jueves, 31 de diciembre de 2020

Hoja 8



 

Siete de la noche. Un hombre encanecido y encorvado sube al transporte público en el que viajo desde hace algunos minutos. Se queja de todo, pelea con el conductor. Busca desesperadamente mis ojos con la mirada, como si quisiera mi opinión o mi respaldo. Yo no estoy dispuesto al juego, pero contemplar el espectáculo me divierte muchísimo. Cambio de asiento para observarle con mayor atención. Sí, me divierte. Sí, es un desadaptado social, pero, ¿acaso no lo somos todos? 

Entro al café de los sinsentidos y me distraigo al azar con el teléfono móvil. Es el pintor ofensivo quien, por primera vez en años, me envía un mensaje. Quedamos de vernos en una cantina que está a unas cuantas cuadras de aquí. Para mí, el plan es perfecto: no deseo regresar a casa todavía. Cuando llego a la cantina, él ya está en la barra y me siento en un banco libre. Veo mi rostro en los espejos del estante, entre botellas de Torres y Bacardí. Detrás de nosotros, en la primera mesa, justo al pasar la puerta abatible de la entrada, una rubia preciosa está sentada a la mesa con un tipo mayor que ella y mayor que yo. No es una cantinera, se le nota. El músico de cantinas les canta, acompañado de su guitarra. Llegan los tangos, recuerdo la voz de mi padre cantando el LP completo del Trío Argentino. La emoción se me hace nudo en el cuello y desgarro mi garganta cantando La cama vacía. 

Después de otro tango (Sin fortuna, quizá), el pintor ofensivo y yo retomamos la conversación que poco a poco se va cerrando en círculos concéntricos hacia un tema inevitable: mujeres. Son las once de la noche y están a punto de cerrar la cantina. Decidimos largarnos de aquí, cada quien, con sus ideas, cada quien abrazando sus propios demonios, cada quien atrapado contra sus musas, con los pensamientos enredados en una maraña de cabellos perfumados y comportamientos erráticos e indescifrables. Ah, mujeres: seres maravillosos, y terribles.

 

 


miércoles, 30 de diciembre de 2020

La tarde golpea con su aliento frío




El poeta triste levanta su sombrero

las manecillas del reloj apuntan al noroeste

Textos incompletos para ser leídos en voz alta

 

Un lugar sin nombre

y también sin voz

un viaje para encontrarme conmigo

y con los espíritus de la vida

Esta es otra canción

 

Mi Soledad acaricia mi rostro con sus manos pequeñas y frías

así

con mayúscula

porque mi Soledad tiene nombre propio

y yo estoy pensando en ella

frente a un lienzo en blanco

y una libreta tan vacía como esta casa 

martes, 29 de diciembre de 2020

Hoja 7

 HORMIGUEO 



Una guitarra rota me espera en algún rincón de este bar. Hay cerveza y mezcal sobre la mesa. Un mesero amaga cobrarme descorche por una botella de tequila que guardo en el bolsillo del saco. La sangre entra en ebullición, como la última vez que vine a este lugar: ahora la manzana de la discordia es un cuarto de tequila. 

Suena un cuatro venezolano y el sonido de botellas de cristal que se chocan unas contra otras. Una sonrisa de mujer destella al otro lado de la mesa. La insistencia del mesero por el asunto de la botella me tiene más que fastidiado. El año termina y no quisiera rematarlo con una estúpida pelea de bar, a pesar de este hormigueo familiar que ya me envuelve los puños y las muñecas. Las otras personas en la mesa son jóvenes, ignoro su edad, pero es posible que sea la mitad de la mía. Vuelve el recuerdo de Gizeh, traído por el viento que entra por la ventana. ¿Será ese su verdadero nombre? Cierro los ojos. Ahí están los suyos, negros, la piel morena de su cuello, esos ojos enormes y su juventud… Cuando abro los míos, todos se están despidiendo. La chica se lleva con ella su sonrisa y contengo el deseo de preguntar, mirándola estúpidamente, como si fuera un puberto: “¿por qué te vas?” Junto a mí, El perro negro, más ebrio que yo, me pregunta qué tanto escribo en el cuaderno. Lo miro contra el cristal de varias cervezas, dos mezcales y mi botella de tequila de a cuartito. Volvemos al tema del valerverguismo y a cómo, en palabras suyas, Chemo y yo también valíamos verga. Sí, tal cual, y que habíamos valido más verga haciendo música en esa azotea de pueblo que tanto me recordó a las favelas brasileñas aquella tarde lluviosa y fría.  Quizá sea buena idea comprometerme más con ese proyecto, de profundizar en esa etimología, en esa exploración ontológica, en el documental fascinantemente absurdo que plantea El perro negro y del cual, involuntariamente, ya soy parte, simplemente por responder frente a la cámara lo que para mí es el valerverguismo… La cerveza está tibia y no recuerdo dónde dejé la guitarra. Estuve a punto de olvidarla y así hubiera sido, de no ser porque sentí la púa en el bolsillo, cuando buscaba el dinero para pagarle al estúpido mesero que sigue irritándome con sus necedades. 

Pero no: quiero ser prudente. Debo tranquilizarme y no, no lo haré, no me voy a pelear. Hoy no. A pesar de este delicioso hormigueo que ya me envuelve desde los puños hasta los codos, a pesar de esta subida de temperatura que parece preparar mi cuerpo para los golpes que está a punto de recibir. No me quiero pelear. Hoy no.

lunes, 28 de diciembre de 2020

En la boca del otro

 

Retazos de sueño
pensamientos entrecortados

                                La basura de un día
                                mi tesoro
                                y mi perdición del día siguiente
 
Un monstruo no nacido
aberración de mi curiosidad
se diluye entre un mar de sueños
justo al arribar la vigilia
 
Sueños en blanco y negro
una película de Lynch
 
Mis sueños     
mis horas de sueño
                                 fragmentadas por el frío
 
Ella
se aleja por la carretera
y ninguno de los dos sabemos cómo llamarnos
 
Dejamos actuar a la costumbre
y a la urgente necesidad
de escribir nuestros nombres
                                               en la boca del otro