Desde esta mesa puedo ver a la gente que llega, observar a la que ya está aquí. Coloco el separador en el último cuento del libro. Hago mi pedido y espero. Abro los cajones de la memoria. Me sorprende encontrar ahí mi escape del Minotauro y al mes de mayo. Los nombres de sabores dulces, por otro lado, ya se han vuelto presencias recurrentes. He estado aquí antes, sentado quizás en esta misma mesa: se llega a un punto en el que todos los lugares terminan por parecerse y todas las ciudades de piedra son la misma ciudad de piedra. Veo las siluetas recortarse contra la luminosidad de la puerta que da a la avenida, a la Calle Grande. Hace un rato pensaba en todo lo que quiero escribir, ahora trato de poner las ideas en orden. Mi mente es impetuosa, me dicta muchas cosas por hacer al mismo tiempo. Me dirijo a ella, le hablo en voz alta, en segunda persona, como si estuviera sentada a la mesa, frente a mí. He vuelto a decirle que solo haremos una cosa a la vez, que de esa manera hay mayores probabilidades de éxito. Repaso mentalmente los pendientes: las prácticas, los ensayos, este diario. Hay muchas cosas qué hacer, muchas cosas qué aprender, muchos libros por leer y muy poca vida.
El separador está en el último cuento del
libro. Es una buena manera de empezar el año. Al menos sigo vivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario