El cielo vespertino se cubría de esos tonos naranjas, púrpuras y dorados que anuncian la partida del astro rey. Temperatura que decendía, cúmulos de nubes iluminadas por los últimos rayos en el horizonte y yo hipnotizado por el espectáculo.
La acera que hasta ese momento era toda para mí resonó con la rítmica cadencia de unos tacones femeninos y mi instinto de hombre me hizo voltear casi involuntariamente.
La mujer perfecta. La que había esperado toda la vida: era ella.
Los diez metros que nos separaban fueron salvados en unos cuantos segundos y mientras más se acercaba, más se aceleraba mi corazón. Nos reconocimos. Pude leerlo claramente en sus ojos cuando pasó junto a mi, cuando percibí el dulce aroma de rosas de su cabello lacio, manto azabache que flotaba al viento. El tiempo pareció detenerse. Sentí deseos de preguntarle por qué había tardado tanto en surgir como una mariana aparición, envuelta en perfume de rosas. Deseos de decirle que la amaba desde mucho antes de ese momento, sin conocerla, sin haber visto la delicadeza de su rostro de piel morena nunca antes.
Ella me dijo lo mismo con la mirada y una sonrisa mientras se alejaba, volteando de reojo a verme. Una conexión única, tan larga como un momento, ese momento que pudimos haber prolongado para toda la vida con la fuerza de un simple Hola...
Pero tanto ella como yo estábamos acostumbrados a vivir con miedo, a no actuar, a no decir.
Tuvimos miedo. Yo lo tuve y ella también. La cobardía resultó más fuerte que el impulso de tomarnos de las manos, perdernos en los ojos del otro y decir: Sí, eres tú...
Así que dejamos pasar la oportunidad de detenernos a preguntar quiénes éramos.
Tuvimos miedo. Yo lo tuve y ella también. La cobardía resultó más fuerte que el impulso de tomarnos de las manos, perdernos en los ojos del otro y decir: Sí, eres tú...
Así que dejamos pasar la oportunidad de detenernos a preguntar quiénes éramos.
Y de la misma manera en que nos vimos llegar, escuché las botas negras de ante alejarse por la calle en penumbras. Los dos, incapaces de voltear, permitimos que la felicidad se alejara caminando en sentido contrario, sólo por no atrevernos.
Aún ahora, solo como siempre y recostado en el sofá, me pregunto cuál sería su nombre...
las alucinaciones también son perfectas...
ResponderEliminar¬¬
ResponderEliminarNo fue una alucinación: Era real...
claro que alucinaste si ya llevabas más de 3 chelas... te dio el delirium tremens
ResponderEliminarmejor dicho, te dio después de estar sobrio jijiji
ResponderEliminarla próxima vez que veas a la mujer de tus sueños, lanzate y no dejes escapar a la mujer que te puede hacer feliz. No me dejes ir
ResponderEliminarOh que bueno que regresaste, déjame anotado el teléfono al que puedo localizarte, te has vuelto humo...
ResponderEliminar;)
Y no te vuelvas a ir eh... Mala. Niña mala
:D
ja ja, ya lo tienes mi número, ya para que te lo doy, pero sobre todo, no dejes ir a la mujer de tus sueños...
ResponderEliminarOh... Creí que no lo tenía, dado que firmaste como anónima.
ResponderEliminarAhora puedo dejar de pensar que me tienes miedo ;)
si, ahora ya puedes dejar de pensar eso, el miedo se acabo... y esta mujer de tus sueños aqui seguira.... tu decides...
ResponderEliminarFuertes declaraciones...
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