martes, 1 de noviembre de 2016

Ella canta




La mañana es fresca
y del pasto sin podar 
se levanta un suave olor 
a lluvia nocturna de septiembre

Las nubes contrastan sobre un manto azul sin matizar
y rayos que cortan las hojas de los sauces
se apoyan como navajas paralelas 
en un piso que humea
El mundo despierta frente a esta mirada incrédula.

Y la descubro a ella 
en medio de un mar de ojos de mujer
sus ojos que sonríen
              que resplandecen

Los ojos a su alrededor 
intentan sonreír también
No saben
No pueden

                      La miro 
y entiendo cosas que desconozco
los conceptos caen sobre mis palmas
tan sólidos
que podría exprimirlos o morderlos

Sus ojos también están llenos de preguntas
Un nuevo ¿por qué? 
Se abre camino /  tímidamente en sus pestañas

Al final del sendero de sus ojos 
su boca me espera

Ella es diferente a todo
es la unidad que encierra todas las cosas
Se mueve entre la multitud 
con su elegante gracia
y templa las cuerdas de sus labios
                                                         Ella canta


sábado, 1 de octubre de 2016

¿Cuándo?





Pasó las yemas de los dedos por la nariz de él y dijo algo ininteligible. Pero no era necesario escuchar. Lo único que se necesitaba era entender el momento, la sensación, el ánimo. Todo lo que ella quería decir con aquellas caricias, con los besos, con las frases inconexas referían a una sola cosa: adoración.

Le abrazó, le apretó contra sus pechos desnudos que hacía varios años habían dejado de ser turgentes, volvió a besarle el pómulo, casi en el ojo izquierdo y le preguntó:


-¿En qué momento te convertiste en un demonio?
-El día que te conocí -respondió aquél.


Ella apartó su rostro unos cuantos centímetros, sorprendida.

Vio en él la misma máscara de siempre: frío, calmado, inexpresivo. Ella quiso rebatir.


-Tú ya eras un demonio cuando te conocí. Toda esa maldad ya calentaba tu sangre. Todas esas ideas. Yo solo soy un instrumento para tu placer, un accesorio para tus perversiones.

-Quizá -contestó él, mientras encendía un cigarro- pero el día que nos conocimos todo se potenció, como una chispa que encuentra pasto seco en un bosque. Y como al fuego, ya nada me podrá contener. 

-No quiero que te contengas. Quiero arder en tu maldad -dijo ella mientras sus mejillas se encendían y su voz temblaba, adivinando quizá lo que implicaban sus palabras. Después se acercó a él en un arrebato, para besarlo salvajemente, hundiendo los dedos en el cabello de su amante; extraviada, poseída, delirante; entregándose de la única manera que sabía hacerlo:  sin reservas, diluyéndose en la piel desnuda de su demonio.


jueves, 1 de septiembre de 2016

El atleta



Despierto de mal humor y, la primera cosa contra la que descargo mi furia es ese puto despertador. 
Y no es solo el ruido que taladra mi cerebro o la resaca después de mi visita al bar, anoche. Es que realmente no quiero levantarme. Quiero quedarme aquí, en esta deliciosa cama.

Me cubro la cara nuevamente con las sábanas y duermo diez minutos más, hasta que el despertador vuelve a sonar allá en el piso. Me veo obligado a levantarme para silenciarlo. La caída provocó que se le rompiera una esquina de plástico rojo cuyo pedazo faltante alcanzo a ver cerca de mis zapatos.

Cambio de hábitos. Eso es lo que me repito mentalmente mientras me coloco la ropa deportiva. Hace frío y aún no amanece. Yo, mascullo varias groserías aleatorias. 

Trato de recordar una razón por la que estoy haciendo algo que está totalmente fuera de mis rutinas y que, definitivamente, no me gusta. Es ahora que recuerdo la frase de Lester (con su cara de Kevin Spacey, alcanzando al par de Jim's) explicando: "I want to look good naked". Suspiro con alivio. No es mi caso.

La temperatura, las farolas encendidas y los pocos autos estacionados dan la impresión de que aún es de noche, sin embargo la ciudad ya está despierta, viva. La gente camina con prisa. Yo imagino que cada una de esas personas apresuradas tiene secretos, tal vez secretos sucios, sórdidos...

Llego al gimnasio y el tipo encargado recién está abriendo. Todavía falta un buen rato para que salga el sol. Entramos después de él, una chica y yo. Pienso que hay pocos locos que se levantan a esta hora para hacer ejercicio. Luego me doy cuenta que no es así.

Suena un mix de música electrónica, música de gimnasio. Casi puedo adivinar a cuál Mix de Yutub es al que corresponde. Odio esa pinche sonido, pero esta vez olvidé mis audífonos.

De a poco, se va poblando el lugar. Yo coloco mis cosas en la estantería y después me acerco al fortachón que está detrás del mostrador para explicarle que es la primera vez que acudo a este tipo de lugares, que voy a pagar una mensualidad y le pregunto si es él quien me va a explicar cómo se usan los aparatos. Responde que sí; luego me registra en la computadora y recibe mi dinero.

 Todos se olvidan de lo que están haciendo cuando entra un hombre ya mayor vestido con shorts, una camiseta descolorida y tenis blancos. El encargado le saluda de mano, con una total reverencia, luego los otros cuatro tipos que llegaron después de mí y tres de las cinco chicas que ya se estaban ejercitando se acercan prácticamente corriendo para darle un beso en la mejilla. Le ven pasar abriendo muy grandes los ojos. Quiero pensar que ese tipo es el dueño del lugar.

El personaje en cuestión se adelanta hasta la banca que está cerca de la zona de regaderas y se ajusta los cordones de los tenis. Me vence la curiosidad y pregunto al encargado si ese señor es el propietario. 


No, -me dice con una sonrisa y sin dejar de observar al tipo aquél-, solo es alguien a quien admiramos, un atleta.
-¿Qué clase de atleta? -Insisto yo, que nunca aprendí a identificar el momento en que debo dejar de preguntar cosas.
-Un atleta sexual -responde el fortachón.


Una hora después, camino a casa, exhausto, adolorido y sediento, me sigo preguntando si escuché bien.

Estoy caminando como un autómata, mis ojos fijos en la banqueta, viendo, pero sin mirar nada en particular. Imagino nuevamente que el panadero, el hombre en bicicleta, la señora que lleva a su hijo a la escuela, la enfermera que sube al transporte público, el sacerdote en su auto color verde botella, el taxista, las chicas del gimnasio, el fortachón con calvicie prematura,  las colegialas que pasan en grupos de cinco frente a mí, el gordo que compra galletas, la licenciada que fuma Viceroy, el agente de tránsito y el hombre de los tenis blancos deben tener historias sórdidas, secretos que les avergonzaría contar... Luego decido que es momento de ponerle freno a mi imaginación. Llevo mis pensamientos a otras cosas.

Solo de pensar en que mañana tendré que levantarme tan temprano como hoy, vuelvo a enfurecer. En mis recuerdos, surge en off  la voz de Kevin Spacey diciendo que necesitará unos consejos el día que sale a correr por primera vez. 

También yo requiero algunos. Sé donde encontrarlos. Mañana, sin falta, le pregunto al viejo.
  

lunes, 1 de agosto de 2016

Poesía y poemas



Me despierto. Tras un primer momento de dificultad y enfoque, comienzo a descubrir en mi habitación  las cosas comunes que me rodean. Todo es cotidiano aquí y afuera. Los objetos aquí, los ruidos afuera.

Meto la mano en el bolsillo del pantalón y cae de él una hoja de papel descuidadamente doblada. No recuerdo qué escribí en ella, así que la extiendo para averiguarlo. Las lagunas mentales han sido más frecuentes desde hace dos años. 

Dos palabras, separadas por el operador relacional de diferencia, escritas con un delineador de ojos, me parece. No es mi letra, parece de mujer:


Poema ≠ Poesía


Un poema no es la poesía. La poesía no es igual a un poema. Lo leo tres veces. No entiendo.

Siempre he sido malo con los conceptos. Me visto y la jaqueca me recuerda que me prometí no volver a tomar. No es la primera promesa que rompo y tampoco será la última.

Decido ir a la fuente: preguntarle a un poeta. Conozco uno de verdad: desamparado y sombrío, hundido en la desesperanza, triste como un condenado.

Lo encuentro en el bar de siempre, apoyando los codos sobre la barra. Contempla la espuma de un tarro de cerveza y tararea una canción en inglés de un vídeo que se proyecta en la única pantalla del lugar. Arrastro un banco y me siento junto a él. También pido una cerveza en tarro para mí. Él se da cuenta de mi presencia y me saluda con una ligera inclinación de cabeza. Se acicala la barba entrecana con la mano izquierda, en un gesto que más parece un tic,


–Maestro –digo yo con toda reverencia, –tengo una duda que usted me puede ayudar a resolver: ¿Cuál es la diferencia entre una poesía y un poema?

Me mira con los ojos enrojecidos que he reconocido frente a mi propio espejo, justo a medio camino entre la sobriedad y la embriaguez. Yo he sido esos mismos ojos muchas veces. Demasiadas, tal vez.

Muy simple: la poesía se encuentra en todas las cosas, el poema es una construcción literaria que nos sirve para enunciar la poesía que se encuentra contenida en todo lo que existe.

Ambos quedamos en silencio. Él vuelve distraídamente la vista a la pantalla que ilumina de manera tenue e intermitente la pared norte del bar y yo doy un largo sorbo a mi cerveza. Me concentro para encontrarle sentido a lo que se acaba de decir y comienzo un soliloquio que no exteriorizo.

Sí, es cierto. La poesía existe en todo lo que puedo percibir: un amanecer, la lluvia de anoche, el olor a pan recién horneado, las despedidas en los aeropuertos, el amor que se aleja de mí por carretera, el sexo indiscriminado y salvaje, el aroma del cabello de una mujer, la luna, la tristeza, el beso de los incautos, de los adolescentes. La poesía existe en el dolor, en la agonía, en la desesperanza e incluso en este tarro de cerveza vacío que pido me llenen una y otra vez. Hay poesía en las lágrimas que me rehúso a liberar, en esta sensación de embriaguez, en la cara sucia de las niñas de la calle, en una copa rota, en mi madre, en los accidentes mortales, en las prostitutas...

Si Antonio Machado encontró poesía en Las Moscas, yo puedo encontrarla también, creo. Quiero creerlo. 

Mis procesos mentales me conducen a pensar otras cosas, que se relacionan y no: ¿Sólo los seres humanos entienden la  poesía y crean poemas? ¿Los otros seres, carecen de esta capacidad? ¿Y si todos los seres puesto que son poesía en sí mismos, lo hacen, pero nosotros, en nuestra ignorancia, no podemos entenderlo? ¿Las moscas y los otros insectos son poesía, entonces, ¿escriben poemas?

Me traslado otra vez a uno de esos mundos creados por mi imaginación y descubro a un escarabajo desarrollando un texto poético impresionante. Me pregunto por qué su ritmo, su cadencia y su estilo me parecen tan sublimes. Pronto llego a una respuesta: es obvio, tiene una inspiración, una musa o, dicho de manera más apropiada, una escara-musa...





domingo, 1 de mayo de 2016

Yo no sé escribir poesía


Yo no sé escribir poesía.
A veces, no estoy seguro de saber hablar.

Especialmente cuando vuelves a lanzar
a quemarropa,
sin miramientos,
las preguntas que no he aprendido a contestar.

Quisiera poder escribir como lo hacen mis amigos.

Tener su ritmo, su precisión, su estilo...



¡Desconozco tantas cosas!

Quise encontrar la palabra
para describir lo que siento 
y ninguna resultó adecuada.

Quizá... Quizá podamos inventarla.

Una palabra que hable de ti y de mí,
de los secretos,
de los besos,
de los sudores,
de las miradas,
de las canciones, 
de tus rodillas,
de las botellas que rodaron, vacías, 
de tu imagen en mis párpados cuando apenas despunta el día.

Yo quería escribirte algo, 
pero no sé escribir poesía.


martes, 1 de marzo de 2016

Como siempre



Estoy trabajando frente a la computadora, escuchando la lluvia que cae afuera. Han sido ya un par de horas ininterrumpidas frente al aparato y decido que un descanso me vendría bien. Dirijo mis pasos hacia el refrigerador. Destapo una cerveza y vierto el contenido en mi vaso. Bebo sin prisa y regreso al escritorio. Es un documento importante y debe ser entregado mañana muy temprano.

Se escucha que golpean a la puerta del departamento en sucesiones de tres golpes. Solo hay una persona que toca así y no es usual que venga a buscarme sin avisar y menos a esta hora. 
Ha oscurecido ya y me inquieta que camine por estas calles y más con la lluvia que ha durado toda la tarde... 

Corro el pestillo y abro la puerta incrédulo. Los goznes rechinan y  decido que es tiempo de aceitarlos. Es la tercera vez que lo decido esta semana. 

Me encuentro con el rostro de ella. Me mira detrás de mechones de cabello mojado. A pesar de la oscuridad alcanzo a distinguir por separado sus lágrimas y las gotas de lluvia.

Le abrazo con alegría después de meses de no verla. Como siempre, intento al saludarla besarle la boca. Ella parece aceptar el primer beso, pero rechaza los demás, como hace siempre.


-¿Puedo pasar?


Acostumbrado a  esas silenciosas negativas, solamente le sonrío, mientras le indico con la mano izquierda que puede entrar.

Me cuenta sus problemas como siempre, pero sus lágrimas son un elemento extra, al cual no estoy acostumbrado. Le dejo hablar, En medio de sollozos interminables, hace una pausa, respira profundo, como ordenando sus ideas. 


-Quiero alcohol -dice de pronto.


Le indico con el índice las botellas de tinto, vodka y tequila que aún quedan en el estante. Ella se levanta del sofá  y toma la botella de Smirnoff. La abre con gran facilidad, como de costumbre.


-El jugo de uva está en la vitrina y quedan hielos en el congelador - le digo con la mirada fija en la pantalla de la computadora, donde  he descubierto una falta de ortografía que debo corregir de inmediato.


Se sirve un vaso y luego otro. Seguimos conversando y ella no deja de llorar. Yo logro terminar la redacción del documento y me coloco junto a ella. Se levanta por otro vaso de vodka y vuelve a sentarse a mi lado. Yo paso mi brazo por su hombro. Ella me rechaza como siempre. Cansado del juego, me levanto y pongo en orden los libros y las películas en el mueble de madera.

Ella bebe varios vasos más, no sé cuántos. La dejo desahogarse, como siempre.

Ella gira la cabeza para verme. Dice algo que no esperaba escuchar de su boca.


-¿Me darías un beso?


Ni siquiera respondo sí o no. Simplemente camino hacia el sillón individual donde se encuentra sentada ahora, le quito el vaso de la mano y me coloco a horcajadas sobre sus piernas. Beso sus carnosos labios que saben a vodka, jugo de uva y lágrimas. Me parece que dice algo acerca de las cosas que no están bien, pero al mismo tiempo me pregunta si tengo condones. Solo respondo a esto último, sin dejar de besarla. 

La puerta de mi recámara está a 15 centímetros de donde nos encontramos y llegar a mi cama nos toma cinco pasos. Caemos sobre mis almohadas y los besos no cesan. Se desnuda y me pide -me exige- que no encienda la luz. En la penumbra alcanzo a distinguir sus senos morenos y sus pezones oscuros. Los acaricio con ambas manos y le prometo que la oscuridad seguirá tal como está.

Tenemos una sesión de sexo extraña, donde yo me concentro en ella y ella parece pensar en algo más. Después del coito quedamos abrazados varios minutos, sudando. 

Como si despertara de un trance causado por el alcohol, se  incorpora de manera repentina y me pregunta la hora. Le respondo y ambos coincidimos en que es tarde. Busca su ropa y enciendo la luz. Ambos nos vestimos en silencio. Antes de llegar, nos besamos apasionadamente y nuevamente deslizo mi mano bajo su blusa hasta sus senos. La dejo en su casa y adivino a su madre tras el portón reprobando su tardanza y mi presencia.

Regreso al departamento, apago la computadora que ha quedado encendida y me dejo caer de espaldas en la cama que huele a su perfume. Es imposible no pensar en ella y su imagen en mi mente, me impide dormir. Pasa una hora y luego otra más. Y la vuelvo a maldecir. Como siempre...


lunes, 1 de febrero de 2016

El trovador





El trovador sube al escenario y acomoda la silla y el pedestal del micrófono auxiliándose de unas marcas que el mismo ha colocado en el piso con masking tape al comienzo de su anterior presentación.  Lleva un saco de pana en color vino sobre una camiseta gris. Se esfuerza, con todo el ímpetu de sus treinta bajos, por ocultar la calvicie prematura debajo de una boina que combina con la camiseta y los jeans.  Hace los últimos ajustes y gira la clavija de la cuerda de Si,  hasta que la considera perfectamente afinada.

Toca una sucesión de acordes en la escala de Sol y pronto el ambiente se carga de melancolía; todo el recinto se cubre de un halo triste, casi azul.

Termina la  ronda y recibe los aplausos correspondientes de un público adepto a esas sensaciones. Enciende un cigarro y acepta de buen talante la cerveza de cortesía que le envían desde la barra. Mete la mano en el bolsillo interior del saco, extrae el celular tomándolo entre el índice y el cordial  y consulta el reloj en el aparato: pronto será la una de la mañana.

Como la mayoría de los músicos, es un conquistador y tiene la necesidad de afianzar su auto concepto. Sonríe recordando su obsesión más reciente y decide mandarle un mensaje a pesar de la hora. Apaga el cigarro en un cenicero de cristal, abre la aplicación y escribe:

Sueños color de rosa, viajando sobre níveas nubes de algodón. Estrellas luminosas cantando melodías que te endulcen el oído, hasta que aparezca el sol.

Buenas noches, mi linda princesa...

...


Lejos de ahí, un teléfono celular, deliberadamente dejado en silencio, vibra con la notificación.  Pasa algún tiempo antes de que una mano femenina lo tome,  unos ojos oscuros lean el mensaje que aparece en la pantalla y una boca de labios carnosos sonría divertida.

Se estira bajo las sábanas con movimientos felinos y acerca -una vez más- los senos desnudos al cuerpo de aquél hombre que la enloquece.


-Mira lo que me escribió -le dice mientras le muestra la pantalla.


El hombre lee y suelta una sonora carcajada que la contagia. Después hay un momento de silencio en el que se miran con la intensidad a la que están acostumbrados. Se besan otra vez. Vuelven a los abrazos que involucran cada centímetro de los cuerpos. Se pierden en la piel del otro. Sudan el sudor del otro. Su sexo es alucinante, prohibido, psicodélico: sexo de saliva, de uñas y de dientes; un sexo salvaje, que escandalizaría al común de las gentes.

Ruedan por la cama, el sofá y la alfombra. En las paredes resuenan gemidos y sonidos primitivos, animalescos. Regresan a las sábanas y se dejan caer exhaustos y jadeantes. Ella cierra los ojos, se recuesta sobre el pecho de él y escucha los latidos del poderoso corazón de su hombre. Él, mirando fijamente el cielo raso, piensa en el mensaje que le ha sido mostrado un par de horas antes y se recuerda a sí mismo en un tiempo casi olvidado, cuando él solía ser el idiota al otro lado de la pantalla...


viernes, 1 de enero de 2016

Mi decisión



Es diciembre y el sol invernal que entra por la ventanilla del auto de alquiler me da de lleno en la mejilla y el cuello, provocando que trate de protegerme con la mano. El chofer menciona algo acerca del clima de esta temporada y lo compara con el de años anteriores; la verdad, yo no le presto mucha atención y  respondo cualquier cosa.

No pasa mucho tiempo cuando llegamos a mi destino. Desciendo del taxi y me instalo en la posada de un pueblo en el que no había estado antes. 

Mi presencia aquí obedece a una invitación: vine a una boda. 

Ni siquiera conozco a los novios. Un par de amigas que no querían venir solas me invitaron y me pareció una buena idea. He llegado intencionalmente tarde, para no entrar a la ceremonia religiosa. Aun así me desplazo al templo donde se oficiaría la misa y veo a los recién desposados salir sonrientes, radiantes, dueños de una alegría que me llama la atención.

En días recientes he visto a mucha gente haciendo planes para eventos así: escogiendo muebles, preguntando por pintura para la decoración de su futura casa, mirando electrodomésticos. Parece que se hubiesen puesto de acuerdo para que todo a mi alrededor esté lleno de datos al respecto. Incluso mi abuelo ha vuelto a comentar que no piensa morir hasta que yo me case y le haya dado un nieto. Estuve a punto de contestarle que eso lo convertía en un viejo inmortal, pero no quise parecer grosero con él.

Me gusta vivir solo. Y a pesar de pertenecer a una época en que ésto ya no es extraño, las costumbres parecen demasiado arraigadas aún y se me ve como un tipo raro, casi un loco. Sin embargo la insistencia de mis amigos, la preocupación de mis familiares me hacen considerar...

Mientras observo a los novios posar para las fotos y lucir su felicidad, mi pensamiento viaja a otro lugar ajeno a éste: mi departamento allá, en la ciudad. Lo conozco de memoria y lo recorro con la mente. Me desplazo por cada una de las habitaciones hasta que llego a  un rincón en el que tengo la impresión de que falta algo, de que algún elemento debe llenar el vacío. Sé lo que es. Me di cuenta hace un par de días en el centro comercial cuando vi a esas parejas escoger sus electrodomésticos, pero hasta ahora soy plenamente consciente de ello. Lo reconozco en este momento, en este hermoso atrio-jardin y bajo la fresca sombra de este sauce.

Era algo que había estado aplazando demasiado. El ser consciente de mi decisión me hace sonreír. Justo ahora veo a mis amigas y les saludo a lo lejos con la mano en alto. Quisiera contarles acerca de lo que acabo de resolver pero me parece un tanto egoísta en este momento en que seguramente estarán pensando en la boda que recién se ha celebrado.

Mañana tal vez solo haga una publicación muy pequeña a través de mis redes sociales para comunicar ésto que sin duda modificará incluso mis hábitos alimenticios.

Sí, la decisión está hecha y es irrevocable: definitivamente, voy a comprar un  microondas...






Jajaja... ¡Salud y feliz año!