domingo, 24 de abril de 2011

Me da la gana





Afuera, los árboles eran mecidos por el viento bajo la mirada vigilante de la luna llena que aprovechaba para ver su propia imagen en el espejo del lago. Adentro, el frío que se colaba por las rendijas de la cabaña despertó a Rodrigo.


Levantó la mitad del cuerpo para recoger el cobertor del piso y se detuvo a contemplar el rostro de rasgos infantiles que sonreía a su lado, entre las sábanas.


Los hombros y espalda eran iluminados por la pálida luz de la Diosa de la Noche y, mientras cubría la hermosa y tierna desnudez, se preguntaba  en qué momento se volvió tan afortunado.




-¿Qué he hecho yo, niña mía, para merecerte a ti, para tenerte aquí, a mi lado? ¿Cómo es posible que alguien como yo, que no vale nada, tenga la fortuna de disfrutar de tus cálidas caricias, de las mieles de tus besos y la tibieza de tu cuerpo? ¿Por qué decidiste amarme a mí? De entre todos los hombres, ¿por qué yo?




Y pensando en esto, se quedó dormido.


Después de unos 20 minutos, fue Maribel quien despertó. Le vio dormido, con la mandíbula apretada, preocupado como siempre.


Se enderezó un poco. Se cubrió los senos desnudos con la sábana y le beso en la frente. Como si adivinara lo que pasaba por la mente de Rodrigo se inclinó hacia él y le dijo suavemente al oído:




-Piensas demasiado...




Y desplegando una amplia sonrisa, todavía agregó:




-Te amo porque me da la gana...¿y?




Y abrazándole con su tibia desnudez, se volvió a dormir.



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