lunes, 25 de julio de 2011

Celular


-¿72237...?
-Dime.
-63 3622682 282636 8662667.
-¿Y eso por qué?
-767783 7436773 8376462667 2372636667.
-Yo podría besarte en cualquier momento, creéme... Aún sin alcohol en las venas...



jueves, 21 de julio de 2011

El Síndrome de la Princesa de Cuento de Hadas



Algún día escuché a mi psiquiatra hablar de lo que él acostumbra llamar la rutina del rescatador, misma que desde ese instante decidí bautizar con un nombre que para mi resultara más ilustrativo. Algo así como El Síndrome de la Princesa de Cuento de Hadas.



Empecemos por comentar el concepto de princesa que ha sido promovido por el malhadado consorcio Disney.

En primer lugar son mujeres que a pesar de ser dotadas de talentos, como en el caso de la bella durmiente, terminan cayendo en las trampas que les tienden los personajes antagonistas y en muchos de los casos son ellas mismas quienes provocan su caída, su prisión, su envenenamiento, o un sueño de 100 largos años.

Esto deja a dichos personajes vulnerables e inertes, carentes de defensa y por lo mismo, dependientes. Necesitan de alguien que las proteja, las cuide y las rescate, por lo que se dedican a soñar, fantasear y esperar la llegada del arquetípico Príncipe Azul.

Hasta aquí todo es fantasía, pero... ¿y si queda arraigada la idea de esa espera infértil en una niña de once años y decide vivir esa fantasía por toda la vida? Esto sin duda la volverá una persona infeliz, amargada e insatisfecha a los 15, los 18, los 25 o los 50 años.

Vivir esperando que llegue esa persona especial, la que llenará de amor su mundo, la que aliviará sus penas y sanará las heridas de su corazón, me parece un desperdicio de tiempo. Esperar a que alguien me de la felicidad, me parece algo muy triste, ya que ésta, se encuentra dentro de cada persona. Al menos yo así lo creo.

Aquí quiero aclarar que no considero esta situación exclusiva de las mujeres. También conozco hombres que viven esperando ser rescatados, de tal manera que lo que menciono pudiera ser aplicado para ambos sexos.

Pero volvamos con las princesas.



El Síndrome de la princesa de cuento de hadas posee dos personajes principales que son La Princesa o Víctima y el Príncipe o Rescatador. Las situaciones donde establecen relación ambas partes pueden ser muy variadas.

Una madre soltera que conoce en el trabajo a un tipo honesto y trabajador al que parece no importarle su pasado.
La adolescente de preparatoria que se enamora del único profesor que se interesa por ella. Ése que puede notar cuando se siente mal y se lo pregunta. Para él no es invisible. Para todos los demás sí.
El alcohólico o el drogadicto que creen sentirse atraídos sentimentalmente hacia las voluntarias que atienden los centros de rehabilitación.
La romántica muchachita que vive creyendo que el amor no llegará a su vida, que nunca nadie la ha querido y que un día, por fin, conoce a un hombre que la escucha, que la valora por lo que es y que no le da demasiada importancia al aspecto físico.
La prostituta que se siente perdida sin el padrote que la protege de todos los peligros que corre en la calle.

Se me ocurren muchos más.

Lo preeocupante de éste asunto es que corremos el riesgo de asumir ese rol de por vida, y al ser personalidades complementarias, pudiera generarse una codependencia.

Mi primo es un drogadicto. A veces no come y muchas otras roba para sostener su vicio. Mi tía lo perdona, lo ayuda y le da comida y dinero cuando lo tiene. Es su madre, no lo puede abandonar. ¿Quién más lo cuidará si no es su mamá? Cuando ella no tenga dinero, él robará cosas de su casa, como el tanque de gas, para canjearlo por aquéllo que necesita. Ella no lo denunciará ni cuando la golpee o cuando intente agredirla con un cuchillo. Pobrecillo. Es su hijo y necesita ayuda. ¿Quién más querrá rescatarlo si no es su madre?

El que rescata gusta de esa sensación de saber que ha hecho el bien. El rescatado se siente importante para alguien al menos. Es un cuento de nunca acabar.

De hecho, la víctima-princesa, pudiera generar situaciones que la pongan en peligro. Al menos en peligro suficiente para que el príncipe-rescatador llegue blandiendo la espada sobre su blanco corcel. Así pues, hay personas que parecen tener muy mala suerte y les suceden todo tipo de cosas tales como dejar las llaves dentro del carro o de la casa, mordeduras de mascotas, extravío de dinero, imposibilidad para conseguir trabajo, picaduras de insecto y más; con la ventaja de que siempre hay alguien dispuesto a corregir, ayudar o remediar: acudir al rescate.

El rescatador acudirá con gusto las primeras veces, llamará constantemente para asegurarse que La Princesa se encuentra bien y procura siempre estar disponible para ella. Si un día no puede apoyarle, se sentirá mal, creerá que está fallando como Héroe, como padre, como hermano, como novio. Es decir, no cumple con las expectativas.

Finalmente, el famoso príncipe-rescatador puede terminar por sentirse agobiado, cansado, desgastado y culpar a la princesa-víctima de ser abusiva, o demasiado débil para querer salir de esos problemas en los que a menudo se embrolla.

No soy experto en la materia. Sólo hablo de lo que veo y la manera en que lo percibo. Nunca me han gustado las princesas.






¡Salud!









sábado, 9 de julio de 2011

Cristina



Al bajar del camión siento en el rostro la brisa matinal de Septiembre, aún cargada de olor a lluvia. El verano ha terminado y es momento de comenzar con el siguiente nivel de escolaridad. Hoy es mi primer día en el ansiado y, a la vez, temido bachillerato.

Llegué temprano y supongo que es por esa razón por la que la explanada luce practicamente desierta. Camino en dirección al asta bandera y me detengo a observar el jardín que se encuentra a un costado. Aspiro y mis pulmones se llenan del aroma de oyamel que domina en el ambiente.


-Hola... -Escucho que alguien dice a mis espaldas con voz infantil.


Giro 180 grados sobre  mis talones y la descubro a Ella.

Es como un sueño, literalmente. Los ojos más radiantes que yo haya visto adornados de unas pestañas enormes que, a los quince años, lucen más hermosas mientras más naturales. El largo cabello, tan negro como la noche enmarca el rostro de piel apiñonada y los hoyuelos en las mejillas, completando la hermosa aparición, me dejan sin palabras. La boca es pequeña, en forma de corazón y los labios no son rojos sino de un rosa intenso.

Sobra mencionar que mi corazón adolescente se ha desbocado y que siento en las sienes y los oídos el pum-pum de sus tambores.

Imposible no verla. Imposible no estar nervioso. Imposible quitar la vista de sus hermosas piernas enfundadas en mallones blancos, debajo de la minifalda de mezclilla. Son tiempos en que la anorexia no existe y las mujeres lucen sin complejos los atributos inherentes a su sexo.  Ella, sin duda, tiene mucho que presumir.

Creo que me he quedado corto de palabras para describir tanto su belleza, como las emociones que me hace sentir. Son los primeros años de la decada de los noventa y es ésta la imagen que mejor representa el momento que esta preciosa niña me está haciendo vivir:






Sesiones maratónicas viendo en televisión a los Caballeros del Zodiaco durante los fines de semana son las responsables.


-Hola -Le respondo.


Me pregunto si he tardado mucho tiempo en contestar y si no habré quedado como idiota frente a la Diosa que se erige frente a mi. Pero ella vuelve a acometer con su voz de sirena y me transporta a un universo paralelo donde, en este momento, sólo existimos ella y yo.


-¿Cómo te llamas?
-Ricardo, ¿y tú?
-Cristina. Pero prefiero que me digan Cris.
-Mucho gusto, Cris.
-Igualmente, Rick. ¿En qué salón estás?
-Me tocó en el primero B, ¿y a ti?
-También.


No puedo creer tanta ventura. Intento disimular pero no creo que funcione. Me siento eufórico de enterarme que voy a poder verla de Lunes a Viernes, a partir de las siete de la mañana, durante todo el ciclo escolar y disfrutar, mientras pasan la lista, de las 12 notas que conforman la sinfonía de su nombre: María Cristina Villegas Calderón...


Los timbres de su voz hacen erizar los vellos de mis brazos y mis ojos no pueden apartarse de los suyos. No creo que ella se de cuenta siquiera de todo lo que provoca en mi. Pero en este momento, eso no resulta tan importante. Sólo quiero contemplarla.

Algún día, cuando me arme del valor suficiente le pediré que sea mi novia. Así, sin más, me atreveré con la niña más bonita del salón. Yo,  que sin duda, seré el menos agraciado o el más feo, por decirlo con todas sus letras.

Pero nada pierdo con intentar. Con suerte, hasta me dice que sí.



domingo, 3 de julio de 2011

Succubus




Me despierta el ruido de gruesas gotas golpeando las tejas del techo. Ha llovido toda la noche y, por lo tanto, no puedo ver si hay luna detras de esas nubes.

No acostumbro correr las cortinas de la ventana, pero esta noche en particular, me siento impulsado a hacerlo. Intento salir de la cama pero un intenso escalofrío corre por mi espina y me impide levantarme. Volteo hacia el reloj de pared: Las tres de la mañana, hora de las brujas.

Me abraza. Me besa en el cuello. Es sin duda hermosa y seductora. Su nombre es más antiguo que la vida y tan peligroso como el de Sammael.

Su cuerpo desnudo hace arder mi piel al contacto. La veo reptar por ella y devorarme. Me hace sudar de placer a pesar del frío. La temperatura que se genera aquí dentro hace vaporizar los cristales.

Estamos abrazados. Siento deseos de besarla y lo hago. Labios, mejillas, hombros y pecho. La muerdo, me alimento de ella. Busco su mirada al rozar mis labios su abdomen carente de ombligo. Encuentro la lascivia en su sonrisa y dos ojos como ascuas del infierno.

Tan excitante como aterrador. Y yo no puedo alejarme de ella, no puedo dejar de sentirla... de poseerla.

Poco a poco mi respiración se hace más rápida, más fuerte y siento que mi corazón va a estallar dentro del pecho.

Ahora late más lentamente. Primero, al ritmo del reloj de pared que domina la habitación y donde mis ojos han quedado fijos, completamente abiertos. Luego las pausas son más prolongadas.

El cobertor y las sábanas se encuentran tirados en el suelo, junto a la cama, y mis latidos, han dejado de escucharse...



Tic-tac dice el reloj, mientras los primeros rayos del nuevo día iluminan mi cuerpo inerte.