domingo, 19 de septiembre de 2010

Muñeca





Las puertas del bazar se abrieron puntualmente como desde hacía veinticuatro años, justo cuando el reloj de péndulo tallado en ébano marcaba las nueve de la mañana. El sol iluminó a raudales los objetos cuidadosamente acomodados en sus estantes: baúles, candelabros, fonógrafos, vestidos y uniformes de una guerra casi olvidada. Todo distribuido de manera precisa, para que todos los objetos pudieran ser apreciados por los visitantes por igual.

El encargado colocó el acostumbrado taburete para que la puerta no se cerrara con el viento, echó un vistazo a las calles que a esa hora de la mañana eran tranquilas aún, aspiró el aire matinal y se acomodó los blancos cabellos.

Los curiosos empezaban a llegar a eso de las diez. Turistas que estaban de paso en la ciudad, ancianas que venían a recordar épocas de gloria y juventudes idas, estudiantes de literatura o filosofía que apreciaban el millar de historias jamás contadas encerradas en esos objetos, talladas en madera o escondidas detrás de una bolita de naftalina.

Sobre un juguetero de madera de roble con finos acabados de color dorado en sus orillas, se encontraba una muñeca. El vestido que un día fuera blanco lucía ahora un tanto amarillento, en especial en el encaje de las mangas que cubrian los hombros. Los rubios cabellos estaban despeinados y los azules ojos miraban la puerta abierta de par en par, como si esperaran algo.

La muñeca no era muy antigua. No era de  porcelana sino de plástico. Dentro de ella aún conservaba el mecanismo que hacía más de dos décadas le permitía reir: un pequeño disco de acetato y una aguja lectora que habían dejado de funcionar.

Falta de baterías, había dicho alguna vez el viejo encargado para sí mismo...

Justo ahora una jóven cruzaba el umbral, maravillada de todas las cosas que sus ojos color miel podían apreciar en el pequeño bazar. Se encontraba hojeando un libro de hojas desgastadas por el tiempo, una versión antigua de un clásico de Shakespeare, cuando sus ojos claros se encontraron con la mirada azul de la muñeca.

Sonrió y fue hacia ella. Sacó un cepillo de su bolso y arregló los despeinados cabellos, la tomó entre sus manos y le acarició la mejilla, para voltearla luego y cerrar el vestido por la espalda con el desgastado velcro y el broche de presión que estaba a la altura del cuello, por la parte de atrás.

-Listo -le dijo- y la colocó otra vez sobre el juguetero. ¿Sabes? -agregó- Eres una muñeca muy bonita...

El rojo corazón de plástico de la muñeca rebosaba de alegría y sus ojos azules brillaban con tal intensidad, que pareciera que les hubiesen, mágicamente, dado vida.


-¡Me quiere! -pareció decir.


El espejo de luna ovalada con adornos barrocos que se encontraba colgado a su izquierda quiso intervenir para proteger el frágil corazón de plástico de la muñeca.


-No deberías ilusionarte de esa manera...
-¿Por qué no? ¿Acaso no lo has visto tú mismo?
-¿Ver qué?
-La manera en que me tomó en sus manos, el cómo me peinó, cómo arregló mi vestidito...
-Si lo vi, pero eso no significa que te quiera o que te vaya a comprar...
¡Mentiroso! -Respondió indignada la muñeca- Eso sólo lo hace alguien que te quiere, esas son las actitudes de alguien que te quiere... Ella me va a comprar.




El espejo no quiso ser cruel con la muñeca, no sabía cómo decirlo sin lastimarla...



-¿Cómo te llamas?
-No lo sé. No tengo un nombre. Nunca he tenido una dueña, nadie ha jugado conmigo. Sólo sé que me llaman Muñeca.


El espejo hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas para lo que quería decir.


-¿Sabes por qué la muchacha te arregló el vestido, te acomodó esos cabellos despeinados y te limpio la carita?
-Porque me quiere.
-No. Lo hizo porque así se trata a las muñecas.
-Pero... a mi nadie me ha tratado así. Nunca alguien me dijo que era una muñeca bonita, nadie antes se preocupó por mirarme a los ojos o por peinar mi cabellera.
-Para eso son las muñecas, querida. Debes entender que ella no te comprará... Sólo te trató como debe tratarse a una muñeca. Si insistes en creerlo sufrirás...
-¡Eres un envidioso! ¡Lo dices porque sabes que a ti nadie te comprará! ¡Porque permanecerás en este cuarto para siempre! Sólo estás celoso...


El espejo guardó silencio. Realmente deseaba equivocarse, pero después de haber visto nacer, crecer y morir a cuatro generaciones tenía la experiencia suficiente como para saber lo que sucedería.

La jóven estudiante cruzó otra vez frente al juguetero donde estaba sentada la muñeca y le sonrió ampliamente. Llevaba ahora entre sus brazos, apretado contra el pecho, el libro de pastas gruesas que estuviera hojeando anteriormente. Antes de salir besó la frente de la muñeca y luego echó a andar por las calles mojadas de lluvía de la ciudad...

El espejo no había querido sonar cruel, pero él sabía.

La muñeca quedó de nuevo mirando hacia el portón abierto del bazar, confundida, triste, decepcionada.


-No entiendo... ella me quería -pensó.


En ese momento deseó que en el lado B del pequeño disco de acetato que estaba dentro de su pecho se hubiese grabado llanto, de la misma manera que en el lado principal el fabricante había grabado una cristalina risa infantil.

La temperatura bajó a causa de la intensa tormenta que ya caía allá afuera, sobre la ciudad. Dentro del bazar el espejo se empañaba y el vapor condensado marcó dos lágrimas bien definidas sobre la luna que había sido testigo de tantas cosas durante tantos años. Sin embargo, a veces, ni siquiera los espejos pueden reprimir su tristeza ante las cosas que pasan. Cosas tan injustas como una muñeca que nunca ha sido tratada como tal, que nunca ha sido objeto de juegos o bañada con la mágica caricia de un nombre dicho por su amorosa dueña.

Es por eso que, a veces, los espejos lloran... aparentemente sin razón.





jueves, 16 de septiembre de 2010

Anti-"feis"


En alguna ocasión, uno de mis alumnos preguntó:


-¿Ticher, usté tiene feis o metro?


A lo que, haciendo gala de mi diplomacia característica, amable y educadamente respondí:


-¿Feisbuc? ¿Ñoñoflog? ¿Es que acaso me viste cara de adolescente traumado, falto de cariño, que necesita que le reafirmen diariamente que por lo menos a una persona le importa su pinche vida? Discúlpame, pero estar al pendiente de cuantas personas comentan una triste foto que me tomaron en un puto antro al que sólo he ido una maldita vez en la vida, no es para mí. ¡Yo sí tengo una vida!


Estoy de acuerdo en los beneficios que conlleva poder estar en contacto con personas en cualquier lugar del mundo, pero eso de estar todo el día pendiente de la pantalla me da una puta hueva que hasta parecen dos.

He visto personas que miran constantemente el reloj, desesperados porque tiene que llegar a hacer no sé que madres en su farmvil, que me parece es una estúpida granja virtual. ¿No sería más saludable, más ecológico al menos, ponerse a germinar un pinche frijolito en  un algodón?

Ya sé que la tecnología tiende puentes y que gracias a este tipo de comunicación hay personas que el día de hoy están leyendo este post. Sí, yo me sirvo de la tecnología. De lo que estoy en contra es de la estupidificación que está involucrada, lo que yo encuentro mal es cuando estar pendiente de esas aplicaciones se vuelve un vicio... una adicción.  Incluso para chatear, prefiero hacerlo a la antigua, en un café, viendo las expresiones de las personas, si es una chica, nada mejor que tenerla al alcance para tomar su mano o robarle un beso.

No me imagino besando el  pinche monitor.

Estar en un barecito, aspirando el perfume de la amiga con la que esté platicando en ese momento, reirme con mis camaradas a grito abierto, dándonos una palmada en la espalda o un golpe en el hombro, no tiene precio. Decir ¡salud! a traves de una pantalla, nunca será lo mismo. El chocar de los vasos rebosantes de cerveza, la música en vivo, un jueguito de billar REAL, no los cambio por nada.

De qué me sirve tener una pinche granjita que en el monitor luce a toda madre, si me voy a perder la puesta de sol de esta tarde por estar pendiente de ella.

Perdonen ustedes lo abrupto de mi arranque, pero es que sólo quería  dejar en claro que NO TENGO FEISBUC  y espero no tener en mucho, mucho tiempo... a menos que las circunstancias me obliguen...





Salud.





domingo, 12 de septiembre de 2010

Chango

This is my gift, muy curse... Who am I? I'm Spiderman.
Spiderman.


En un instante de paz espiritual y después de una ronda de chelas bien frías, vinieron a mi alcoholizado cerebro las siguientes conclusiones:

1. En ocasiones una misma pregunta puede tener  varias respuestas y ninguna de éstas ser catalogada como incorrecta.

2. En el momento en que una pregunta es formulada se debe estar consciente de que la respuesta  puede ser o no de nuestro agrado.


Pensando en lo anterior, recordé que la siguiente pregunta la he realizado muchas veces, a muy diversas personas y los resultados han sido siempre interesantes...


-¿Quién soy?


-Un vanidoso.
-Un soberbio.
-El borracho.
-El amor de mi vida.
-La persona que más odio.
-Un tipo un tanto vanidoso.
-Alguien que sabe disfrutar la vida al máximo.
-Un sin corazón.
-El idiota que me hizo llorar.

Y los etcéteras caen por racimos...


Una misma persona puede dar respuestas tan dispares como El amor de mi vida o La persona que más odio en la vida con solo alterar la variable t.

La impresión que las demás personas tienen de uno varía dependiendo del momento que vivas con esa persona en particular. Los contextos cambian aunque la pregunta no lo haga.

Si esa misma pregunta la hiciera en el marco de un diálogo intrapersonal, ¿Cuál sería mi respuesta?


Creo que para saberlo necesitaré seleccionar algunas opciones y alguien, en cierta ocasión, me dijo que a veces uno hace clic con las canciones. Hoy, yo busco ese clic...



Saltimbaqui , fogonero,
alquimista y basurero,
albañil de toboganes y doctor;
chamarra de doble vista,
super coco y antiartista,
catador de labios con alcohol;
taxista de corazones,
criminal de las canciones,
prostituto bailando danzón;
cantinero, fugitivo de ese tal Melchor Ocampo
y enemigo del beisból.
Paranoico, angustiado,
triste y diario envenenado,
buscador de mil pastillas y de musas,
me matan, me resucitan casi diario en los hoteles:
sobrevivo a las ruletas rusas.
Boy scout de los ombligos, traficante de ilusiones,
matador sin matar nada,
gambusino de la orilla de tu boca corazón,
de tus besos en la madrugada
y además...

Soy tu chango.

Hipocondriaco hasta el culo, soy el rey autorecetas,
sonorizo porno tracks en los hoteles;
doctorado en la mentira,
cuando digo soy tu dueño,
Juan Pestañas nunca tuvo sueño.
Centinela y guerrillero y con lengua de metralla,
talibán de mi conciencia,
sobreviviente del humo, del smog de los mediocres,
enfiestado por excelencia.
Caminante de pantanos que manchan tu piel desnuda,
esclavo de las esclavas sin dueño,
artesano de la noche, muy amigo de tus senos,
enemigo del manual de Carreño
y además...

Soy tu chango.*




Tal vez... Y sólo tal vez, la respuesta la encuentre en el fondo del  siguiente vaso de cerveza...


Salud.



[*Armando Palomas. Chango. Canciones del estribo.]

sábado, 4 de septiembre de 2010

Cosas de borrachos



Hoy se casó mi mejor amiga con otro buen amigo mío. Sólo por tratarse de ella me apersoné en la ceremonia religiosa. Tarde sí, pero llegué. Sin embargo a la fiesta si me presenté temprano. No podía faltar.

Ya comimos y el grupo musical comienza a tocar pa' que los comensales se levanten de sus lugares y empiecen a sacudir el bote.

Que bello cuando me amas así
y muerdes cada parte de mí...


Lo malo de estar sentado a una mesa de solteros treinta-ñeros es que no falta algún comentario depresivo, especialmente cuando ya estamos medio briagos.



-¡Ya todos se están casando, no manches! -Dice Humberto con una entonación que denota que ciertamente está preocupado.
 
 
Aquí entro yo, como siempre, sin más motivación que chingar al prójimo. Yo no tengo la culpa de ser fan del uso adecuado de las palabras...


-¿Cuál todos cabrón? Nomás porque la Chela se casó no significa que TODOS nos vayamos a casar...
-Bueno, eso sí. Al menos, no los que estamos en esta mesa... ¡Yo ni novia tengo!


Los cinco simpáticos individuos que estamos en la mesa nos miramos unos a otros. Yo hago un gran esfuerzo por no ser el desgraciado de siempre y decirle que no tiene novia por buei, por querer que todas sean rubias, de ojo azul, piel blanca y lo más difícil: que se enamoren perdidamente de él a primera vista... Sí como no.

Germán parece adivinar mis perversas intenciones y cambia el rumbo de la conversación.


-Pues hay qué conseguirnos una, ¿no?
-Está difícil -Dice Pável, moviendo la cabeza.
-No puedo creer que te escuché decir eso mi buen... Tú no.


Omar se limita a sonreir mientras Alejandro pone el desorden.


-Weyes, pues tan fácil, háganlo interesante: ¡Que sea una apuesta!


Humberto recobra el entusiasmo y dice:


-¡Sí! El que no tenga novia de aquí a fin de año, o sea el 31 de diciembre, pierde.
-Yo no juego.
-Y qué va a pagar el que pierda? -pregunta Germán.
-Una botella de tequila o dos cartones -Responde, o más bien grita Humberto.
-Borrachos tenían que ser... Yo no juego.
-Pero el Omar si tiene vieja -interrumpe Alejandro.
-Pues sí. Pero de aquí a Diciembre lo pueden mandar a volar -dice Pável categóricamente.


Yo no pude decirlo mejor. Pero lo que me molesta es que no me hacen caso. ¿Acaso mis gritos de YO NO JUEGO no se escuchan? Creo que ya nos atrofió los oídos la música de los Ángeles Azules.


-¿Por qué no quieres entrarle Borracho? -Pregunta Germán por fin.
-¡Y todavía me lo preguntan! Después de dos años de andar con la innombrable, ustedes creen que me quedaron ganas? Sí estos últimos meses de soltería han sido lo más maravilloso que me ha pasado en la vida! En estos momentos, ¡estoy enamorado de mi libertad!
-Tú tienes la culpa, Borracho, por ser un mandilón -dicen todos a la vez.


Omar me da una palmada en la espalda y me dice:


-Vamos a entrarle, total si no se hace nos ponemos pedos y ya.
-Interesante filosofía. Mañana mismo compro la botella para pagar mi apuesta. No pienso tener novia. Pondré todo mi esfuerzo en perder. Lo juro por...


Una discusión de borrachos solo puede ser interrumpida por una visión como la que acabamos de tener. Justo del otro lado de la pista, a un lado de la mesa de los novios, tres chicas esplendorosas, radiantes, hermosas.
Hacemos un esfuerzo por cerrar las bocas y no babear. Germán no puede evitar el comentario soez, pero certero:


-Qué sabrosas.
-Sí, sobre todo la del vestido rosa fuerte -agrego a mi vez, apreciando el buen gusto de mi amigo.
-¡Hay que sacarlas a bailar! -Dice Humberto emocionado.
-¿Y si no quieren bailar?
-Es una fiesta. Tienen que bailar.
-Sale. ¿Quien va? -Pregunta Omar.
-¿Un volado? ¿Un chin-cham-pú?
-¿Tú qué dices Borracho? ¿Borracho? ¿Borra... ¡Miren a ese cabrón! -Alcanzo a escuchar la voz de Germán mientras me señala con el dedo.


No tengo la culpa. Esas cosas me desesperan. En lo que ellos decidían yo ya estaba bailando con la niña del vestido rosita, que no es rosita sino como anaranjado. Es mucho más hermosa a 10 centimetros de mi rostro y que deliciosa fragancia...

La pieza termina y tengo que preguntarlo:


-¿Bailamos la que sigue?
-¡Claro! Oye,  ¿tú eres amigo de mi prima la que se casó verdad?
-Sí...


No puedo evitar voltear a la mesa donde están mis amigos. Todos sentados moviendo la cabeza en señal de desaprobación. Yo sigo bailando, aspirando el suave perfume de la hermosa chica que, justo ahora, tomo de la cintura.

Haydé... Se llama Haydé.



¡Salud!