viernes, 29 de octubre de 2010

Rebecca. Parte II




-¿Crees que sea un cráneo? -dijo Ricardo algo asustado. Siempre había sido un cobarde.
-Puede ser -respondió Carlos sin ocultar su emoción.
-Pues brinca ahí dentro para salir de dudas.
-¿Por que no te metes tú?
-A mi me dan miedo esas cosas, ya lo sabes.
-Pues a mi no -Y aún sin terminar la frase, saltó dentro del agujero.

Era emocionante estar ahí dentro. El dulce placer de hacer algo que está prohibido, algo para lo que no estás autorizado, le hizo tragar saliva.


Se acercó a la pared de tierra y palpó la superficie rugosa de lo que habían creido era sólo una pelota. La emoción hacía que su corazón latiera intensamente. Era un cráneo sin duda, algo lastimado, roto por la acción de una pala, pero aún así era todo un descubrimento y debían avisar. No porque fuera su responsabilidad, sino porque resultaba un evento en extremo interesante, no solo para ellos dos.

Sus jefes en la oficina, con el doble de edad que ellos, mantenían el espíritu adolescente, así que, no bien les habían comunicado el acontecimiento, cuando ya salían los 4 caminando aprisa... en busca de aventura.

Al llegar junto a la fosa, se dieron cuenta que los superiores no podrían aventurarse en el brinco de metro y medio que representaba meterse ahí. Años de informática sedentaria habían dejado su huella en la cintura de ambos y a todas luces se veía que carecían de la agilidad necesaria. Así que todos voltearon a ver a Carlos una vez más.


El aludido saltó dentro del boquete de tierra de un metro por dos  cuarenta  y palpó el objeto una vez más.


-Es un cráneo.
-¿Lo puedes sacar?
-Dèjame ver. No. Está atorado. Necesitaría algo para escarbar a los lados.
-¿Te sirve este desarmador? -preguntó uno de los jefes de oficina.
-Sí, creo que sí...


Después de algunos minutos de esfuerzo, pudo meter sus manos al lado de aquello y jalarlo hacia él. Se escuchó un crujido. Al parecer había fracturado algún otro hueso que estaba por ahí.
El cráneo estaba completamente lleno de tierra. El maxilar inferior siguió enterrado y Carlos concluyó que el hueso que escuchó romperse debió ser la clavícula. Era hermoso definitivamente, además, el  hecho de que  lo había sacado con sus propias manos le daba un valor especial.
Le ayudaron a salir del hoyo de tierra y procedieron a la contemplación del trofeo. Todos, excepto Ricardo quisieron quedárselo.
Carlos guardó silencio un instante y dijo al fin:


-Creo que me corresponde. Después de todo, fui yo quien se metió a la tumba a sacarlo.




Era un argumento irrefutable, así que todos asintieron con la cabeza. Se lo entregaron y  lo metió en la mochila color verde militar que usaba para llevar sus cuadernos a la preparatoria.


Ya en casa, se dedicó a contemplar la mochila que contenía su trofeo, sin abrirla. Deslizó el cierre metálico con la parsimonia de quien desentierra un tesoro que ha sido escondido por uno mismo. Necesitaba verlo. Disfrutar ese triunfo.


El cráneo seguía totalmente lleno de tierra. Le faltaban tres incisivos. El cuarto y los caninos se extraviaron los días subsecuentes. Los molares estaban intactos. Aún con los faltantes descritos en la dentadura seguía siendo un hermoso trofeo para el adolescente. Ahora debía enfrentarse al reto de mantener ese tesoro en secreto, lo cual no pudo conseguir ni siquiera por 24 horas.
Carlos había decidido dejar el cráneo dentro de la mochila y de esa manera poder disfrutar su contemplación todos los días al llegar a casa, sin embargo, cuando apenas cruzaba por la puerta la tarde del día siguiente, su madre y su abuelo se plantaron delante de él en actitud de quererlo regañar. Deseó que fuera por las pésimas notas obenidas en Matemáticas durante ese bimestre...




Continuará... mañana.


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