ENTRESÁBANAS
Sigo
metido en la cama, entre las sábanas, pero estoy despierto, completamente
despierto. Escucho los ruidos que vienen de la calle, la música en casa de los
vecinos que quisiera contrarrestar con la estridencia de un disco de metal.
Ella también resuena en los ecos de mi memoria, pidiendo eso, precisamente: que
ponga música. Le asusta el silencio de esta casa, le asustan sus propios
gritos. Después
se pierde en la delgada frontera donde se entrecruzan las realidades y la
música o el silencio dejan de importarle un carajo. Imagino su cuerpo, dilatado
al calor de mis brazos, respondiendo a la eléctrica sensación de mis dedos que
avanzan suavemente por su espalda. Su cuerpo y el mío se entienden,
se reconocen. Más aún: ella desconoce muchas cosas de su cuerpo que yo sé.
Pienso en el texto que me pidió y que pronto pintaré con besos en la piel de su
espalda. En un mínimo de palabras, la
idea de eternidad que nos vincula desde el principio, desde que
coincidimos por primera vez: la entrega, la posesión, la toma, la dominación
salvaje... En un mínimo de palabras, nuestra propia tabla esmeralda.
Su
recuerdo y el delicioso aroma de su piel en esta cama me ha excitado los
sentidos y despertado en mí el deseo de poseerla nuevamente, de entregarnos al
goce de los cuerpos sin preguntas ni porqués, al margen de cualquier vestigio
de cordura: básica e instintivamente, como animales salvajes, sin nada que
perder, sin pronunciar nuestros nombres, sin recurrir a conceptos tan gastados,
nocivos e innecesarios como el amor, que pudiesen arruinarnos el momento...
Entre el onanismo y su recuerdo, miro cómo se va elevando el día más allá del cristal de mi ventana.
¡te adoro!
ResponderEliminarTodavía no tengo el texto que rayare en el lienzo que tengo por espalda, para que después lo recorras centímetro a centímetro con la yema de tus dedos y la piel reaccione.
¡Auch! Eso suena delicioso y provocativo...
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