sábado, 31 de diciembre de 2011

Siempre

Haré que sepas de algún modo que te quiero, por si no te vuelvo a ver...
Alejandro Santiago.


Siempre es el mismo paisaje: baldosas mojadas que reflejan el oscuro manto estrellado, Selene en cuarto creciente. Reconozco el aroma a lluvia que me trae la noche y en mis labios el sabor de los suyos. Tiernos besos palpitan aún en ellos. Besos con sabor a llanto. Enésimo dejavú.

La misma escena, el mismo paisaje estelar. Esa sonrisa en el cielo, burlándose de mí.

Nuevamente la errática caminata nocturna, mientras trato de ordenar las ideas en mi cabeza. El descuido al cruzar la avenida. El claxón que se hace escuchar,  molesto y asustado. El dolor que se clava en la boca de mi estómago, causándome náuseas. Confusión. La misma pregunta que se repite una y otra vez: ¿Es ésto lo correcto?

En última instancia... ¿Qué demonios es lo correcto?


Siempre llueve. Siempre...




sábado, 24 de diciembre de 2011

La alquimista



El sol, alto en el cielo, se cuela por la ventana y golpea de lleno en mi rostro. El reloj de pared no hace sino comprobar lo que ya sabía: Es tarde.

Bajo las escaleras y mojo mi cara con agua fría de la  pileta. Al fin estoy completamente despierto.

Conozco mis deberes de este día así que acompaño a mi madre a comprar las hojas, la manteca, la carne de puerco, y el color vegetal. Más tarde regresaré por la masa sin batir que dejó apartada desde ayer. Ah, y por un kilo de Puscua, base para preparar el atole que beberemos por la noche.

En cuanto terminamos de comer acomodamos todos los utensilios y me dispongo a hacer mi parte. Hay que mezclar la manteca y agregar la masa, comenzar a batir. Una hora y media de esfuerzo físico que se verá recompensado al degustar esos deliciosos tamales.

Han llegado mis abuelos. Mis tíos llegarán más tarde.

Mi madre sabe de memoria las medidas, la cantidad exacta de royal, sal y azúcar que se necesita. Poco a poco va mezclando los ingredientes. Yo sólo soy una herramienta a su disposición. La fuerza bruta que  bate y carga. Ella es la artífice, la artista, la alquimista.

Prueba un poco. Falta sal, me dice. Yo la miro y la admiro. Admiro la capacidad que tiene de combinar ingredientes y reunir gente en torno a la mesa. Me sorprende el poder de convocatoria que tiene su comida, a  la que soy adicto.

Los tamales y el atole están listos a tiempo. Justo a tiempo. Todos comen, ríen y beben. Yo la observo a ella. Sonríe satisfecha. Lo ha hecho una vez más, su pócima mágica cumplió su cometido y todos están aquí.

Le abrazo y, mientras lo hago, le digo al oído que la quiero... y que no puedo resistirme al embrujo de su comida.

Creo que me serviré uno más. Sólo uno más. 


Perdí la cuenta en nueve.



sábado, 17 de diciembre de 2011

El Barman



Empecemos por el principio. Me llamo Adán y soy el barman de este lugar. Ya sabes, soy el  tipo que prepara las bebidas pero, más que eso, soy el testigo principal de las historias que todas las noches se mezclan entre humo de cigarro, alcohol y las notas de la banda que recién comenzó a tocar.

Es éste un lugar privilegiado, debo reconocer. Desde aquí, desde la barra, puedo observar todo tipo de personajes y dramas individuales. Hoy por cierto, me llama la atención lo que sucede en la tercera mesa a mi izquierda, justo al lado de la mesa de billar.

Es una pareja. Ella, morena, de labios gruesos. Lleva una blusa de hombros descubiertos color lila. Él, alto y delgado; usa una chamarra negra de piel. Los he observado desde que llegaron. Hace unos treinta minutos conversaban animadamente pero, en este momento, el semblante de ella ha cambiado. He visto tantas veces esa expresión, que he aprendido a identificarla. Es claro que han comenzado a discutir.  

No solo ella tiene una actitud diferente. Hace un momento, él la observaba inclinado hacia delante, apoyando el mentón sobre los dedos entrelazados de sus manos.  Ahora, se ha recargado en el respaldo de la silla de madera y, de vez en cuando, desvía la mirada, como evitando la conversación. 


O tal vez, solamente  se ha distraído con Brenda, la atractiva mesera encargada de esa sección.

El grupo hace una pausa después de tocar un cover de Guns N' Roses y es ahí donde escucho la frase que aviva mi curiosidad y me hace poner atención a lo que están diciendo.



-¿Qué puedo esperar de ti?



Él no responde, así que ella re-acomete.



-¿Quién eres realmente? Me parece que conozco un poco de ti, pero no lo suficiente... Hay muchas cosas que ignoro.
-¿Qué puedes esperar de mi? -Repite él. -De mi, puedes esperar traición, mentiras e infidelidad. Las mayores decepciones. Eso es lo que soy. Eso es lo que tengo. Y tú, ¿qué quieres de mí?
-Yo quería... Bueno... todavía...
-¿Qué cosa?
-Yo quiero ser tu novia...


El baterista da la entrada para la siguiente canción y suenan los primeros acordes en la guitarra y el sintetizador: África, un clásico ochentero. Debido a ésto, me es imposible seguir atendiendo a la conversación, pero alcanzo a ver que el tipo paga la cuenta y se despide de la chica con un beso en la mejilla. Ella permanece sentada en su lugar, observando largamente la copa de vino...


Yo... Yo sólo soy el barman. Testigo sin voz de las historias que todas las noches se entrelazan frente a mí. Lo que acaba de suceder no hace sino confirmar un hecho que ya sabía, que descubrí hace mucho tiempo: 

Jamás entenderé a las mujeres...


sábado, 26 de noviembre de 2011

Alzheimer





-¡Hola, borracho! ¿Cómo estás? ¿Sigues tocando la guitarra? Oye a ver que día nos reunimos con todos los demás, ¿no? ¡Estaría genial, para recordar viejos tiempos! Bueno, te dejo mi hermano, debo regresar a la oficina. Un gusto volver a saludarte...



El tipo me abraza antes de estrechar mi mano con fuerza una vez más. Parece que si le dio gusto verme. Se aleja por la acera y yo, como siempre sucede en estas ocasiones, rasco mi cabeza intrigado y me digo a mi mismo:



-Mimismo, ¿quién diablos era ése?



Siempre he sido mal fisonomista, especialmente cuando el que me saluda en la calle, en el bar o en la terminal de autobuses es un varón. Pero hoy estoy preocupado.

Me encuentro sentado a la mesa de una cocina económica, dispuesto a hincarle el diente a una apetitosa pieza de carne roja cuando, detrás de las tupidas pestañas, unos hermosos ojos color miel me dicen



-Hola... ¿cómo estás?



Bien. Estoy bien. Esa debería ser mi respuesta pero mi mente está ocupada en tratar de establecer de dónde la conozco. 


Recuerdo esa carita  pecosa y los carnosos labios, pero no puedo situar siquiera con qué letra empieza su nombre. Tiene cara de ser una Vicky... Ah, Vicky Pérez, como olvidarla, cabello lacio y oscuro, chaparrita preciosa. Pero no es ella. Sin embargo, estoy casi seguro que debe haber una I en su nombre.


¿Isabel, Irene, Isela... Toro? ¿Violeta, Fabiola, Martina, Mónica... Rosario, Silvia, Cinthya, Carolina o María?



-¿A qué te dedicas?
-Doy conferencias motivacionales para que otros borrachos como yo dejen de beber.
-Oh vaya. ¿Tú dejaste de beber?
-No. Pero mientras ellos no lo sepan, sigue funcionando.



Trato de forzar a las únicas dos neuronas que el alcohol ha dejado  saludables para a que hagan la sinapsis correspondiente -sinopsis, diría uno de mis alumnos-, pero sigue sin dar resultado. Es mi turno de preguntar, tal vez obtenga algo de información.



-¿Tú a que te dedicas? 
-A ser mamá, es lo único que hago. Cuidar a mis tres chiquillos... ¿Te acuerdas de Juan? Me casé con él.



Bonita, si no me acuerdo de ti, ¿cómo pretendes que me acuerde del tal Juan?, pienso para mí. 


En una de las mesas cercanas a la pared alguien levanta el brazo a manera de saludo. Ése debe ser Juan. Así que digo una mentira:



-Si lo recuerdo...¿y qué haces aquí?
-Este lugar es de mi mamá y vinimos a comer aquí.
-¡Indhira, ya está la comida! -Grita alguien desde la cocina.



¡Indhira, así se llama! Yo sabía que tenía una I en el nombre. Me siento un poco más tranquilo, pero no mucho. Ya sé su nombre pero sigo sin recordar cómo y dónde la conocí...

Demonios. Ese maldito alemán me está volviendo loco...

viernes, 11 de noviembre de 2011

Más...

La clave es el ave...




-Indomable Walkiria, 
dame más 
del néctar que nace en tus adentros.

A fuego, 
con fuego, 
lava y cúrame, Walkiria.

Y Freyja quiso complacer:

 -Una vez más...

martes, 1 de noviembre de 2011

Vanessa




Martes por la noche. La gente de la ciudad viaja en automóvil o dormita en el transporte público. Se dirigen a su casa, después de un arduo día de trabajo, en pos de un merecido descanso.

Y mientras unos llegan al hogar humilde, besan a sus hijos en el cabello y beben un vaso de leche al tiempo que encienden la televisión para ver las noticias, otros emergen apenas -criaturas de la noche-, ávidos de ese encanto que sólo la vida nocturna puede ofrecer.

El muchacho cruza la avenida. Ha comenzado a llover, así que sube el cierre de la chamarra y jala la capucha con fuerza para protegerse de las gruesas gotas que le golpean la nuca y el cuello. La ciudad huele a tierra mojada y smog. La sirena de una ambulancia resuena a unas cuantas calles, mientras él aprovecha que el cuidador ha salido a cenar para escabullirse y ahorrarse los 20 pesos del cover. "Es mejor guardarlos para una Victoria allá adentro", dice para sí mismo.

Elige una mesa de la esquina y pide su bebida al mesero. La pista está vacía. Frente a él, al otro lado de la misma, las chicas beben, fuman y ríen escandalosamente. Siete. Son pocas, pero aún es temprano. No tienen prisa. Es Martes y llueve. La noche no promete. No para ellas.

Vanessa lo sabe. Los Martes son malos per se. Normalmente ella no se presenta estos días, pero está castigada. Ha faltado al trabajo varias veces en las últimas semanas y el administrador del lugar le ha exigido una semana completa. No tendrá día de descanso y además, debe llegar temprano. De lo contrario perderá sus privilegios como atracción principal, y eso no le conviene.

Se levanta del sofá color chocolate. Lleva un disfraz de enfermera ceñido al cuerpo y el escote en su espalda permite ver la tanga color naranja que resalta aún más sobre la piel bronceada, gracias a las lámparas de luz negra. Literalmente, resplandece dentro de ese conjunto blanco. Cruza el lugar con la seguridad de quien conoce su negocio. Los golpes de sus tacones sobre la duela son precisos y acompasados, como el tic-tac de un reloj de pared perfectamente calibrado. Mira al muchacho intensamente mientras se acerca a él. Se sienta a su lado, le habla al oído. La conversación habitual: Nombre, ocupación, y si es su primera vez en ése lugar.

El muchacho accede a participar en el juego, pasando por alto la recomendación que hiciera su amigo Jesús cuando lo inició en las visitas a éstos lugares: Nunca la primera chica.



-¿Me invitas algo de beber?
-Claro, muñeca. ¿Qué se te antoja?
-Lo mismo que estés tomando tú.



Ella levanta la mano derecha y el mesero acude diligente. Muy pronto otro vaso rebosante de líquido ámbar es colocado sobre la mesa y la ficha es entregada.



-¿A qué me dijiste que te dedicabas? -Dice ella para retomar la conversación en algún punto y, al mismo tiempo se pone de pie. Con un ademán le pide al muchacho que aparte la silla. Se coloca entre él y la mesa y se sienta sobre sus muslos, mirándole de frente, a no más de cinco centímetros de su rostro.

Pasa las manos por su nuca, le sonríe y acerca su sexo al de él.

El muchacho desliza con habilidad ambas manos por aquella espalda descubierta, coloca las yemas sobre las escápulas y rozando apenas la piel, recorre lentamente en dirección descendente hasta que los dedos de ambas manos vuelven a coincidir, a la altura del sacro. La piel es suave y tibia. La cintura es breve y los músculos firmes. Unos relieves inesperados, de unos tres centímetros de alto y distribuidos uniformemente, llaman su atención justo antes de llegar al hilo de la tanga.



-Soy estudiante, preciosa, pero quiero ser artista. Así que soy la nada que aspira a convertirse en humo. ¿Es esto un tatuaje? ¿Qué dice?
-Mi nombre: Vanessa.



Ella permite las caricias, las disfruta, se estremece. Su cuerpo se tensa en arco, quiere más. Siente la necesidad de hacérselo saber al muchacho.



-No soy de palo, ¿sabes? Eso qué haces, ésas caricias tuyas me gustan, me encienden, me están volviendo loquita... 



El muchacho se limita a sonreír. Afuera llueve aún y él sigue siendo el único cliente en el lugar a esta hora de la  noche. Pareciera que por primera vez, la bailarina lo ha escogido a él y no al contrario, como sucede usualmente. La piel erizada de placer de la chica despide un delicioso aroma. En las caricias se adivina una promesa de placer, un cocktail, mezcla de perfume, sudor, aventura, sensualidad, adrenalina y pecado que cualquier hombre con sangre en las venas estaría dispuesto a paladear.

La noche promete. No para ella, cierto, pero para el muchacho, la mesa está servida.


jueves, 20 de octubre de 2011

El adicto


Para quien buscaba respuestas, aquí hay algunas.



Las sillas eran de madera, con estampado floral en los acojinados de asiento y respaldo. No estaban diseñadas para ser cómodas -y no lo eran-, sino para mantener a la concurrencia alerta. Frente a las cinco  hileras de sillas, cargado hacia la izquierda, se encontraba un pequeño estrado, de madera también, barnizado al natural. Detrás de éste, un cartel describiendo Los doce pasos y un  poco más al centro, una fotografía de Bill Wilson en blanco y negro.

El sujeto que tomó la palabra, varón, cerca de los treinta, lucía un tanto nervioso. Pero todos lo estamos la primera vez.



-Buenas noches, mi nombre es Ricardo -dijo él.
-Buenas noches -contestamos los demás en coro.
-Estoy aquí, ante ustedes, porque me doy cabal cuenta que soy un adicto y que no hay manera de que pueda controlarme.
-¿Cuál es tu adicción? -Preguntó a dos sillas de distancia el adicto a los video juegos.
-Soy adicto, compañeros, a la mirada inundada de amor de las mujeres. Tengo la necesidad de verme reflejado en sus ojos, a través de la radiante luminosidad que proyecta una mirada extasiada de amor y de placer. Es por eso que, de manera casi  inconsciente las conquisto, las seduzco, les hablo al oído con frases dulces y tiernas.

Lo primero que hago es localizar una gacela herida -son más fáciles de acometer-, para aprovechar la vulnerabilidad de su espíritu en ese momento. Me he vuelto experto en identificar a quienes recién terminaron una relación o la que viven es tormentosa, a las chicas plantadas en los cafés o en el cine y a las que tienen problemas familiares y se sienten solas, además de aquellas que sufren porque nunca se han sentido importantes para nadie o las que buscan desesperadamente que alguien les diga Te Quiero... 


Esa es la clave, llegar en el momento adecuado y ofrecerles ser escuchadas, ser atendidas. Después se requiere paciencia y trabajo constante para ir ganando su confianza, su cariño y, cuando empiezan a sentir algo más, es hora de hacer una pausa, dejar de buscarlas por unos días o un par de semanas, que sientan la desesperación y la necesidad de mi compañía. Es justo aquí cuando vuelvo a aparecer y obtengo de ellas esa mirada de la que hablaba antes. Veo la expresión de júbilo en su rostro y siento en sus abrazos que he logrado mi objetivo.

Trato de hacer lo mismo con todas las mujeres que voy conociendo, aunque no todas responden de igual manera. Sin embargo, son las menos.

He repetido este patrón infinidad de veces, desde hace varios años. Con mi compañera de trabajo, la mesera del café y la bailarina del table dance; la maestra de primaria o de jardín de niños y la chica 10 años mayor que yo, que conocí a mis 20 y que irrumpió en mi vida nuevamente hace tres semanas; mi profesora de piano, la hermana de mi mejor amigo, la mejor amiga de mi ex-novia y la adolescente confundida; la madre soltera y la chica divorciada que conocí en la galería; el antiguo amor que no ha podido olvidarme -lo correcto sería decir a quien no le he dado la oportunidad de olvidarme-, la secretaria del colegio de mi sobrino, la hija de padres separados que conocí en el bar, la niñera y mi psiquiatra.

Yo les prodigo cariño por un tiempo, luego cierro el vertedero y poco después regreso a buscarles. Es entonces que ellas se desbordan de cariño y gratitud...



-El hecho de que estés aquí y reconozcas que tienes un problema muestra que quieres cambiar. Ése es el primer paso. -Dijo el adicto al porno.
-¿Cambiar? -Respondió el tipo desde el estrado. -No, no quiero cambiar. Quién podría renunciar a esa sensación de placer que produce un te quiero sin palabras, un te necesito disfrazado de abrazo. Es alimento para mi ego insaciable y,  por lo mismo, estoy incapacitado para la fidelidad. 


Nunca  he sido fiel y nunca lo seré: no puedo sustraerme a ésa sensación...



Miró fijamente a la chica de falda gris, adicta al sexo, sonriendo a medias, haciéndole notar su interés en ella. Salió por el portón sin decir más. Ella se levantó para alcanzarlo unos segundos después. Logro ver como flota su cabello en el marco vacío cuando gira bruscamente al salir, buscando al adicto con la mirada.

Yo me limito a sonreír. La reconozco ahora como adicta a las relaciones complicadas también. 

Se encontrarán allá afuera, eso es seguro. Él obtendrá de ella esa mirada de la que habló y ella logrará sentirse importante para alguien,  aunque no sea real. Y todo a cambio de unos cuántos días de llanto a la semana. Ella lo sabe y lo acepta como tal, por lo tanto, creo que es un trato justo. Se merecen mutuamente...  

Los otros adictos a mi alrededor se miran extrañados y, antes de que comenten algo, decido salir del recinto también. 


Me voy al bar. Creo que necesito una cerveza.

Salud.



sábado, 1 de octubre de 2011

Te extraño



Te extraño. Con nadie he podido hablar de cine como lo hacía contigo. A todas ellas les eran ajenos los Kubrick, los Bergman y los Lynch. Extraño tu mano acariciando mi pierna en la penumbra de los ciclos dedicados a Hitchock y las tardes completas analizando y comentando The Birds.

¿Recuerdas ese viaje que habíamos planeado? Decidí hacerlo solo, a falta de ti.




Fui al festival. Ése, al que teníamos tantas ganas de ir. Hubiese deseado caminar contigo, tomados de la mano, por las calles empedradas de ese pueblo perdido en las montañas, sentir junto a ti el frío que esa noche calaba hasta los huesos.



Te imaginé durmiendo a mi lado y extrañé tu cabellera derramándose sobre la almohada cuando desperté en el hostal, cuando corrí a la ventana a llenarme los pulmones de aire fresco y del azul del cielo la mirada.



Extrañé tu plática, tus comentarios divertidos y acertados, mientras emprendía el camino de regreso al pueblito: 25 minutos de viaje a pie ambientado por los sonidos de la naturaleza.



Sentí el deseo, el irreprimible deseo de contarte las sensaciones que tuve la noche anterior, cuando me llevaban hacia el hostal en la camioneta y solo veía oscuridad alrededor de la misma. Eso sin contar que me llevaban hacia un hostal... ¡un hostal!

A final de cuentas, el festival era de películas fantásticas y de terror. Y yo ya estaba en el papel, la adrenalina al 100, expectante... En cualquier momento un psicópata saltaría al sendero e intentaría asesinarnos al chofer y a mi... ¿O sería el chofer el psicópata?

Sí, lo sé. Demasiado Gore es nocivo para la salud.




Tanto caminar me dio hambre. El pueblo despertaba y mi apetito también. Me dirigí al mercado y pedí una quesadilla de maíz negro. Luego un tamal de rajas tan picante como no había probado otro en la vida. Después me quemé los labios con atole de tamarindo. 



Te extrañé en la fila de acceso y en la presentación estelar. Extrañé abrazarte, rodear tu breve cintura con mis brazos y esas cosas que suceden entre nosotros en las salas de los cines. Extrañé tus ojos café y tu perfume. Tu voz delgada y tus reproches.

Te extraño hoy, metido en esta caja, rodeado de silencio y oscuridad. Tengo frío. Estoy añorando tu presencia y deseando un beso tuyo. Uno al menos. Tal vez eso me devolvería un poco de calor...

Te extraño...


sábado, 17 de septiembre de 2011

Explícame...



-Explícame...
-¿Qué quieres que te explique?
-¿Por qué insistes en  decir que te gusto y que te encanta estar conmigo? Me intriga sobremanera, en especial después que te he dicho que soy un infiel mujeriego.


Ella guardó silencio por un momento, buscando en sus ideas la mejor respuesta, mientras jugueteaba enredando los sensuales rizos negros entre los dedos de su mano derecha.


-Mmm... no lo sé. Tal vez por eso mismo. Así sabré qué esperar, o mejor dicho, qué no esperar. Y, para ser honesta, estoy disfrutando el juego.
-Igual que yo. Y dime, ¿No te importa que tenga novia?
-No. Además  a ti nunca te ha importado que yo esté casada.
-En eso tienes razón.
-Entonces, ¿seguimos jugando?
-¡Claro! A jugar...


Y volvieron a entregarse al beso clandestino. Ése, el delicioso, el que sabe mucho mejor cuando ambos son conscientes de que dicho beso es  tan prohibido...



sábado, 3 de septiembre de 2011

He perdido el corazón

[...]
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos, 
entregándose, dándose a cada rato, 
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
[...]
Les llega a veces un olor a tierra recién nacida, 
a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas. 
Los amorosos se ponen a cantar entre labios 
una canción no aprendida.
Y se van llorando, llorando
la hermosa vida.


Los amorosos. [Fragmento]. Jaime Sabines.




Han pasado diez minutos desde que subí al bus que correrá la ciudad durante media hora más, antes de llevarme a mi destino. Me entretengo en observar jóvenes hermosas e imaginando historias para ellas y para cada personaje que camina por las aceras: El payaso, el agente de tránsito, la viejecita de cabellos blancos, la prostituta de la esquina...

Mi transporte se detiene y veo a dos chicos subir. Él es alto y espigado y ella tiene una cabellera lacia que cae esplendorosamente sobre su espalda como una cascada. Una pareja de adolescentes enamorados, lo sé. Lo deduzco por la manera  en que se devoran con la mirada.

Me veo forzado a sonreír, a recordarme en circunstancias similares, amando con los ojos y las manos, con los labios y los sueños. Hubo un tiempo en que circunstancias idénticas provocaban en mí -debo aceptarlo-, cierto sentimiento de envida.

En aquellos lejanos días, pensar en Los amorosos de Sabines resultaba irreprimible al contemplar la escena.

Es impactante notar de súbito que, desde hace años, las descaradas muestras de cariño que los otros amorosos se prodigan frente a mí, ya no mueven ninguna de mis fibras. Tal descubrimiento me hace sonreír asombrado y satisfecho: he dejado de sentir y de añorar.

Ahora me doy cuenta que, en algún punto del camino, he perdido el corazón...





sábado, 27 de agosto de 2011

El artista

Estoy pintando tu sonrisa
del color del corazón
la estoy pintando en el aire... con la imaginación...
Hombres G.



El artista colocó el caballete de tal manera que la luz que entraba por el ventanal fuera la adecuada. Es de esas cosas que los artistas perciben de manera diferente al común de las personas. Existen también los individuos que son fanáticos de las cifras y de las cosas exactas y quieren tener todo controlado y en la medida precisa.



-40% de azul cinc, 5% de magenta, 52% de color blanco y 3% de agua para lograr el color del cielo que veo entre esas nubes, a la una con veinte minutos de la tarde -dirían ellos.



Para los que sienten el arte (no se entiende, se siente), el proceso no es tan metódico. Es más, ni siquiera necesitan conocer el nombre de los colores. Lo único que requieren es mojar el pincel en distintos elementos de la paleta, mezclar, probar sobre el lienzo y después de un breve momento de observación, dejarse convencer por el resultado:



-Sí, ese es el color correcto...



Tomó el grafito y comenzó los primeros trazos del boceto. Decidió dibujar luego los ojos, grandes y expresivos, como le gustaba imaginarlos; una nariz acorde al tamaño de la cara, boca en forma de corazón y mentón afilado que denotara femineidad. Cabello lacio y largo para enmarcar el bello rostro que ahora le miraba desde el centro del bastidor. Sonrió satisfecho.

Oscurecía y sintió necesidad de dormir después de una tarde de arduo trabajo. Así que subió a su habitación, aún con la sonrisa en los labios y al pensar en su última obra, se escuchó a sí mismo decir en un murmullo:



-Sólo le falta hablar -Y cerró la puerta del estudio, olvidando cubrir el bastidor y cerrar la ventana.



El nuevo día llegó, entre cantos de pájaros y el imperdonable café de las 8 de la mañana. Bajó al estudio dando sorbitos a la bebida caliente.



-¡Hola!



La impresión le hizo brincar medio metro hacia atrás y soltar la taza de porcelana que se hizo mil pedazos ante él.



-¡Diablos! Casi me matas del susto... 
-Oh, disculpa... -Dijo el dibujo desde el lienzo.




El artista temblaba de pies a cabeza. De hecho, pensó que seguía dormido y que tenía un mal sueño. No entendía lo que estaba sucediendo y sólo atinó a preguntar 




-¿Quién eres?
-Alma -Dijo ella sonriendo y entrecerrando los ojos como si fuera lo más natural del mundo.
-¿Alma?
-Sí. Te escuché decirlo. Ayer, mientras me dibujabas. Mencionaste que ese nombre le pondrías al cuadro una vez que estuviera terminado. Hablas solo cuando trabajas.




De a poco, el artista recobraba el color y la calma. 




-Mi corazón estuvo a punto de salir del pecho.
-Lo siento, mi amor...




Escuchar eso terminó de despertarlo.




-Disculpa, ¿cómo me llamaste?
-Mi amor. Tú eres mi amor. Siempre lo has sido.
-¿Te das cuenta que hace tres minutos no nos conocíamos?
-Sí me conocías. Ya existía en ti, en tus pensamientos, en la sangre que corre por tus venas y en tu inagotable creatividad. Simplemente no me habías dibujado.




Alma lo decía con una seguridad tan abrumadora que era difícil no dejarse convencer por ella. Sin embargo, hay momentos en que la lógica se impone. Pertenecían a mundos distintos, literalmente. El asunto era cómo explicarle a una hermosa chica de dos dimensiones las crueldades y limitaciones de nuestra absurda realidad de 3D.




-No puedes amarme y yo no puedo amarte a ti.
-Yo estoy segura de que tú me amas. Nadie me ha mirado como tú.




El artista no quiso hacerle notar que si nadie la había mirado como él, se debía probablemente a que nadie le había visto antes: Era un cuadro que recién terminó la noche anterior y que apenas cobraba vida esta mañana. 


Los artistas ignoran lo que sucede cuando no cubren sus obras, especialmente si dejan que la luz de la luna y el polvo de estrellas se cuelen por la ventana abierta, derramándose sobre éstas, combinándose con la magia que el pintor deposita en cada trazo... Los efectos pueden ser inesperados. 




-Creo que no entiendes lo que quiero decirte y me apena, porque eso te causará mucho dolor.
-Eso no lo puedes saber. Tampoco conoces como son las cosas en mi mundo. Y si tú no me puedes amar, yo puedo amarte por los dos -dijo Alma con un tono infantil y sin perder la sonrisa.




El artista exhaló en señal de resignación. Al parecer, la chica del cuadro no aceptaría los argumentos de su lógica. Si es difícil hacerlo con una mujer del mundo real, lo es aún más tratar de discutir con una chica de 2D.




-Sufrirás -insistió él.
-Mis sentimientos. Mi decisión -concluyó ella.




Y volvió a sonreir.


sábado, 20 de agosto de 2011

Besos


-Mmm... qué ricos besos...
-Eso me han dicho...
-¿Quiénes?
-Ellas: Las Buenas Lenguas...
-Presumido...


Ella sonrió y colocó el índice de su mano derecha sobre los labios de él. Hoy, más que escuchar la ronca voz que emanaba de esos labios gruesos, sentía deseos de que éstos últimos hicieran lo que mejor sabían hacer, éso que le erizaba la piel...


-Bésame...

sábado, 13 de agosto de 2011

Justos por pecadores




-¿Y bien?
-¿Qué cosa?
-¿Qué pasó con la niña?


Entre nosotros los hombres es muy común asignar un alias a esa persona especial en la que uno de nuestros amigos fija su mirada. He hablado de ella muchas veces y es imposible no sonreír al recordarla. Múltiples imágenes acuden a mi mente y los recuerdos me erizan la piel.


-Oh, ahí sigue... Tan hermosa como siempre.
-¿Y qué pasará con ustedes, con su historia?


Lo único que se puede hacer en estos casos es suspirar. Suspirar de impotencia y  resignación.


-Nada.
-¿Cómo que nada... acaso no te gusta ella?
-Claro que me gusta y mucho.
-¿Entonces?
-Tiene un gran defecto. 
-¿Cuál?


Un suspiro más. Pero entendiendo que no hay mucho que pueda hacer, mi tono vuelve a ser sarcástico al responder a mi amigo. 


-Uno que mide 1.82 metros: tiene novio.
-¿Y?
-¿A qué te refieres con  ese "y"?
-Pues sí, ¿qué importa que tenga novio?
-No podría hacerlo. No es ético.
-Deja la ética de lado. Recuerda todas las veces que nos hicieron eso mismo y a nadie le importó. Hazlo por todos nosotros...


¿Debo hacerlo? ¿Tomar como estandarte esas burlas de las que fuimos objeto, cuando eramos los agraviados, los vapuleados, los perdedores?  ¿Y que pasará con las personas que reciban la furia de mi venganza? ¿Contra quién emprenderán ellos su lucha... quién será la víctima de su revancha?

A veces  pagan justos por pecadores.