domingo, 13 de octubre de 2013

El retrato



En este momento sostengo entre mis manos la estructura de madera que enmarca la primer fotografía que nos tomamos juntos, ésa que ella solía tener en el bureau junto a su cama. El hecho de que ahora yo la tenga en mi poder solo puede significar una cosa: se ha cerrado el círculo. 

Ella me observa desde el papel fotográfico, con sus ojos cristalinos y expresivos. Sonríe con la boca y el lunar -los labios en forma de corazón-. De los lóbulos de sus orejas cuelgan unas arracadas de plata, dos pulgadas de diámetro, lo sé bien. Los tonos sepia de la imagen no impiden que yo recuerde perfectamente el color de la blusa y el collar que usó esa tarde soleada de febrero:  el estilo del bolso de mano, los leggins ajustados a sus bien torneadas piernas, las botas de piel, el aroma de su perfume, ese peinado que pocas veces volví a ver...

Yo estoy sentado a la orilla de la cama, con la luna de octubre en mi ventana sin cortinas, y el retrato entre las manos, sabiendo que ella ha cerrado el ciclo. Yo lo asumo como tal y sonrío con agrado, pensando en nosotros, como tantas otras noches de luna llena y deseando que encuentre su felicidad.

Ella... Ella seguramente piensa que no la recuerdo, que no es importante para mí. Pero nada más alejado de la realidad: el retrato ha dejado de tener un lugar junto a su cama, pero ella nunca perderá el  que se forjó en mi historia y en mi corazón.

Además -lo haya aceptado, lo sepa o no-, la luna seguirá ahí, para vincular los sentimientos, los latidos, las vibraciones y los recuerdos...

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