Hace un rato que los textos del poeta triste aletean en mi cabeza, hace rato ya, que la idea de la trágica muerte de Quiroga y la necesidad de volver a leer al respecto, se apodera de mí. Otra vez me duele la garganta, pero ya no queda más mezcal. Otra vez estoy soñando despierto y con los ojos cerrados. Quizá mi necedad de complicar las cosas innecesariamente sea la responsable, quizá por eso el insomnio y mi estúpida necesidad de llamarle mía. Cinco minutos más, como cuando eres niño y debes ir a la escuela. Tengo una marca en el tobillo causada por algún insecto. Los párpados me pesan; la incomodidad en el tobillo me hace pensar que lo que me picó no fue un zancudo (o quizá me rasqué demasiado fuerte y me arranqué un trozo de piel entre los sueños). Quizá me mordió una araña cuando arreglaba el diminuto jardín que hay en el patio, quizás, este sea el mejor momento para volver a Quiroga y al almohadón de plumas.
Quiero dormir. Quiero engañar a la mente
diciéndole que estoy bien, que me siento bien y que este insomnio es solo una
coincidencia y nada tiene que ver con su partida. Hago una última nota,
momentos antes de dejar de escribir, y coloco su cepillo de dientes
cuidadosamente en su sitio, por si ella, contra todo pronóstico, repentinamente
decidiera regresar.
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