jueves, 21 de julio de 2011

El Síndrome de la Princesa de Cuento de Hadas



Algún día escuché a mi psiquiatra hablar de lo que él acostumbra llamar la rutina del rescatador, misma que desde ese instante decidí bautizar con un nombre que para mi resultara más ilustrativo. Algo así como El Síndrome de la Princesa de Cuento de Hadas.



Empecemos por comentar el concepto de princesa que ha sido promovido por el malhadado consorcio Disney.

En primer lugar son mujeres que a pesar de ser dotadas de talentos, como en el caso de la bella durmiente, terminan cayendo en las trampas que les tienden los personajes antagonistas y en muchos de los casos son ellas mismas quienes provocan su caída, su prisión, su envenenamiento, o un sueño de 100 largos años.

Esto deja a dichos personajes vulnerables e inertes, carentes de defensa y por lo mismo, dependientes. Necesitan de alguien que las proteja, las cuide y las rescate, por lo que se dedican a soñar, fantasear y esperar la llegada del arquetípico Príncipe Azul.

Hasta aquí todo es fantasía, pero... ¿y si queda arraigada la idea de esa espera infértil en una niña de once años y decide vivir esa fantasía por toda la vida? Esto sin duda la volverá una persona infeliz, amargada e insatisfecha a los 15, los 18, los 25 o los 50 años.

Vivir esperando que llegue esa persona especial, la que llenará de amor su mundo, la que aliviará sus penas y sanará las heridas de su corazón, me parece un desperdicio de tiempo. Esperar a que alguien me de la felicidad, me parece algo muy triste, ya que ésta, se encuentra dentro de cada persona. Al menos yo así lo creo.

Aquí quiero aclarar que no considero esta situación exclusiva de las mujeres. También conozco hombres que viven esperando ser rescatados, de tal manera que lo que menciono pudiera ser aplicado para ambos sexos.

Pero volvamos con las princesas.



El Síndrome de la princesa de cuento de hadas posee dos personajes principales que son La Princesa o Víctima y el Príncipe o Rescatador. Las situaciones donde establecen relación ambas partes pueden ser muy variadas.

Una madre soltera que conoce en el trabajo a un tipo honesto y trabajador al que parece no importarle su pasado.
La adolescente de preparatoria que se enamora del único profesor que se interesa por ella. Ése que puede notar cuando se siente mal y se lo pregunta. Para él no es invisible. Para todos los demás sí.
El alcohólico o el drogadicto que creen sentirse atraídos sentimentalmente hacia las voluntarias que atienden los centros de rehabilitación.
La romántica muchachita que vive creyendo que el amor no llegará a su vida, que nunca nadie la ha querido y que un día, por fin, conoce a un hombre que la escucha, que la valora por lo que es y que no le da demasiada importancia al aspecto físico.
La prostituta que se siente perdida sin el padrote que la protege de todos los peligros que corre en la calle.

Se me ocurren muchos más.

Lo preeocupante de éste asunto es que corremos el riesgo de asumir ese rol de por vida, y al ser personalidades complementarias, pudiera generarse una codependencia.

Mi primo es un drogadicto. A veces no come y muchas otras roba para sostener su vicio. Mi tía lo perdona, lo ayuda y le da comida y dinero cuando lo tiene. Es su madre, no lo puede abandonar. ¿Quién más lo cuidará si no es su mamá? Cuando ella no tenga dinero, él robará cosas de su casa, como el tanque de gas, para canjearlo por aquéllo que necesita. Ella no lo denunciará ni cuando la golpee o cuando intente agredirla con un cuchillo. Pobrecillo. Es su hijo y necesita ayuda. ¿Quién más querrá rescatarlo si no es su madre?

El que rescata gusta de esa sensación de saber que ha hecho el bien. El rescatado se siente importante para alguien al menos. Es un cuento de nunca acabar.

De hecho, la víctima-princesa, pudiera generar situaciones que la pongan en peligro. Al menos en peligro suficiente para que el príncipe-rescatador llegue blandiendo la espada sobre su blanco corcel. Así pues, hay personas que parecen tener muy mala suerte y les suceden todo tipo de cosas tales como dejar las llaves dentro del carro o de la casa, mordeduras de mascotas, extravío de dinero, imposibilidad para conseguir trabajo, picaduras de insecto y más; con la ventaja de que siempre hay alguien dispuesto a corregir, ayudar o remediar: acudir al rescate.

El rescatador acudirá con gusto las primeras veces, llamará constantemente para asegurarse que La Princesa se encuentra bien y procura siempre estar disponible para ella. Si un día no puede apoyarle, se sentirá mal, creerá que está fallando como Héroe, como padre, como hermano, como novio. Es decir, no cumple con las expectativas.

Finalmente, el famoso príncipe-rescatador puede terminar por sentirse agobiado, cansado, desgastado y culpar a la princesa-víctima de ser abusiva, o demasiado débil para querer salir de esos problemas en los que a menudo se embrolla.

No soy experto en la materia. Sólo hablo de lo que veo y la manera en que lo percibo. Nunca me han gustado las princesas.






¡Salud!









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