuchara, lo cual resulta un tanto difícil en un departamento cerrado, donde solo estamos nosotros dos.
Qué piernas...
Yo escucho toda la conversación. Toda.
-Hola... Sí... Fui al centro... Con nadie... Sola ya te dije... Viendo unas blusas que me quiero comprar... No... Yo también... Ya te lo he dicho, ¿para qué lo quieres escuchar? Sí... Yo también. Si, mucho. ¡Claro que te lo digo! Porque ya te lo he dicho... Sip... Tú también... Bye.
Voltea a verme y suspira aliviada, aunque no por mucho tiempo, pues ahora es mi teléfono el que suena. Número desconocido para mí, no lo tengo registrado. Le muestro la pantalla para que vea el número...
-Es él... -dice en voz baja.
-Ok.
Tendré que contestar o parecerá sospechoso.
-¿Bueno? ¿Quién habla? ¿Quién? ¡Hola Arturo! No te reconocí la voz, ¿cómo estás? Bien también... ¿A quién? No, no la he visto. ¿Conmigo? No... En el despacho... Sí, claro... No hay problema... Sí... Bye.
Ella regresa bajo las sábanas. Ya era hora, me estaba dando frío.
-¿Por qué le diste mi número? -Le reclamo. Tengo que hacerlo.
-Yo no fui. Él debe haberlo buscado en mi celular. Tal vez sospecha algo.
-¿Tal vez? No. Realmente sospecha algo. Aunque con lo que le dijiste tú y mi descarada serenidad al contestarle, creo que las aguas volverán a su cauce...
La adrenalina baja y el ritmo cardiaco vuelve a sus niveles normales en su pecho y en el mío. Lo puedo sentir ahora que estamos abrazados otra vez.
-¿A qué hora te quitaste mi camisa?
-Hace rato... Podría arrugarse.
-Oye...
-¿Qué sucede?
-Ya ti... ¿quién te enseñó a mentir de esa manera?
-Fuiste tú... Lo aprendí de ti.
"maldito el maestro y maldita la aprendiz, si alguna vez fui mala, lo aprendí de ti..."
ResponderEliminarLas que aprenden bien se convierten en las consentidas del profesor, ¿que no?
ResponderEliminar...
puerko...
ResponderEliminar:o
ResponderEliminar¿Puerco Yo?
Jajaja...
Ok, lo acepto...
por su puesto que sí profesor :p
ResponderEliminar:) asi quien no quiere ser infiel jeje lastima que tengo en mi piel tatuado cien por ciento fidelidad jejeje segun pues habra que volver a tu esuela :P hay richie
ResponderEliminarte quiero mucho besos
sweety
¿Si verdad? Hasta se antoja...
ResponderEliminarSiempre hay lugar para ti. Yo también te quiero, ya lo sabes ;)