La paranoia del culpable

Aceptémoslo. Todos, absolutamente todos hemos hecho algo que nos está vedado. Lo bello y lo prohibido muchas veces van de la mano. Y es precisamente eso, la prohibición lo que hace todo tan atractivo...

¿Ejemplos?

Andar a escondidas con la hermana de tu mejor amigo, robarte unas monedas para largarte a jugar videojuegos, bajar pornografía, escaparte de tu casa por la noche para irte a una fiesta, algún fajecillo inocente en un lugar público -un parque, digamos-, besar apasionadamente a una chica que tiene novio, salir con una mujer casada, y un sinfín de etcéteras más.

Bonito. Lo acepto. Excitante. Lo reconozco. Pero tanta belleza no puede venir de a gratis y es que, si eres de esas personas que alguna vez han tenido conciencia, ésta empieza a crearte ciertos conflictos. Y es molesto.

Llega un momento en que sientes que todo mundo te va a descubrir. Como la primera vez que compras condones y los guardas en tu cajón. Estás en la escuela pensando que ojalá no se le ocurra a tu madre subir a acomodar nada a tu cuarto. Ves moros con tranchete en todos lados.

Crees que el novio de la chava a la que besaste, te mira con rencor. Que tu mejor amigo ha dejado de hablarte como antes. ¿Y si sospecha algo? ¿Y si TODOS sospechan algo? ¿Que tal si mi novia se da cuenta que le pongo el cuerno desde hace un año? ¿Y si nos descubre el guardia de seguridad del parque?

El ritmo cardiaco se acelera. Suben los niveles de adrenalina. Y te vuelves un paranoico.

Creo que tu mamá sospecha algo de lo nuestro...

Sin embargo, mientras no te descubran, es bastante adictivo. El único problema es precisamente ese... ¿qué pasará el día que tus sucios secretos salgan a la luz?

Lo bueno es que yo siempre me porto bien y no tengo esas broncas... Je.

¡Salud! ¡Por las cosas bellas y prohibidas!