sábado, 26 de marzo de 2011

Mujeres...




-¿Qué es lo que no te gusta de mi?



Las mujeres suelen ser así. Te disparan las preguntas sin miramientos, sin preámbulos y a quemarropa. A veces ni siquiera han saludado cuando ya te están ametrallando con cosas así.


-Contesta, ¿hay algo que no te guste de mi?


En una conversación normal, donde existe una comunicación y los interlocutores realmente intercambian información, uno está preparado para responder. Pero en esta situación, acorralante y unilateral, es difícil tener una reacción, especialmente a la velocidad que ellas lo desean.


-Este... yo...
-No sabes que decir. Me lo imaginaba.


Si tienes suerte, la dama en cuestión cambiará la expresión de su rostro por una de profunda tristeza, sin embargo, en el peor de los escenarios posibles, vendrá una cascada de sollozos y lágrimas seguida por un categórico:


-Tú no me quieres.


¿Qué se hace en estas situaciones? Yo normalmente repaso mentalmente la escena una y otra vez desde arriba, tratando de encontrar alguna falla en mis palabras [no dije nada], en mis actitudes [no hice nada] y hasta en mis pensamientos [ella no sabe en quién estaba pensando, porque al menos hasta ahora, no es telépata]. Conclusión: Está loca. 

Así que lo más recomendable sería tratar de tranquilizarla.

Es importante saber exactamente que palabras utilizar o podrías empeorar las cosas [Empeorar algo que no sabes en que momento comenzó, por cierto].


-Sí te quiero.
-No, no me quieres.
-¿Cómo lo sabes?
-Nunca lo dices.
-Puedo demostrártelo.


Palabras mágicas. Su interés despierta y vuelve su cara hacia ti buscando en tus ojos la confirmación de eso que acaba de escuchar. Se limpia lágrimas y mocos -en caso de haberlos- y pregunta, dulcificando la  voz:


-¿Cómo...?
-Puedo escribirte una canción.


Esto de la canción es solo un ejemplo. También funcionan frases como abrazándote, dándote un beso, tratándote como la reina que eres y muchas más. Todo es cuestión de creatividad.


-¿Una canción? ¿Ahorita? ¿Así nada más?
-Sí.


Sus pupilas se dilatan en una clara expresión de alegría y placer. La curiosidad las traiciona y se sienten unas niñas chiquitas. Quieren saber más. Escuchar más. Es hora de hacer un trato.


-¿Si te demuestro que te puedo componer una canción justo ahora, dejas de llorar?
-Sí.
-¿Y dejarás de agobiarme con preguntas raras?
-Eso no lo puedo prometer... Soy mujer, ¿recuerdas?


En eso tiene razón. Ni modo.


-Está bien. Escucha con atención:


Me pregunto si sabrás del poder de tu mirada,
de la gracia de tu andar,
de lo mucho que me agradas...


Al terminar la canción su cara de incontrolable alegría debería ser muestra suficiente de que has salido avante de tan complicada empresa, como caballero de brillante armadura que regresa de su riesgosa campaña trayendo en sus alforjas la cabeza del dragón. Esa mirada garantiza que no habrá una escena como la descrita al menos durante dos semanas o hasta que vuelva a llegar Andrés. Lo que suceda primero.

Ah, mujeres... Locas o no, me encantan.


¡Salud!

sábado, 19 de marzo de 2011

Soy feo


Tengo la maravillosa fortuna de haber nacido feo. Y no estoy hablando de cualquier tipo de fealdad, sino de fealdad en grado superlativo. Vamos, que si le doy un buen susto al miedo.

Soy una curiosa mezcla entre Danny Trejo, Charles Bronson y Chucky, el muñeco diabólico, así que díganme ustedes si no seré feo con M de mucho. Y orgulloso de serlo, claro.

Mi papá decía que un Hombre debe poseer las tres F: Feo, Fuerte y Formal. Por lo tanto, yo nunca he sufrido por mi apariencia poco estética. Incluso he llegado a considerarla una bendición.

Es por todos conocido el hecho de que una cara bonita te facilita las cosas. Desde la primaria, los niños bonitos son los elegidos para formar parte de las actividades escolares importantes, como salir en la escolta, cantar el himno o recitar una poesía. Sin embargo cuando la belleza falla, se recurre entonces a los que si saben leer, los que tienen buena ortografía, los que saben lo que es un mechero de Bunsen, los que saben distinguir entre fólico y fálico, los que son capaces de aprenderse un pequeño discurso sin equivocaciones y que no se orinan en los pantalones al estar frente al público.

Es verdad. Muchas veces somos los feos los héroes encargados de salvar el día y los otros, los que sólo tienen su apariencia física, son usados como mero adorno.

Al llegar la pubertad y la adolescencia, los llamados Caritas, arrasan con todas las chicas lindas sin tener la necesidad de mover un dedo siquiera. Les basta con pararse junto a la puerta de la cafetería escolar, justo al lado del refrigerador de las paletas heladas, con su actitud de Mírenme, deleiten sus pupilas, soy real... para que todas las chiquillas formen una fila y se derritan en suspiros por el tipo en cuestión.

Yo, como buen feo que se precia de serlo, tuve que aprender a conquistar, a tratar a una mujer. Los feos debemos utilizar recursos que los guapos no necesitan conocer; nos vemos en la necesidad de usar nuestra imaginación, de ser inventivos, románticos y creativos.

Al llegar a la universidad nuestro historial de rechazos se va equilibrando con el de nuestras conquistas. Las chicas comienzan a apreciar más la cultura, las buenas conversaciones, el trato amable y cariñoso y el respeto. Atrás van quedando los días en que se dejaban guiar por el estuche y no por la esencia, el verdadero ser del individuo. Para estas alturas, ya saben que el tipo ese con cara de galán de novela casi siempre les será infiel, porque tiene la necesidad de sentir que despierta interés, que sigue arrasando con su presencia. Es prácticamente un vicio.

Por eso, que bueno que nací feo, que me he visto obligado a ganarme las cosas con mi propio esfuerzo. Los feos somos lo de hoy, estamos de moda. Eso sin mencionar que somos excelentes besadores, sólo que las chicas no siempre se dan la oportunidad de comprobarlo.

La verdad es que, a veces, ser feo tiene sus recompensas. Juzguen ustedes:










Así  que ¡salud!

Por nosotros, los feos...



sábado, 12 de marzo de 2011

La novia perfecta

Antes de leer...



Los hombres, en general, somos muy sencillos de complacer. Sabemos lo que queremos, lo identificamos, lo visualizamos y lo tenemos muy fijo en la mente.

Cuando alguien me pregunta, por ejemplo, como me gustan las féminas, suelo responder con gran elocuencia.

El primer requisito, básico, indispensable, imprescindible para que una mujer me guste, es que debe ser poseedora de un par de enormes y hermosos...



...ojos. Una linda mirada -como la que posee la chica de la fotografía- es terriblemente cautivadora, ya lo he mencionado varias veces.

 En segundo lugar debe ser rica -estar rica es aparte-, para que me consienta, me invite a lugares, pague por mis vicios y me mantenga contento. Es un pequeño lujo, pero creo que lo valgo.

Piernas fuertes, buen trasero, cintura definida, no ser una flaca esquelética y, muy importante, tener el movimiento de caderas de Shakira.



No vivir muy cerca ni muy lejos. A menor distancia se vuelve más complicado justificarme cuando llego tarde y, si vive muy lejos, pudiera suceder que prefiera quedarme en casa para averiguar que ha pasado con Naruto. Ser creativa, lista, divertida, talentosa e independiente. Tener excelente ortografía y saber cocinar. Debe gustar de los viajes, la cerveza, el vino, la comida, del buen cine, odiar el matrimonio y no desear hijos. Específicamente esto último: NADA DE NIÑOS.

Con el fin de tener una vida sexual plena, quedan excluidas estudiantes de medicina y doctoras,  además de chicas que tengan obsesión por el control. Si se combinan esas dos características en una misma mujer, todo se vuelve una misión imposible. Créanme, yo sé lo que les digo.

Preferir estar conmigo que con su familia, no tener problema con que me abracen mis amigas, porque a final de cuentas, solamente son inocentes demostraciones de cariño. Celosas, favor de abstenerse.

Finalmente, debe respetar y resignarse a pasar conmigo el tiempo que reste después del que requiero con mis amigos, mi guitarra, mi familia y el futbol. En ese orden. 

Como puede leerse, es muy poco lo que pido, ¿no lo creen? 

Inscripciones abiertas.





Jajaja...



¡Salud!





sábado, 5 de marzo de 2011

Ayer te vi




Ayer te vi...

No te reconocí en primera instancia, pero eras tú sin duda. El mismo cabello castaño -marco perfecto para la palidez de tu rostro- cayendo en suaves ondas sobre tus hombros y espalda.

La pulsera que te regalé aún adornaba tu muñeca izquierda.

Sin embargo, vi en los maravillosos ojos color marrón de los que hace años me enamoré, una mirada sin magia, sin brillo. Aún siguen siendo hermosos, no lo niego, pero me sorprendió encontrarlos tristes... tan tristes.

Adiviné una carga muy grande en tu vida. Tan pesada que tus hombros lucen cansados y tu espalda también. ¿Qué es lo que ha sucedido niña mía?

Tú no me viste. Yo te observaba desde la acera de enfrente, recargado en la pared, recordando...

Platicabas con ella, con tu amiga, mientras sostenías a tu bebé en los brazos.

Me gustaría hablar contigo, ayudar, apoyarte, decirte que en el mundo existe al menos una persona que se preocupa por ti...

Es una lástima que lo único que puedo hacer en este momento sea escribir esta carta... misma que al igual que las otras no leerás; me lo dejaste muy claro la última vez:


-Nunca más leeré tus cartas... Es lo mejor para todos...


Esto es todo lo que puedo hacer: escribir, desear que estés bien y terminar la carta como todas las anteriores


Cuídate mucho... Te quiero.


S.