sábado, 8 de diciembre de 2012

Imaginario



Siempre fue una niña solitaria -al menos esa fue su percepción, pese a estar rodeada de una familia que se preocupaba por ella y por sus hermanas- y no cambió de parecer ni siquiera al llegar a la edad adulta. Soy invisible, no soy importante para nadie eran frases que acudían a sus labios con frecuencia. Esa necesidad de estar con alguien y dejar de sentirse tan vacía le hizo concebir al imaginario.

Y le creó a imagen y semejanza de un sueño que soñó tener una vez: moreno, ojos color café, voz grave, no muy alto, solo lo suficiente para alcanzar a besar sus labios sobre las plataformas de esos zapatos rojos, los favoritos. Detallista, romántico, cariñoso y sincero. Confiado, seguro de sí mismo, tal vez con alguna habilidad artística, la cual no se había decidido a asignarle desde un principio,  pero se decantó por convencerse de que el imaginario era músico y tocaba el piano.

Se pasaba tardes enteras hablando de él a sus compañeras de trabajo y lo hacía con tanta convicción que todas ellas le asumieron como real. Incluso, hubo ocasiones en que le culpó de su rostro demacrado, aduciendo una noche de llanto después de una fuerte discusión con él. Pero un día comenzaron a sospechar, a cuestionar, a pedir alguna muestra de que realmente existía, porque nunca habían visto una evidencia de lo contrario.

Todo lo anterior le hizo sentirse observada, perseguida y optó por refugiarse en su pequeño departamento, donde nadie la molestara ni le hiciera cuestionamientos incómodos. Cerró con llave y se metió a la cama, cerró fuerte los ojos y deseó con todo su ser parecerse a él. Al despertar la mañana siguiente, se dio cuenta que su estructura molecular había cambiado y que ahora se encontraba formada de esa sustancia blanquecina y translúcida  de la cual están hechos los sueños. Sobra decir que a partir de ese momento,  nadie más la volvió a ver. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario