domingo, 7 de abril de 2013

Un dolor



Hace más de tres meses que no la veo. Corrección: hacía más de tres meses que no sabía nada de ella. Hoy me la encuentro y así, sin más, vuelve a perturbar mis pensamientos como lo ha hecho desde el primer día.

Es la presentación de un libro en un evento dedicado a la  literatura. El traje sastre color gris Oxford que ciñe su figura y el gafete que cuelga de su cuello con un listón azul marino  me indican que tiene algo que ver con la organización del evento. No estoy acostumbrado a verla usando falda por lo que en primera instancia, dudo que realmente se trate de ella.

Yo estaba hojeando algunos de los ejemplares que estaban en exhibición cuando la descubrí ahí, tan hermosa como siempre. Luciendo su cautivadora sonrisa y sacudiendo esa melena -ahora corta- que lleva en una de esas tonalidades rojizas que tanto les gustan a las mujeres.  

En determinado momento, nuestras miradas se cruzan y es justo ahí cuando lo siento, a la altura del corazón, una especie de pinchazo, como si alguien me hubiese atravesado el pecho con una de las grandes agujas con las que mi abuela solía tejer. La molestia es tan grande que decido regresar el libro a su lugar en el estante y salir a  tomar un poco de aire fresco. Me siento en una de las jardineras y descubro que es precisamente cuando respiro con mayor profundidad, que el dolor se vuelve más agudo. Una voz que reconozco pregunta en tono de preocupación:


-¿Te encuentras bien?


De todas las cosas que podrían suceder, es ésta la más sorprendente, en especial por la forma en que nos alejamos el uno del otro la última vez. Quizá esa es la razón de que yo no pueda articular alguna frase que la haga quedarse conmigo por más tiempo. Me gustaría mentirle, decirle que todo está bien, que no tengo nada. Pero ella siempre logra que le diga la verdad.


-No. Siento un dolor intenso aquí -y señalo con la mano derecha el lugar exacto, bajo la solapa del saco. 
-Deberías cuidarte -me dice y, mientras se aleja para regresar a sus ocupaciones, me guiña un ojo antes de agregar: -¿No será que se te rompió el corazón en el momento en que me viste otra vez?
-Es posible -le contesto con la sonrisa más forzada que el dolor que siento me permite.


No puedo evitar mirarla cuando sube la escalinata. La falda resalta su bien formado trasero y me imagino que ha estado haciendo ejercicio, pues sus pantorrillas lucen de maravilla. Me vuelve loco, lo acepto. Y estoy seguro que ella lo sabe. Toda una andanada de pensamientos y de recuerdos llegan a mi mente: no puedo respirar. Mi pulso se acelera y comienzo a sudar frío. Me dirijo al baño para mojarme la cara y mientras veo mi reflejo no dejo de pensar en ella, en mis ganas de tomarla entre mis brazos, de besarla salvajemente una vez más, como lo hacíamos en aquellos días, a escondidas de todos. 

Después de un par de minutos me tranquilizo un poco, pero el dolor sigue ahí. Me doy cuenta que permanecer en este lugar, observándola desde lejos, podría tomarse como acoso de mi parte o, lo que resulta peor aún... Masoquismo. Decido emprender la retirada y hago lo posible por tomar una ruta que no me lleve a donde ella está, pero el destino tiene otros planes para nosotros. Tomo un corredor alterno para salir al estacionamiento y justo frente a mí, aparece ella con toda su pálida y despampanante belleza caminando hacia mí sobre esos zapatos rojos.


-¿Ya te vas?
-Sí -le respondo. -Se hace tarde y tengo hambre...
-¿De mí?


Esa pregunta me deja helado. Obviamente no esperaba algo así, por lo que mi respuesta en un torpe balbuceo solo es...


-¿Perdón? ¿Qué dijiste?
-Nada. Olvídalo -me dice mientras sonríe pícaramente.


Ella sigue su camino y yo el mío. Su perfume queda flotando en el ambiente y yo no puedo contenerme. Aprovechando que el corredor está vacío me vuelvo hacia ella y le digo en voz alta


-Sí, tengo hambre de ti...


Ella regresa a sus actividades y yo, camino a casa sigo preguntándome cómo es que me hechizó, cómo logra tenerme prendado así, con tanta pasión, con este desbordado deseo... Mi niña, mi amor prohibido, si tu apuesta era hacerme perder el control, volverme loco, déjame decirte que lo has logrado... 

Y mientras lo pienso, el dolor acomete otra vez y mis manos se crispan sobre el volante del coche.

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