domingo, 1 de marzo de 2015

La pelirroja




Él siguió escudriñando detenidamente el piso de la habitación. Después de cinco minutos de labor, consideró terminada su cacería. En la mano izquierda sostenía tres o cuatro cabellos rojos de unos 30 centímetros de largo. Resopló con evidente molestia  cuando descubrió uno más sobre la almohada de su cama. Lo colocó junto a los demás, avanzó hacia el bote de basura y los dejó caer en él. Mientras los cabellos caían girando, su memoria comenzó a trabajar.



Habían estado jugueteando un rato y hablando de cualquier cosa: del trabajo de él, de los gustos de ella. Era el tiempo destinado al estudio del rival, donde todavía nadie enseña sus cartas. Pero las mujeres saben poco de mesura...



Él se levantó temprano ese día, pues le interesaba descartar cualquier evidencia. Sabía, por experiencias previas de la posibilidad de que la almohada estuviera manchada de tinte rojo de cabello. Ahora que había amanecido y que ella ya no estaba, fue lo primero que verificó. Suspiró aliviado al no encontrar lo que en ocasiones anteriores. Después de eso se dedicó a recolectar los cabellos.



Fue ella quien abrió fuego: un ataque franco y desparpajado, tal vez buscando intimidar al tipo que tenía enfrente. Él lo tomó con calma y no cedió terreno. Era importante la primera reacción y él estaba consciente de ello. Sonrió confiado y colocó el rostro de manera que la luz artificial le iluminara. Le miró intensamente, como si buscara entrar por las pupilas de aquellos ojos oscuros. Ella se ruborizó y torpemente quiso hacer un movimiento defensivo


-No me mires así -fue lo que atinó a decir. Y todavía agregó:
-Si me miras de esa manera, terminarás enamorándote de mí...


Justo ahí, al terminar la frase comenzó a sentir el calor, la contracción en el bajo vientre, la adrenalina... Y tuvo la convicción de que sería besada en los segundos subsecuentes. No se equivocó. Unos labios carnosos y expertos rozaron apenas los suyos haciéndole estremecer.



Era importante desaparecer cualquier rastro de que ella estuvo ahí. Normalmente a él no le hubiese importado, pero algo tienen los cabellos rojos (además de peróxido e intensificador de color) que hacen que cualquier visita que llegue a la casa, quiera conocer más detalles del encuentro cuando descubren ciertos indicios. Cosa que no ocurre con algún cabello rubio o moreno regado por el piso. 



Se besaron sin control y sin mesura, como si el mundo fuera a extinguirse la madrugada siguiente. Como hacen los adolescentes, los desahuciados, los que se aferran a la vida. Se besaron como se supone que debe hacerse: sin teorizar, sin pensar en lo que estaban haciendo, dejándose llevar tan solo por la emoción del momento. A ese primer beso le sucedieron dos mil más. 



Después de la última supervisión, aquél obsesivo se dio por satisfecho. Ahora ningún visitante podría cuestionar acerca de las cosas sucedidas en aquél segundo piso, basado en conjeturas provocadas por el descubrimiento de un cabello pelirrojo que una mujer hermosa perdiera sobre el piso de la casa. 

Después de todo, esas cosas son solo de dos...