viernes, 8 de enero de 2021

Hoja 15

 

 


También aquí hace frío. En los interiores de las habitaciones, en las oficinas de la ciudad de piedra, sigue haciendo frío. 

El bolígrafo raspa la hoja de papel, rasgándola como una cuchilla. Escribo para evadirme, para soportar el tedio, para adormecer la espera. Todos queremos adormecer la espera: el oficinista jubilado, que intenta entender en voz alta lo que le dice a su esposa (asumo que es su esposa, porque nadie aceptaría voluntariamente una charla como esa, a menos que no tuviese más remedio); el tipo gris, justo enfrente de mí, que se entretiene en tamborilear con ambos pies, contra el piso, una melodía que no alcanzo a descifrar; la niña que da vueltas sobre sí misma: todos hacemos lo que hacemos para no ceder al aburrimiento mortal.

 

Suena una voz, recita algo ininteligible, nos asigna un número; le escuché a través de la puerta abierta, o quizá solo creo escuchar algo. Últimamente olvido todo, de manera casi inmediata. 


El problema de estar aburrido es lo que uno hace con ese tiempo. Atrapado en esta espera entre paredes blancas, encuentro en mi mente flores, flores y espinas. Miro una imagen en la que besa al que supongo es su amante en turno. Sonrío. Me gusta que parezca feliz. Le saludo informal, lo más impersonal que me es posible. Ella responde de manera inusual, tan inusual que prefiero interpretarlo como una anomalía, como un error de la máquina. 

bello extraño 

Maldito aburrimiento. Maldito tiempo sin usar. Puedo imaginar tantas historias a raíz de esas palabras. Podría engancharme en un discurso apasionado, como las otras veces, un monólogo que hable de las pieles y de los besos, de las botellas de tinto, del olor a madera y de los vasos sucios, pero a veces uno de los dos debiera mantener la cordura, ignorar los anzuelos deliberadamente, hacerse el tonto; sonreír y decir sin escribirlo: yo también te extraño.



Imagen de Free-Photos en Pixabay 




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