martes, 30 de septiembre de 2014

Besos



Hace mucho que no me daba el gusto de salir. Aspiro el aire contaminado de mi ciudad con el placer desbordado del adolescente que fuma a escondidas en la azotea de su casa. Veo los colores del atardecer resbalar poco a poco por las paredes de los edificios. Pronto es de noche y mis pasos me llevan diligentes al lugar que más extrañé durante los últimos meses.

Entro al bar que luce prácticamente vacío. El barman me reconoce (o a mis propinas), a pesar del tiempo transcurrido y me saluda desde la barra, mostrando en alto la palma de su mano derecha. Me dirijo hacia él y me pregunta, a manera de saludo:


-¿Lo mismo de siempre?


Le respondo asintiendo con la cabeza y comienza a preparar mi bebida, mientras yo arrastro uno de esos pesados bancos altos para sentarme ahí, junto a la barra, como solía hacerlo hace muchas, muchas noches.

¡Extrañaba tanto esto! El sabor de esta bebida, la sensación de este líquido helado recorriendo mi garganta y dentro de mi pecho, la tranquilidad de beber sin que nadie moleste ni se moleste.

A mis espaldas suena una risa estridente que me hace voltear. Son dos chicas, vestidas de manera idéntica. Las faldas en gris oxford, las blusas blancas y las mascadas rojas alrededor del cuello me dicen que trabajan en el banco que está a dos cuadras de distancia de este bar.

Toman asiento cerca de mí, en una de las mesas pequeñas y las escucho pedir Margaritas. Los decibeles de sus voces aumentan de manera proporcional al tequila que se meten al sistema. Su conversación me divierte.


-Lo besé.
-¿Tú a él?
-Sí, ¿qué tiene?
-No sé, es raro...
-No tiene nada de raro. En estos tiempos somos las mujeres las que tomamos la iniciativa.
-Es solo que yo tengo otra idea.
-Estás mal.
-¿Y al menos besa rico?
-No. Yo beso más rico que él...


Y ríen de manera más ruidosa aún, si esto fuera posible.

Me quedo pensando en lo que dicen. Creo que ambas tienen razón. Y, como siempre sucede después de unos cuantos de estos brebajes que me sirve Miguel, comienzo a recordar cosas que creía olvidadas.


Se levantó del sofá y fue hacia el cuadro que dominaba la salita de estar. Dijo en voz alta "no entiendo esta imagen". Volteó hacia mí y se quedó en silencio, como alguien que descubre algo que sorprende o asusta. 

Siempre me ha gustado la sensación de placer que me produce el que una chica sepa que la voy a besar cuando aún estoy a dos metros de distancia. Caminé hacia ella muy lentamente y vi temblar sus manos. Al llegar a su posición seguí avanzando sin apartar la mirada de sus ojos, ella tuvo que  caminar hacia atrás conmigo, siguiendo el ritmo, la cadencia que yo marcaba. Pronto la detuvo la pared en su espalda y su mano derecha se movió del centro hacia afuera, como en un reflejo. Parecía querer decir algo, pero su voz no quiso salir de su garganta.  Acerqué mi rostro al de ella, pero no fui directo a su boca sino a su mejilla, rozando apenas con el labio inferior, siguiendo camino hacia su oído para preguntar en un susurro:

-¿Qué pasa?
-Na-nada... -respondió ella, de manera apenas perceptible.

Era imposible no sonreír al ver cómo se erizaba la piel de sus brazos en una progresión tan regular que me hizo pensar en fichas de  dominó hechas de folículos pilosos.

Seguí, o mejor dicho, fingí seguir hacia su cuello, lo cual provocó el estremecimiento que yo esperaba. Retomé el camino hacia sus labios y...


Unos golpecitos en la espalda me hacen volver a la realidad del bar, a Miguel que atiende a unos gringos recién llegados, a las luces rosas de neón que adornan el refrigerador y a la música ambiental que deja escuchar las notas de Knockin on Heaven's Door.

Una de las chicas-cajeras-oficinistas me ha sacado de mis pensamientos para preguntar algo muy común en lugares como éste.


-¿Tienes cigarros?


Los tengo. De esos que mis amigos critican, diciendo que son cigarros para niñas. Hoy servirán.

Saco la cajetilla de la bolsa interior del saco y la sostengo en la mano derecha mientras tres o cuatro cilindros delgados y oscuros asoman en el extremo. La miro a los ojos mientras le digo, envalentonado por la cantidad de alcohol que ya me hace sentir el calor en el rostro.


-Pero te costarán tu nombre. ¿Cómo te llamas?
-Laura... -dice sonriendo.


Toma dos. Uno para ella y otro para su compañera. Regresa a su mesa. Ni siquiera recuerda agradecer. Alcanzo a apreciar que tiene muy lindas pantorrillas y vuelve a sonreír cuando su amiga le indica que la sigo mirando.

Giro para encontrar que Miguel ha vuelto a llenar mi vaso hasta el borde. Lo bebo de tres sorbos, pago mi consumo y me retiro del lugar. 

Al salir a la calle aspiro otra vez, profundamente, el aire de la noche, que me trae un ligero sabor a lluvia. No hay luna en el cielo, pero lucen las estrellas. Me siento renovado, con una energía que no sentía hace mucho tiempo. Tal vez, la persona que me dijo que solo necesitaba un giro en mi vida para volver a sentir cómo fluye por mis venas, tenía razón. 

No puedo evitar sonreír con satisfacción. De momento, es hora de volver a casa a pensar en besos de historias ajenas y propias, hasta que me quede dormido.