UN ALA, SOLAMENTE...
“De las alas que me regalaste, solo me queda una. Y esa no
me sirve para volar.”
Mi mente es un tropel de imágenes
desenfrenadas, vorágine de ideas inconexas, la sensación amarga y reseca de una
noche de insomnio. Lo curioso es que antes de ti, yo nunca había tenido
insomnio ni había bebido alcohol antes del desayuno, como lo hago ahora. Tú me
representas la primera vez de muchas cosas, en diversos sentidos y también el
regreso a costumbres que tenía olvidadas. Tú me haces sonrojar y yo jamás me
sonrojo… Y luego la ausencia y el silencio. ¿Por qué te desvaneces así? ¿Qué
juego perverso es este? Tú y yo pensamos. Pensamos demasiado, para nuestra
desgracia y, por lo mismo, por esta necedad de seguir pensando es que no puedo
dormir. Pienso en tus excusas sin sentido, sin validez, sin soporte ni lógica.
Me molesta el alarde con el que hablamos de nuestra inteligencia. Si fuésemos
tan inteligentes como creemos, esta separación no tendría razón de ser. Me
haces odiarte y odiarme a mí con la misma intensidad con la que te amo. He
vuelto a las viejas costumbres, a rutinas que tenía olvidadas. He vuelto a usar
reloj: ese afán masoquista de registrar el tiempo en que ya no estás. El mismo
afán masoquista que mantiene tu cepillo de dientes en el vaso, pensando que tal
vez mañana despiertes aquí, cobijada en estos brazos. La cabeza me duele, de
tanto pensar, quizá, o por la falta de sueño o por mi recién adquirida costumbre
de beber mezcal apenas despertar; o la otra, la de dormir con las mandíbulas
apretadas cuando logro hacerlo. También he llorado, pero no tengo ninguna duda
de que eso tú ya lo sabías.
Aquí, conmigo, llevo tus besos,
los te amo, la certeza de un amor para toda la vida que se desgasta tratando de
comprender por qué dos personas que se dicen tan listas no pudieron encontrarle
solución a un problema tan simple.
He perdido tu voz. Tengo a cambio
una verdad incompleta y una necesidad: una urgencia de adivinar lo que no se
dice. Tú te alejas envuelta en un oscuro manto de silencio. El guion es el
mismo que las otras veces: otra vez soy el mejor, el amor de la vida de alguien,
el tuyo, quizá. Otra vez los peros y los puntos suspensivos y la negativa y la
indefinición. ¿Por qué? Un “no te quiero” sería mucho más simple y certero.
Tampoco tú puedes dormir, lo sabemos, lo sé.
Y yo, ¿qué puedo decir yo cuando
no hay espacio para contra-argumentar? Tú ya has decidido colocar un punto
final que para mí es unilateral y egoísta. Desde hace días todo calla, todo es silencio
(el silencio es el más incómodo de los ruidos). Esto que teníamos se ha
terminado, lo terminaste tú, de manera tajante, sin transiciones, muchos días
antes de esta taza de café. Entiendo mi condición de exilado y no pienso
desgastarme en pedir explicaciones, no exigiré que luches al menos un poco.
Entiendo mi condición de persona que ama, que suelta, que deja ir, para que la
otra encuentre su camino por sí sola. (Eso que acabo de escribir es mentira, lo
acepto, pero no lo entiendo. De hecho, no sé cómo hacerlo porque hace tiempo
asumí todos los riesgos, incluso el que implicaba dejarme domesticar, renunciar
a mi soledad, a mi libertad, por tener algo contigo y esto es lo que pasa). ¿Cómo puede asumirse tanta libertad que me arrojas al pecho así, de golpe?, si
ahora, de las alas que me regalaste, solamente conservo una y esa no me sirve
para volar.