viernes, 1 de enero de 2016

Mi decisión



Es diciembre y el sol invernal que entra por la ventanilla del auto de alquiler me da de lleno en la mejilla y el cuello, provocando que trate de protegerme con la mano. El chofer menciona algo acerca del clima de esta temporada y lo compara con el de años anteriores; la verdad, yo no le presto mucha atención y  respondo cualquier cosa.

No pasa mucho tiempo cuando llegamos a mi destino. Desciendo del taxi y me instalo en la posada de un pueblo en el que no había estado antes. 

Mi presencia aquí obedece a una invitación: vine a una boda. 

Ni siquiera conozco a los novios. Un par de amigas que no querían venir solas me invitaron y me pareció una buena idea. He llegado intencionalmente tarde, para no entrar a la ceremonia religiosa. Aun así me desplazo al templo donde se oficiaría la misa y veo a los recién desposados salir sonrientes, radiantes, dueños de una alegría que me llama la atención.

En días recientes he visto a mucha gente haciendo planes para eventos así: escogiendo muebles, preguntando por pintura para la decoración de su futura casa, mirando electrodomésticos. Parece que se hubiesen puesto de acuerdo para que todo a mi alrededor esté lleno de datos al respecto. Incluso mi abuelo ha vuelto a comentar que no piensa morir hasta que yo me case y le haya dado un nieto. Estuve a punto de contestarle que eso lo convertía en un viejo inmortal, pero no quise parecer grosero con él.

Me gusta vivir solo. Y a pesar de pertenecer a una época en que ésto ya no es extraño, las costumbres parecen demasiado arraigadas aún y se me ve como un tipo raro, casi un loco. Sin embargo la insistencia de mis amigos, la preocupación de mis familiares me hacen considerar...

Mientras observo a los novios posar para las fotos y lucir su felicidad, mi pensamiento viaja a otro lugar ajeno a éste: mi departamento allá, en la ciudad. Lo conozco de memoria y lo recorro con la mente. Me desplazo por cada una de las habitaciones hasta que llego a  un rincón en el que tengo la impresión de que falta algo, de que algún elemento debe llenar el vacío. Sé lo que es. Me di cuenta hace un par de días en el centro comercial cuando vi a esas parejas escoger sus electrodomésticos, pero hasta ahora soy plenamente consciente de ello. Lo reconozco en este momento, en este hermoso atrio-jardin y bajo la fresca sombra de este sauce.

Era algo que había estado aplazando demasiado. El ser consciente de mi decisión me hace sonreír. Justo ahora veo a mis amigas y les saludo a lo lejos con la mano en alto. Quisiera contarles acerca de lo que acabo de resolver pero me parece un tanto egoísta en este momento en que seguramente estarán pensando en la boda que recién se ha celebrado.

Mañana tal vez solo haga una publicación muy pequeña a través de mis redes sociales para comunicar ésto que sin duda modificará incluso mis hábitos alimenticios.

Sí, la decisión está hecha y es irrevocable: definitivamente, voy a comprar un  microondas...






Jajaja... ¡Salud y feliz año!