domingo, 10 de agosto de 2014

Vasos, besos, blusas...

Feliz cumpleaños, dondequiera que te encuentres...



Me pide un vaso con agua. Saca de  la bolsa de mano una cajita blanca de cartón y extrae algo de ella. Revienta una de las burbujas y toma la píldora entre el índice y el pulgar. La traga con ayuda del líquido vital. 

No preguntaré. Me rehúso a correr el riesgo de enojarme como la última vez. A fin de cuentas, ella decide lo que hace con su salud y con su cuerpo y yo, por mi parte, no intervendré más.

Trae una blusa gris con el estampado de un pentagrama sobre el pecho. Adivino sus pezones en el Mi de dos compases simétricos. 
Nos besamos con la vehemencia de dos adolescentes hambrientos de mundo, de caricias; decididos a sacarle provecho al poco tiempo que tenemos para nosotros.

Soy adicto a su aroma, a sus caricias, al peligro que me representa estar cerca de ella, al roce de su piel contra la mía, a sus contradicciones.

Se despoja de la blusa y me advierte, aparentando seriedad: puedes quitarme todo, excepto el sostén...

Me mantengo firme en mi decisión de no preguntar. He aprendido que cuando me involucro, nuestra situación se vuelve más riesgosa aún.

Recorremos mi cama, girando como las agujas del reloj. Nos besamos, nos mentimos; me promete no marcharse jamás y yo le juro que la amo. Mordemos nuestros labios y  compartimos el sudor. Una vez más, las horas se contraen. Nosotros ignoramos el tiempo hasta que algún ruido cotidiano nos devuelva a la realidad.

Vasos con agua que no ha de beberse, copas de vino que ya están vacías, besos alucinantes de intensidad creciente, blusas pautadas que que resbalan por unos hombros de marfil, hasta llegar a la alfombra, con el resto de la ropa dispersa por el suelo.

Uno de los dos debe marcharse siempre. Esta vez, el turno es de ella. Debe regresar al mundo, a la "estabilidad familiar", a la rutina agobiante, al hogar ejemplar.

Yo permaneceré en este agujero, aspirando el aroma que aún flota en la habitación, recitando cíclicamente y con los ojos cerrados -como si se tratara de un mantra- vasos, besos, blusas... Vasos, besos, blusas..., hasta caer vencido por el sueño entre las sábanas de esta cama donde mañana, irremediablemente, amaneceré sin ella...