sábado, 19 de enero de 2013

No tengo nada



Si vienes a mí buscando riquezas,
debo advertirte que nada poseo:
hojas en blanco son toda mi hacienda,
las calles del mundo tengo por vivienda
y como cobijo, al astro-rey-sol.

Si buscas acaso, apoyo en mi pecho,
calor en mis brazos, amor en mi ser...
Me  temo, querida, que es un desacierto:
no hallarás calor en mi cuerpo yerto,
no hay un corazón dentro de este esqueleto
y el amor no es algo que pueda ofrecer.

Frases y versos, palabras y notas,
mentiras y cuentos son todo mi haber.
Veraces registros de falsas memorias,
reflejo implacable de mi contra-historia 
donde me descubro para comprender
que soy poco y nada: un héroe sin glorias,
sin grito de guerra, sin lanza o corcel; 
un paria que aspira llegar hasta el cielo
sobre una escalera de tinta y papel.


sábado, 12 de enero de 2013

El fin del mundo después del día del fin del mundo



        En la suite suprema retumbó el sonido de las 7 trompetas del apocalipsis, por todo el palacio celestial fueron escuchadas.

        Mientras aún sonaban, Dios abrió los ojos, despertaba de su sueño de más de dos mil años. En la tierra, el sol y la luna aparecieron juntos en el cielo, los ojos de Dios se abrieron y miraban fijamente, el color azul que hasta entonces lucía el cielo se volvió blanco, un calor se sintió en toda la tierra que no se soportaba, resecaba la piel y causaba una comezón en la delicada carne humana, comezón en todo el cuerpo sin importar la ropa puesta, además de la luz, que daba la impresión de estar bajo un domo blanco, luz molesta que en realidad no dejaba ver y un calor que no calentaba pero sí quemaba.

        Algunos corrieron a refugiarse a sus casas, pusieron el aire acondicionado y corrieron las cortinas, otros empezaron a volverse locos por la horrible comezón, trataban de arrancarse la piel en un acto desesperado de no sentir más el escozor, hubo quienes se mataron entre sí tratando de escapar del dolor y otros más se suicidaron. Nadie rezó.

        Dios estiró brazos y piernas para desperezarse, la tierra crujió desde el núcleo, el piso se abrió, los que se habían refugiado en sus casas, fueron tragados por la tierra, quedando casas vacías, ruinas de edificios, fierros retorcidos, los templos fueron sólo piedras e imágenes de santos hechas pedazos. Ninguno oró.

        Se dio la vuelta Dios sobre su cama de nubes para levantarse, los mares se elevaron formando enormes olas que arrasaron con lo poco que quedaba de vida humana, aunque en realidad no les dio tiempo de nada, nadie pidió perdón.

        Ya un ángel estaba esperándolo con el desayuno.

        Buenos días, señor – dijo el ángel.

        Miró Dios por su gran ventana hacia la tierra y vio lo que había pasado, suspiró profundamente y un viento ardiente arrasó con el último rastro de su obra, ni siquiera las ruinas permanecieron, sólo tierra árida bajo el cielo blanco y quemante.

        Llama a los ángeles arquitectos, ingenieros, diseñadores, inventores; llama a todo el equipo es hora de crear un nuevo mundo.

        Sí, señor – dijo el ángel haciendo una reverencia mientras se retiraba.

        ¡Ah! – Dijo Dios – dile al ángel que diseñó al ser humano que está despedido. No sé que estaba pensando cuando aprobé el proyecto.

FIN

sábado, 5 de enero de 2013

Si vuelves a verla, te mato



-Si vuelves a verla, te mato.


Fue lo primero que vino su mente al escuchar la detonación  y, de hecho, no pudo pensar nada más. Al instante sintió un fuerte golpe en la espalda, y junto con ello una sensación de indescriptible calor que se ampliaba radialmente desde ese lugar donde el proyectil había rajado su piel, atravesado el pulmón y fracturado la costilla.

Cayó de rodillas, respirando con angustiosa dificultad. Estiró la mano hacia el horizonte en un intento desesperado por pedir ayuda, pero ningún sonido salió de su garganta y se derrumbó sobre el polvo blanco de la cuneta. El autobús del que había descendido minutos antes todavía podía apreciarse allá lejos, avanzando directamente hacia ese círculo de fuego que lo cegaba y que hacía aparecer a la carretera -desde su perspectiva- como si ésta fuera un extrañamente lineal río de asfalto hirviente.

El Si vuelves a verla, te mato, volvió a sonar huecamente en su cabeza, como una bola de pinball que rebotara dentro de ella, de una sien a otra. Se encontró de nuevo frente a ella, ese día, el último que se vieron, unos cuantos meses atrás. Vio una vez más la obstinada determinación en sus ojos, la misma furia de mujer que le hizo huir, ésa que le hizo tener miedo y sentir ese frío recorriendo su espina. Pero en esta ocasión esa sensación se la proporcionaba la sangre que perdía temperatura fuera de su cuerpo, al contacto de la misma con el suave viento que seguía, sin detenerse, su camino hacia el poniente.

Cerró los ojos. La gente dice que cuando estás a punto de morir, toda tu vida pasa frente a ti en un instante. Eso podría darse por un hecho, si no consideramos que el tiempo para un moribundo carece de sentido y por lo tanto, la duración de esa película retrospectiva es, efectivamente, de toda una vida. Él no pudo voltear para identificar al agresor pero estaba casi seguro que había sido ella, a menos que...

Una vida plagada de errores, deliberados o involuntarios lo había colocado ahí, frente al cementerio de un pueblo fantasma, al que ni siquiera el ruido del disparo había sido capaz de sacar de su letargo. Intentó escupir los pequeños guijarros de arena blanca y salada que se metieron a su boca en el momento en que cayó de bruces, vestigios de que esa tierra hacía mucho tiempo, formaba parte de la laguna. Si vuelves a verla...

Una mueca, que pretendía ser una sonrisa se dibujó en su rostro, a punto de exhalar su último aliento, recordó.

Ya no tuvo tiempo de reconocer las botas de obrero que patearon su costado con esa tremenda ira, almacenada por tantos años y alimentada con desconfianza e inseguridad. No era una mujer, sino un hombre. Otro error, uno de tantos cometidos durante su vida en ese afán de burlarse de las reglas y los límites que la sociedad exige para garantizar una convivencia sana entre los individuos. 

Él hombre de las botas solo era una más de las posibilidades de muerte que se había granjeado durante su existir. Una de tantas. Descargada su ira y su arma volvió a colocarse la argolla de matrimonio y aún se dio tiempo para regresar y escupir sobre aquél cuerpo sin vida y mirándolo con desprecio, se alejó de ahí, dejándolo a merced de los perros, los coyotes y las ratas.