martes, 23 de diciembre de 2014

El amargado


Está bien. Te lo concedo: puedes llamarme así. A fin de cuentas, todos los días te doy más de una razón para que lo hagas. Pero si lo consideras seriamente, al respecto de este tema, mis razones son justificadas.

¿Cómo pides que me calme? ¿Cómo pides que respete tus creencias? Sabes que la celebración de estas fechas tiene su correspondencia con los cultos solares, ¿verdad? Y si no lo sabes, no importa. En realidad eso no me molesta.

Lo que me hace escupir piedritas de bilis es todo lo demás:

  • El mito de un personaje turco, envuelto en halo de leyenda, que una empresa refresquera retoma durante el siglo pasado,  le moderniza,  le asigna los colores de su marca  y lo comercializa hasta el hartazgo (mi hartazgo, si se quiere).
  • Los centros comerciales atascados de insoportables estresados.
  • Las filas interminables en bancos y cajeros electrónicos.
  • Los gastos estúpidos de los gobiernos municipales simulando (intentando simular)  mantos nivales en ciudades, pueblos y comunidades cercanas a los trópicos o al ecuador.
  • Las compras de última hora de cosas que no son indispensables y se pagan a precios inflados debido a la temporada navideña.
  • La hipocresía que dura poco menos de un día,  donde los amigos vuelven a serlo, las rencillas familiares se "olvidan" por unas horas y los teléfonos no dejan de sonar...


¿Quieres que me calme? ¿De verdad quieres que me calme y que participe de esta locura cíclica de temporada? ¿Me pides que crea en la magia? Está bien, lo haré. ¡Mostradme y creeré!

He aquí lo que deseo, como una prueba. Solo eso...





Sin moño, que ése se lo pongo yo.


¡Salud!