viernes, 15 de noviembre de 2013

Momentos mágicos

"Ahora que las floristas me saludan,
ahora que me doctoro en lencería,
ahora que te desnudo y me desnudas
y en la estación de las dudas
muere un tren de cercanías..."

-Joaquín Sabina


Ahora que mis rutinas se ven alteradas 
y que no escribo cuando quiero, 
sino cuando me queda un resquicio de tiempo. 
Malditas estructuras obsesivas...




Se vieron temprano ese día, después de una dura semana en los trabajos de ambos. Por fin un poco de descanso, sin el incesante bip de las impresoras ni el monótono golpetear de los dedos sobre los teclados. Solo el aire libre de humo de cigarrillo que les brindaba el parque y las hojas secas bajo sus pies. 

Los pequeños cúmulos de nubes allá, en el cielo azul, hacían adivinar  que la tarde sería aún más fresca. Se detuvieron un poco para escuchar al viento silbar entre las copas de los árboles y disfrutar de esos sonidos que se aprecian mejor cuando la mayoría de la gente de la ciudad trata de protegerse del frío dentro de sus propias casas. El domingo recién se partía por la mitad.

Lo de ellos era caminar. Los autos les representaban un candado a lo emotivo y a la espontaneidad, a menos que ambos se encontraran en el asiento trasero. Tener que atender al volante y a la palanca de velocidades resulta en un terrible distractor.

Ahora caminaban  por una callejuela empedrada. Ella colgada del brazo derecho de él. El rojo del semáforo peatonal cedió y pudieron cruzar la avenida. Entraron a una tienda de libros usados y extendieron la mano a un tiempo, para tomar el mismo libro. Algo relativo a mujeres con prisa y licántropos domesticados. Ante tal coincidencia, no tuvieron más remedio que sonreír.

Entraron a un restaurante. Un edificio de paredes de piedra, con árboles enormes al centro de la construcción. A sus pies, con un golpecito seco, cayó una flor anaranjada con forma de campana. Comieron pizza y bebieron tinto, como si fuera una celebración. Celebraron que no había nada que celebrar. Reían estruendosamente ante la mirada molesta de algunos vecinos de mesa. Gente que no entiende lo importante que es brindar y abrazarse precisamente durante las no-fechas, sin motivo aparente: simplemente porque se tienen ganas.

El sonido ambiental hizo sonar una melodía que ambos conocían y que los vinculaba emocionalmente, aunque ella no lo hubiera dicho y él nunca confesara que lo sabía. Al salir del restaurante, cayó otra flor, idéntica, justo en el mismo lugar que antes y se enfrascaron en una discusión filosófica acerca de los déjà vu.

Al salir, una leve llovizna les dio la bienvenida. Así que le respondieron con un beso, sobre la acera mojada.
Como fondo musical, alguien ensayaba en un piano desde algún lugar que no se podía determinar. Ella abrió los ojos y sonrió.

-Quiero ir al cine -fue lo único que dijo.

Él asintió con una sencilla inclinación de cabeza. En la penumbra de la sala se besaron una vez más, muchas veces más, aun a pesar de la mirada envidiosa que los escrutaba desde la fila L. Qué descaro, dijo una voz a la que ni siquiera le prestaron atención.  Y -posiblemente- a la película tampoco. 

Al salir, la luna ya brillaba, alto, en el cielo. Caminaron un poco más y ella se enredó en su cuello para besarle una vez más. El pasó las manos por su espalda para poderle abrazar, lo cual le hizo estremecer. Justo en ese momento detrás de él, fuegos artificiales iluminaban el cielo. No era ninguna fecha importante en el santoral, por lo menos ninguna de la que ellos estuvieran enterados. Aún así, el espectáculo siguió por varios minutos más, allá lejos, frente a ella.

-¿Te has dado cuenta que cuando nos vemos hay un montón de cosas mágicas que simplemente suceden?
-No -dijo él, incapaz de percibir el mundo con la claridad que a ella le permitían aquellos cristalinos ojos de miel...